Terrence Malick es más raro que un perro verde, un director de cine que mezcla las desviaciones intelectuales básicas de un pintor alocado (estilo Van Gogh) con un creador de mundos visuales único. De esa originalidad, de su alergia a aparecer en público, surge un perfil muy común en el arte europeo pero que en el cine de EEUU suena a elefante entrando en una cristalería muy cara. Por eso unos le aborrecen y otros le idolatran. ‘El árbol de la vida’ es otra película que ha sido recibida en su país de origen entre los pitos y las reverencias. Personalmente, a Malick lo defino por ‘La delgada línea roja’: buen planteamiento, pero tan obsesionado con las apariencias poéticas de la imagen que el argumento se va por la cuneta hasta perderse. Eso a priori; luego ya podría ser otra cosa, pero cuando un director hace tan pocas películas y ninguna llega, malo. De momento llega ésta, con Brad Pitt dándolo todo y Sean Penn cabreado por el montaje final del director, que le deja poco menos de extra de relumbrón.

SINOPSIS: Más allá de la poesía de los críticos de cine, que no va a ningún lado, la película narra las emociones más descarnadas de una familia de un pequeño pueblo de Texas a los límites infinitos del espacio y del tiempo, de la pérdida de la inocencia de un niño a los encuentros transformadores de un hombre; un grupo del “middle west” de EEUU a partir de los años 50 y que sigue la vida del hijo mayor, Jack, desde su infancia hasta la desilusión de la madurez. Y de fondo la freudiana relación padre-hijo que tantas mentes ha destrozado durante siglos.