El próximo 27 de enero la editorial publica el quinto volumen de esta saga creada por el recientemente fallecido Shigeru Mizuki, quizás su obra más reconocible y que Astiberri ha recuperado para el público español.

Inmensamente popular en Japón, donde no hay niño que crezca sin devorar sus aventuras, Kitaro es el héroe emblemático de una obra que se fija en los monstruos para hablar de la Humanidad, una serie rebosante de chispa centrada en este ser justo en medio entre los humanos y los yokais, seres sobrenaturales que pueblan la trastienda de nuestro mundo en la mitología japonesa, amén de dinosaurios y sabios locos de diverso pelaje. Mitad fantasía sin límites, mitad humor negro. El cómic japonés a un nuevo nivel. En los cuatro primeros volúmenes el lector se adentra lentamente, sin parar, en el delirio de ver a Kitaro desarrollando nuevos y extravagantes talentos con los que enfrentarse a todo tipo de yokais.

Shigeru Mizuki (el manco más creativo de Japón, sí, dibujante y manco), fallecido en 2015, aúna en una sola saga la tradición de su país con las aplicaciones que tiene en el manga: un poco de subversión disfrazada de fantasía, la libertad ácrata del mundo infantil, mitología sintoísta (una auténtica mina de oro visual y estética a la que acuden los autores japoneses una y otra vez) y mucha extravagancia, justo la antítesis de la ordenada y cuadriculada sociedad nipona. Y desde luego no se ahorra el terror, siempre presente en cada esquina: en el primer volumen se narra el nacimiento de Kitaro, propia más del género de terror: último descendiente de una tribu de muertos vivientes, Kitaro nace tuerto y debe arrastrarse fuera del útero del cadáver de su madre, condenado a errar en un mundo que lo rechaza.

Eso para empezar. Pero lejos de lo trágico Kitaro se convierte en el personaje principal de una serie rebosante de chispa: debe resolver los conflictos que enfrentan a humanos y yokais son joyas de la sutileza, humor negro, terror y comedia unidas. El segundo volumen se compone de cinco nuevas historias de todo un referente del manga japonés en las que el maestro Mizuki rinde homenaje a los monstruos del cine como Godzilla. Una creación que oscila constantemente entre lo fantástico, el humor y la poesía. En el tercero volvemos a la división en cinco historias pare reincidir en los dos mundos (humano y yokai) fundiéndose. En la cuarta Kitaro asciende poco a poco en poder, asentándose como un ser intermedio que puede salvar a los humanos. Para la quinta que verá la luz a finales de enero aparecen nuevos personajes: diablos transformados en diamantes, un malvado y hambriento zorro sobrenatural o un cantante desaparecido tras conseguir el éxito, todos ellos felices de ser salvados por Kitaro.

Shigeru Mizuki: imaginación contra el dolor

Pero todo esto puede servir de excusa para hablar de un dibujante y su atribulada vida, de apocado estudiante a soldado derrotado y mutilado durante la Segunda Guerra Mundial a autor de cómics que son alimento para todos los niños de Japón. Y para entender esa libérrima imaginación sólo hay que centrarse en un detalle: era manco. Perdió el brazo durante la Segunda Guerra Mundial, en la que luchó en las filas del Ejército Imperial japonés. Con apenas veinte años es enrolado en el ejército japonés y vive una auténtica pesadilla: contrae la malaria, asiste a la muerte de la mayor parte de sus compañeros y pierde el brazo izquierdo en un bombardeo. Masticó todo el dolor imaginable, en sus carnes, en su espíritu, víctima doble: de la guerra y su crueldad, y de la infinita crueldad del sistema militarista japonés, donde los seres humanos eran peones sacrificables. Literal y metafóricamente.

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Nacido en 1922 en un pequeño pueblo pesquero de Tottori, fue siempre un niño curioso y dotado de una infancia feliz que ayudó a cimentar sus visiones gráficas de adulto, una contraposición idílica del Japón rural y costumbrista donde la mitología animista y el sintoísmo se mezclaban para crear un caldo de imaginería perfecta para el manga. Uno de esos mitos era el mundo sobrenatural que le contaba una anciana vecina, NonNonBa, que luego él convertiría en cómic: de ella aprendió todo el submundo irreal que plasma sobre el papel y que le despertó el interés por soñar despierto. Luego vendría el horror: con 20 años termina con sus huesos en las espesas selvas de Nueva Guinea, luchando contra australianos, británicos y americanos, la humedad, las enfermedades, los oficiales brutales, la metralla, las emboscadas y la cultura militarista. De regalo la vida le regaló una pesadilla de enfermedad como la malaria y ser testigo de la muerte de casi todos sus camaradas; a ellos les arrancó la vida, a él un brazo.

Tardaría casi diez años en recuperarse de aquella mutilación, hasta que a finales de los años 50 empieza a crear manga con ese particular estilo en dibujo y argumentación que le ha permitido ser una leyenda: el gobierno japonés le nombró “Persona de Mérito”, uno de los mayores galardones civiles otorgados a un ciudadano, su vida es llevada a una serie en televisión y su familia y su mujer son objeto de estudios y películas. Aguantó hasta 1957 para rebelarse a su manera: con el arte. A lo largo de toda su obra, Mizuki no dejó de mostrar su profunda comprensión del alma humana y la empatía que siempre sintió por todas las formas de vida. Y lo recogió todo en una larga biografía hecha cómic que ha sido publicada por Astiberri. Mizuki ganó el premio al mejor álbum en el Salón Internacional del Cómic de Angoulême 2007 por la citada ‘NonNonBa’, y el premio “Esencial Patrimonio” de la edición 2009 del citado salón galo, por ‘Operación Muerte’. También fue autor de la novela gráfica ‘Hitler’, sobre el ascenso, locura y caída del dictador nazi, de gran éxito en Europa.

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Perteneció a una generación que por convicción nacional u obligado terminó luchando contra el mismo Occidente al que seduciría décadas más tarde con sus obras, de un trazo y estilo muy japonés pero impregnados de una carga visual y surrealista en ocasiones que le entroncan con los autores europeos. Es otro ejemplo de creador asiático que al abrirse al mundo termina por asimilar muchas otras obras, una repetición de Miyazaki, creador de ‘El viaje de Chihiro’ y que confesó su fascinación con el universo visual y simbólico occidental. En esta serie aborda su autobiografía desde su infancia hasta la actualidad. En los tres primeros volúmenes abarca desde la infancia a su experiencia en la Segunda Guerra Mundial, traumática y rompedora de su inocencia, víctima militar de aquel Japón militarista, imperial y que soñaba con conquistar China y toda Asia para crear una inmenso imperio racial en el que los japoneses dominaran la mitad del mundo.

De esos años, más la brutalidad de la guerra, surgió una mente de imaginación igual de cruda y surrealista que ha sido definido por muchos críticos como un Goya alternativo, con un estilo durísimo a pesar de estar suavizado para la industria del manga japonés. Porque Mizuki no escamita detalles grotescos a la guerra, un tema recurrente en la forma, el fondo y casi el ambiente tétrico de muchas de sus obras. De ese tiempo le quedó un profundo pacifismo y un visceral antimilitarismo que también son constantes en su obra, siempre con un tono tragicómico como clave para enganchar al público y que es uno de sus mayores logros.

También es un pilar fundamental algo que el viejo Japón no solía tener: empatía. En una cultura tan formalista y ceremoniosa, no tanto en los jóvenes pero sí en su generación, Mizuki siempre ha demostrado tener una compasión y comprensión por los demás que es vital en su vida y su carrera. Frente al horror reaccionó creando historias donde manda la comprensión y candor por los demás, un humanismo emocional muy intenso que le distingue de todos los demás, que se extiende también a los animales y la naturaleza. Ésas son sus claves: imaginación, emoción y humanidad.