No es por nada, pero tengo la extraña sensación de haber visto un aquelarre moderno. Cinco mujeres, mucho simbolismo, brujería metafórica (espero…), música death metal y muchísimas ganas de saltar por los aires. Cinco féminas, cinco brujas, un grave problema simbólico con el tema del pelo (la llave del lado oscuro de esas mujeres), y un trasfondo poético muy difícil de entender que hace que haber visto esta obra de la compañía Shalala y de la coreógrafa Erna Omarsdottir. Interesada en explorar los límites del temor humano, Ómarstdóttir, admiradora confesa de la música de terror o el death metal, recrea ambientes tenebrosos para poner en escena una reflexión poética sobre la compleja relación entre las mujeres, representada por sus cinco protagonistas que, a juicio de la autora, ofrecen una imagen nostálgica “caracterizadas como brujas o mujeres del pasado”.

Escenario negro luces sombrías o psicodélicas en función del momento lírico de la obra, una hora y pico larga en la que los altavoces destrozaron los tímpanos de las primeras diez filas entre algún que otro bostezo, mucha incredulidad y una sensación muy extraña de “no me entero de nada” que hace que la danza de vanguardia siga siendo la hermana pequeña, marginada y rarita de las artes escénicas. Resumiendo: un aquelarre que visualmente es muy impactante, pero en el que el sentido lírico profundo no llega a un público muy poco habituado a este tipo de obras (y me incluyo, reconozco mi ignorancia o mi falta de entrenamiento) pero siempre predispuesto a darle una oportunidad a piezas que sólo pasan por aquí una vez al año. Me quedo con la puesta en escena, con el continuo juego de simbolismos de la niebla y las referencias a la mitología europea pagana. Y ya.