El Museo Reina Sofía presenta al público el 6 de junio próximo una retrospectiva sobre la vertiente rusa de la vanguardia dadaísta entre 1914 y 1924 (hasta el 22 de octubre, Edificio Sabatini en la Planta 3). Una ocasión perfecta para acercar al espectador ya este partcular movimiento artístico.
Esta exposición se aproxima al arte ruso de vanguardia desde la óptica de los cánones antiartísticos asociados al movimiento internacional Dadá. El proyecto antiacadémico de Kazimir Malévich para eclipsar el arte clásico o los experimentos del lenguaje transracional (zaum) de Velimir Jlébnikov y Alekséi Kruchónij son algunas de las contribuciones tempranas sobre las que se apoya la tesis que desarrolla esta muestra, que se centra en los diez años desde el arranque de 1914 hasta mediados de los años 20. Las obras seleccionadas demuestran la intención de numerosos artistas, no solo de involucrarse en proyectos de agitación pública, sino también de adoptar la negación, la ironía, el absurdo y el azar, las performances extravagantes, las campañas de carácter antibélico, la negación del arte clásico y la innovadora forma de fusionar lo visual y lo verbal. Todos rasgos propios del movimiento Dadá.
Dividida en varias secciones, la exposición arranca con una de las primeras óperas del absurdo en lenguaje zaum, la influyente ‘Victoria sobre el sol’ (1913), en la que participaron Kruchónij, Jlébnikov y Malévich, entre otros. Esta primera parte se centra en la abstracción alógica, alejada de la geometría y la música y desarrollada a partir del collage, el ready-made y las publicaciones. La segunda sección abarca el período entre 1917 y 1924, desde el triunfo de la revolución rusa hasta la muerte de Vladímir Lenin, quien frecuentó el Cabaret Voltaire de Zúrich, y pone el énfasis en la temática propiamente revolucionaria y las nociones en torno al internacionalismo. La última sección analiza las conexiones entre Rusia y dos de los principales centros dadaístas, París y Berlín, evidenciadas a través de las publicaciones de obras rusas en estas dos ciudades y la presencia de artistas como El Lisitski en Berlín o Serguéi Sharshun e Iliá Zdanévich en París.
¿Qué es el dadaísmo?
Fuera tradición. Fuera formalismos. Fuera valores burgueses. Fuera valores ideológicos de cualquier tipo. La locura por la locura, la libertad total, la subversión como único leitmotiv. Ésas eran las bases del movimiento Dadá, bautizado por el azar de un diccionario y que tiene como mayor símbolo un urinario burdo colocado en una exposición y firmado por Marcel Duchamp, uno de los que mejor aprovechó la ruptura. Un movimiento basado en cierto grado de nihilismo, abandono al caos y el humor (la ironía del urinario firmado de Duchamp lo dice todo), sin corsés ni reglas, y por lo tanto abocado a expandirse de mil maneras diferentes y a no tener ni centro ni agrupación estable. Un chispazo que sirvió de explosión, como un pequeño Big Bang artístico para romper lo establecido a pesar de contar con casi cuatro manifiestos consecutivos desde 1916 a 1920, para cuando ya era más ceniza de otros movimientos. Para la historia queda el panfleto de 1916 ‘Cabaret Voltaire’, con un dibujo de Jean Arp en la portada y que tenía colaboraciones de Pablo Picasso, Modigliani, Kandinski, Marinetti y Apollinaire nada menos.
Orbitó alrededor de tres ciudades clave, sucesivamente: Zúrich, Nueva York y Berlín, si bien estas dos fueron casi en paralelo. Se expandió por el arte y la literatura. Mientras que en el primer caso la clave estaba en la subversión de todo academicismo, en el mundo de las letras se caracterizó por la experimentación en libertad, sin ataduras a las estrictas normas del lenguaje, buscando una comunicación basada casi en las pulsiones vitalistas y abstractas más que en la necesidad de contar una historia. En el caso de las artes da paso al collage, el fotomontaje, el uso de aerógrafos y una pintura que incide en lo bruto en lugar de lo sofisticado. Especial importancia tuvo el añadido que hicieron Man Ray y Duchamp: objetos cotidianos liberados de su uso formal y que adquirían uno nuevo en manos de ambos artistas, que usaron la fotografía como herramienta de expresión masiva. Es el llamado ready-made. Con el tiempo todo esto marcaría gran parte del arte de posguerra, y además de dar pie al surrealismo y al primer diseño gráfico, alimentaría más tarde el pop art y los movimientos de ruptura total de los años 60 y 70.
‘Fuente’ (1917 – Marcel Duchamp) y ‘Regalo’ (1921 – Man Ray)
El movimiento dadaísta es responsable, al menos parcialmente, de lo que hoy son soluciones artísticas y formatos habituales, desde el uso de samplers en música o artes plásticas a los fotomontajes, incluso el pop art o todo tipo de “ismos” que surgieron de la necesidad de ruptura completa con el orden establecido. Mientras Europa se desangraba y aniquilaba en la Primera Guerra Mundial, en Zúrich (Suiza), un pequeño oasis de paz en el continente, un grupo de artistas ponía los cimientos del movimiento más raro y arquetípico del arte de la primera mitad del siglo XX. Fue en esa ciudad en febrero de 1916, alrededor del Cabaret Voltaire, con dos premisas concretas: revolucionar el arte desde la irracionalidad y la provocación. No sólo surtió efecto, sino que pisó el acelerador de la Historia del Arte e hizo el efecto de pedernal donde los sucesivos chispazos dieron paso a la segunda oleada de vanguardias de posguerra, cuando el existencialismo, el cubismo y otros movimientos de principios de siglo pasaban de pulsiones a formas establecidas.
El nacimiento fue propio de una novela. Después de dar tumbos con documentación falsa durante meses para escapar de la guerra y de Alemania, Hugo Ball y Emmy Hannings, pareja de artistas, llega a Zúrich y allí consiguen un poco de paz. Fundan el Cabaret Voltaire (recuperado en 2002 por artistas okupas y que hoy vuelve a estar abierto legalmente) y publican un anunció en el periódico de la ciudad buscando artistas que hicieran aportaciones “sin importar su orientación”. A la llamada acudieron Tristan Tzara y Marcel Janco, otros dos artistas buscavidas que aprovecharon el local para exponer su arte y poesía. Tras ellos llegaron Richard Huelsenbeck (poeta), Hans Arp (artista) y Hans Richter (cine y pintura). Durante meses hicieron de todo, siempre desde la posición contraria a lo establecido, crearon las bases del movimiento Dadá, que en gran medida debe su nombre al puro azar: abrieron un diccionario en francés (en zona germanófona suiza, por cierto) y pusieron el dedo. Apareció el término dadá, que significa popularmente “caballito de juguete”, entre otros significados. Pero en realidad no tiene significad per sé.
Un manifiesto, un objetivo y la disgregación
Y como toda vanguardia que se preciara, tuvieron su manifiesto (o mejor dicho, anti manifiesto), escrito por el rumano Tristan Tzara, que para cerrar el círculo de la libertad ácrata total que suponía el movimiento escribió que “los verdaderos dadás están en contra del propio Dadá”. Escribió un texto (aunque al final hubo muchos más) que incluso despreciaba el propio texto en el que estaba inserto, una posición de principios que resumía perfectamente el sentido de espejo inverso absoluto que era el movimiento respecto al arte y la sociedad de entonces. Las semillas del arte eran una continua actitud desafiante frente al mundo moderno burgués, y para eso acudieron a las culturas primitivas y tribales, al fotomontaje (como forma de deconstruir la realidad y reconstruirla a su gusto) y los collage, que empezaban a ser algo más que una sopa caótica. Y dentro de ese caos también había necesidad de destrucción del todo. Era, como la propia guerra que sacudía Europa, una purga de los demonios presentes en el día a día.
Si el mundo había acabado muriendo en las trincheras de Verdún, ellos también morirían pero gritando contra todo y contra todos. En cierta medida, y salvando las distancias, fue el primer movimiento “punk” de la Historia: contra el mundo, por el mundo y despreciando el propio mundo. Pero esa pulsión inicial duró poco (como el nido del Cabaret Voltaire). Cuando las armas dejaron de disparar muchos de los dadaístas, y los posteriores sumados al movimiento, pasaron a ser más realistas y constructivos, creando las bases de un nuevo tipo de arte que exploraba los márgenes, más allá de ellos y que intentaba redefinir un siglo que había muerto antes de nacer en las trincheras. Se crearon movimientos paralelos que luchaban por diseñar el arte desde puntos de vista diferentes, y nacieron así el surrealismo o la Bauhaus, todos ellos movimientos perseguidos luego por el fascismo y el comunismo. Así, Huelsenbeck volvió a Alemania, igual que Hans Arp, y arrastraron consigo a Raoul Hausmann, Hannah Höch, George Grosz, Max Ernst o Kurt Schwitters entres otros.
Tanta fuerza ganó que los dadaístas incluso saltaron a EEUU, y en Nueva York (¿dónde si no?) y crearon alrededor de Marcel Duchamp y su urinario (quizás el símbolo Dadá por definición, aunque no fuera parte del movimiento original) un grupo de trabajo que reclutó a otros en América y en Europa, como Francis Picabia, Man Ray, Stieglitz y André Breton, que luego daría paso al surrealismo como derivación del Dadá. Pero, como en el caso de Zúrich, duró poco: eso de poner normas y estilos al movimiento no iba con su naturaleza y terminaron todos tirándose los trastos a la cabeza. Cada cual por su lado y sacando sus conclusiones propias. Para entonces el Dadá ya había hecho su trabajo: patear la mesa del arte para que todo volara por los aires y cayera sobre ella de otra forma.