Considerado uno de los mejores dramaturgos del siglo XX, cien años después de su nacimiento recordamos a un hijo de Nueva York con muchas luces y algunas sombras, sometido al peor escrutinio inquisidor posible, el del gobierno de su país, y que salió adelante como un ejemplo ético y crítico.
IMÁGENES: Wikimedia Commons / Tusquets / Eric Koch
Se cumplieron diez años de su muerte, cien de su nacimiento, y algo más de medio siglo desde que tuviera que prestar declaración ante una comisión en el Capitolio que le quería juzgar por comunista. Fue marxista, luego desencantado que arremetió con dureza contra la misma ideología que le había fascinado y parte del star-system norteamericano cuando se casó con Marilyn Monroe, un matrimonio que empezó como un remanso de paz y estabilidad para ella (lo necesitaba) y una vía de escape (y de imagen pública) para él en aquellos tormentosos años 50. Al final terminó como muchos temían: superado el chispazo inicial Monroe se sentía sola y aislada, y él parecía no poder cargar con todo el circo humano que rodeaba cualquier cosa que hacía Marilyn. Para cuando se divorciaron en 1961 Miller ya era un icono de la cultura literaria y liberal norteamericana y salvo una (‘Después de la caída’, 1964) ya había escrito todas sus grandes obras. Tendría otra cima de éxito con ‘El precio’ en 1968, pero después de eso entró en decadencia.
Resulta irónico que fuera en esa época triunfante y complicada cuando más destellos de genio acumuló (‘Todos eran sus hijos’ y ‘Muerte de un viajante’ en los 40, ‘Las brujas de Salem’ y ‘Panorama desde el puente’ en los 50 y ‘Después de la caída’ en los 60). Corren las malas leyendas, crueles, como esa que cuenta que desde la muerte de Marilyn el gran dramaturgo no supo encontrar la salida a su propio universo particular que mezclaba humanismo, activismo político, cierto grado de individualismo libertario (hacia la izquierda) y la crítica social contra unos valores conservadores (morales y económicos) de la América victoriosa de la Segunda Guerra Mundial. El país más progresista y abierto a nuevas ideas que había conocido en su niñez y adolescencia, en los tiempos de Roosevelt, daba paso a otra más aburguesada y cerrada. En ese contexto su obra reivindicativa en el teatro siempre tuvo más impacto que más tarde, cuando ya era maduro, mayor y su música ya no encandilaba a las nuevas generaciones salidas de los años 60, que le adelantaron por la izquierda y la derecha. Para entonces ya tenía más de seis décadas de vida y casi 40 como autor. Era un moralizador, un Pepito Grillo molesto al que miraban con desdén.
Las tres edades literarias/escénicas de Arthur Miller: juventud, madurez y vejez
Pero antes de eso había experimento como pocos el amor y el odio de una sociedad. Tusquets ha publicado en los últimos años buena parte de su extensa obra dramatúrgica, sus memorias y un guión legendario (‘Vidas rebeldes’, escrito para Marilyn y que en una sola película reunió al director John Huston con el talento del autor más dos almas perdidas como Clark Gable y Montgomery Cliff). Fue elogiado en vida como uno de los grandes dramaturgos de la modernidad, un clavo ardiente y ético al que agarrarse cuando en la posguerra todo era blanco o rojo (capitalista o comunista, democrático o comunitarista, con nosotros o con ellos), una voz que arremetió contra todo tipo de tiranía y presión social sobre el individuo, un aspecto perfectamente reflejado en ‘Las brujas de Salem’, una crónica de la Caza de Brujas de la extrema derecha de EEUU contra el mundo del arte, la cultura, la política e incluso el Ejército.
Para las actuales generaciones es un clásico más, pero no debería ser tomado como un autor más. Para él, como para Lorca y otros dramaturgos del siglo XX, el teatro era una herramienta política y social para cambiar el mundo; contaba Miller que para él era “un negocio muy serio, que debería hacer al hombre más humano, menos solitario”. Una postura que conecta con las agallas que le echó en su momento más crítico y al mismo tiempo más sublime, la Caza de Brujas. Durante los años 50 fue uno más de la larga lista de “rojos antiamericanos” que el senador McCarthy persiguió con ahínco en Hollywood, Broadway, Washington o incluso el Pentágono (lo que a la larga le destruyó). Elia Kazan traicionó a muchos de sus compañeros, incluyendo a Miller, uno de sus mejores amigos, que sí había tenido simpatías comunistas el tiempo suficiente como para darse cuenta de que era una mala salida para mentes libres.
Miller fue llamado a capítulo por la Comisión de Actividades Antiamericanas después de la aria de supervivencia de Kazan ante los mismos políticos de preguntas prefabricadas para respuestas inútiles. Pero él no dijo nada, se defendió con sensatez, mucho aplomo y ejerciendo sus libertades ciudadanas. Le quitaron el pasaporte, le tuvieron bajo vigilancia y sufrió las iras de buena parte de la sociedad. Pero la constitución americana permite mantener silencio para proteger los intereses propios, así que no hubo nada que hacer. Aquel tribunal inquisidor sólo tenía una opción: una presión pública asfixiante, pero con Miller no funcionó. El Congreso arremetió contra él y a punto estuvo de poder enviarlo a la cárcel, pero era un callejón sin salida: el tribunal de apelación hizo valer la constitución y anuló la sentencia en 1958.
Aquellos años quedaron reflejados en ‘Las brujas de Salem’, donde paranoia, fanatismo y mentira se unen para crear una atmósfera irrespirable. Fue su momento. La raíz de su fama y reputación, cimentada en la década siguiente, cuando con 1969 ya terminado y partiendo en dos al país empezaba la lenta bajada de Miller hacia la posición de mito en vida. Le llovieron dos Premios Pulitzer, varios Tony de teatro y otros tantos Emmy, nominaciones a los Oscar, el Príncipe de Asturias de las Letras y reconocimientos del mundo del teatro en Gran Bretaña y EEUU.
Miller y las mujeres
Su vida orbitó entre la ciudad eterna que le vio nacer, Nueva York y las mujeres: tres, empezando por Mary Slattery (la primera y que pagó el precio de casarse con un libertario moral), que en 1956 vio partir a su esposo a los brazos de Marilyn Monroe, de la que se divorciaría en 1961 y que le marcó a él quizás más de lo que pensaba, hasta el punto de ser el leitmotiv de dos de sus grandes obras (‘Vidas rebeldes’ y ‘Después de la caída’), y finalmente la relación más larga, Inge Morath, juntos hasta la muerte de ella en 2002, y que fue la mujer que le modeló finalmente y que más poso (tranquilo) dejó en él. Con la primera y la tercera tuvo hijos, con Monroe sólo tuvo pasión y problemas. De cada una se llevó algo, y en el caso de Morath una de las grandes sombras de su vida, su hijo con síndrome de Down al que ignoró durante toda su vida. Quizás un punto de oscuridad
Bibliografía de Arthur Miller
The Great Disobedience (1938)
Listen My Children (1939, con Norman Rosten)
The Golden Years (1940)
The Man Who Had All the Luck (1940, Un hombre de suerte)
The Half-Bridge (1943)
Focus. En el punto de mira (1945, novela)
All My Sons (1947, Todos eran mis hijos)
Death of a Salesman (1949, Muerte de un viajante)
An Enemy of the People (1950, basado en Henrik Ibsen, Un enemigo del pueblo’)
The Crucible (1953, Las brujas de Salem)
A View from the Bridge (1955, Panorama desde el puente
A Memory of Two Mondays (1955, Recuerdo de dos lunes)
After the Fall (1964, Después de la caída)
Incident at Vichy (1964, Incidente en Vichy)
The Price (1968, El precio)
Fame (1970, para TV)
The Creation of the World and Other Business (1972, La creación del mundo)
The Archbishop’s Ceiling (1977)
The American Clock (1980)
Playing For Time (1980, para TV)
Two Way Mirror (1982, en dos obras breves)
I Think About You a Great Deal (1986)
Timebends (1987, Vueltas al tiempo, memorias)
Clara (1987, recogida en Danger: Memory!)
The Last Yankee (1991)
The Ride Down Mt. Morgan (1991, El descenso del monte Morgan)
Plain Girl (Una chica cualquiera, 1992)
Broken Glass (1994)
Mr Peter’s Connections (1998)
Resurrection Blues (2002)
Finishing the Picture (2004)