Gian Lorenzo Bernini en el arte es como una gran columna vertebral que resumió lo mejor de la larga revolución estética nacida en el siglo XV con el Renacimiento y que eclosionó en él y su particular visión del Barroco.
Hubo un antes y un después de su larga carrera (82 años para el siglo XVII era una vida muy larga), porque a partir de su muerte la escultura siguió muchos de sus caminos de expresividad hasta que el siglo XIX lo cambió todo otra vez. Y parte de su carrera estuvo ligada a España. En ese contexto se unifica parte de su legado en la nueva exposición que inaugura hoy el Museo del Prado con ‘Las Ánimas de Bernini. Arte en Roma para la corte española’ (hasta febrero de 2015). Ese contacto es la excusa perfecta para la primera muestra que se organiza en nuestro país al gran autor barroco, comisariada por Delfín Rodríguez para el Museo del Prado y que intentará mostrar esa espina dorsal estética que dominaría el siglo XVII y que dejó un legado de realismo, tensión y expresión en la escultura que hasta entonces no había tenido salvo en contadas excepciones (léase Miguel Ángel).
La muestra se enmarca en las complejas y fluidas relaciones entre Roma y España, es decir, entre la Iglesia Católica y el reino que presumía de ser el más católico del orbe pero que muchas veces puso de rodillas a esa misma iglesia. O al menos le creó muchos problemas. Bernini se encuadra en esa vía romana de la corte española, ya que recibió encargos tanto de mecenas españoles en Roma (figuras tan fundamentales como el duque del Infantado, el cardenal Pascual de Aragón o el marqués del Carpio) como de la propia corona. Especialmente activo fue Felipe IV, tan útil para el arte y las letras como decepcionante para la política. De sus sacos de oro salieron obras que terminaron en San Pietro y Santa María Maggiore en Roma.
La exposición se organiza en tres secciones (‘Retratos del alma’, ‘Roma teatro de las naciones’, ‘Arte, religión y diplomacia’), cada una con su explicación, que va desde los encargos a una auténtica síntesis de un artista como ha habido pocos por su influencia estética y que tras los grandes cambios del arte en los últimos siglos ha quedado “clavado” en el arte clásico. No hay que olvidar, sin embargo, que fue él quien comprendió que la emoción, el realismo y la comunicación hacia el espectador eran vitales, algo que sería el leitmotiv de todos los creadores posteriores. La muestra recorre a Bernini desde algunos de los grandes proyectos arquitectónicos y urbanísticos a sus escenográficas capillas y esculturas, fuentes, pinturas y dibujos para otros proyectos.
Tres ejemplos de la escultura de Bernini, desde el cristianismo a la mitología
Bernini fue quizás el último de los todoterrenos artísticos italiano, capaz de ser igual de magistral en escultura como en pintura y arquitectura. Artista de éxito, acunado y adorado por los grandes mecenas italianos, polifacético e incansable, se convirtió en el capo (nunca mejor dicho) del arte desde su cátedra invisible de Roma, capaz de modelar desde San Pedro de Roma. Precisamente su éxito en escultura y arquitectura ha tapado su especial talento para la pintura y el retrato en concreto, donde quizás no trasluce el estilo mayestático y de epifanías estéticas que sí mostro en la escultura y la arquitectura. Lo que define a Bernini es la capacidad dramática, la expresividad máxima a partir de la tensión y la psicología que expresan sus obras. Un poeta de la piedra profundamente católico que supo acoplarse a las necesidades del Papado en plena Contrarreforma y que creó el gran “abrazo de piedra” que es la plaza de San Pedro, sus esculturas y su majestuosidad arquitectónica.
Biografía de Bernini
Pintor, escultor y arquitecto italiano. La larga vida de Bernini (Nápoles, 1598 – Roma, 1680) fue una casi continua sucesión de éxitos, en el transcurso de la cual el napolitano llegó a imponer una auténtica dictadura artística en la Roma de buena parte del siglo XVII, la ciudad que se había convertido en el centro indiscutible de la vanguardia artística contemporánea. Creador polifacético, Bernini destacó, ante todo, por sus obras escultóricas y arquitectónicas, aunque no dejó de practicar la pintura, si bien en menor medida que las anteriores. Favorito de casi todos los papas, también creó para ellos y para la nobleza romana grandiosos montajes escenográficos, y llegó a componer él mismo el texto y la música de algunos de ellos. Su estilo retórico y grandilocuente se convirtió en la definición de una de las poéticas más fecundas e influyentes del barroco.
En el Museo del Prado sólo se conservan dos obras relacionadas con el gran artista barroco. La primera de ellas es un busto de un supuesto ‘Séneca’, procedente de la colección real. La relación de esta obra con Bernini tan solo es de influencia, pues nos encontramos con un mármol posiblemente inspirado en un conocido modelo helenístico del Museo del Palacio Real de Nápoles, aunque trabajado con mayor dramatismo y uso del trépano, por lo que se ha atribuido a algún seguidor de nuestro artista. Se duda de su procedencia exacta, y puede provenir de la colección de Cristina de Suecia o de la de Isabel de Farnesio. La segunda obra es un ‘Autorretrato’, un lienzo unánimemente considerado obra autógrafa. Fue adquirido por el Gobierno español en 1929 procedente de la colección Messinger, se fecha hacia 1640, y es similar a los conservados actualmente en la Galleria Borghese de Roma y los Uffizi de Florencia.
‘Anima Beata’