Fundación Juan March recupera a uno de los grandes nombres del futurismo, la vanguardia artística de principios del siglo XX que terminó absorbida por el fascismo.
Hubo una época en la que el fascismo abrazó con fuerza el arte. No tanto para estrangularlo (eso también) como para utilizarlo como representación del poder del Fascio. Hablamos del fascismo original, revolucionario y atravesado por completo por las incongruencias de una ideología que abjuraba del socialismo y el capitalismo y se entregaba en conceptos difusos como fuerza a través de la alegría, Estado, Patria, Deber o nostalgia de edades doradas en las que los italianos se suponía eran superiores. El arte fue abrasado por ese abrazo: muchos artistas terminaron sus días en cárceles, paredones o el exilio. Pero otros, ya desde antes, habían calentado la estética del futuro, ese fascismo industrializador y de orgullo agrario al mismo tiempo que encontraría en el futurismo la vanguardia artística perfecta para su causa. Se trataba de un estilo artístico que se basaba en la velocidad, en la fuerza, en la fugacidad y el culto desmedido a lo industrial y técnico como un ente que arrollaba la Historia y la sociedad. Como casi todas las vanguardias nació con un panfleto de presentación, el Manifiesto del Futurismo, el 20 de febrero de 1909 en el periódico francés Le Figaro.
El principal ideólogo fue Filippo Tommaso Marinetti, una gran sombra proyectada sobre muchos artistas que iban desde el arte a la literatura o la fotografía. Muchos le siguieron. Uno de ellos fue Fortunato Depero (1892-1960), un artista al que rescata del olvido español (que no italiano) la Fundación March en una exposición que desde el pasado 10 de octubre y hasta el 18 de enero expone lo mejor de este artista que encarnó a la perfección el futurismo que sería utilizado luego por los fascistas italianos para gran parte de los elementos distintivos y propagandísticos. Depero lo abarcó casi todo: pintura, dibujo, ilustración, escultura, arquitecto, diseñador y escritor. Lo que probablemente más haya perdurado haya sido el famoso diseño de la botella Campari, salida de su cabeza. Fue también un pionero de la cultura de masas y el primero en aplicar las reglas de la publicidad a un individuo. Él mismo. La exposición reúne 300 piezas suyas o de otros en gran parte ignoradas por el gran público en España, país donde el futurismo no llegó con tanta fuerza y donde la vanguardia italiana apenas es conocida. No sería por su habilidad para promocionarse: el marketing artístico había nacido.
Entre los que están a su lado figuran el propio Marinetti, gurú del movimiento, así como Balla y Boccioni. Como muchos de ellos, Depero fue polivalente y un creyente de la capacidad del arte para modificar la sociedad. Al igual que el resto de vanguardias que nacían sucesivamente durante la primera mitad del siglo XX, el futurismo tenía el convencimiento de que el arte era una herramienta para transformar la sociedad, y por eso debían hacer promoción y pedagogía. Cuando apareció Mussolini, los futuristas vieron al líder perfecto para modificar esa Italia tradicionalista y abigarrada por otra libre, apasionada y futurista. Por el camino sacrificaron su inocencia y se entregaron en brazos de un gobierno fascista y dictatorial en el que mientras el líder rapado daba arengas en un balcón los matones de camisas negras daban palizas en los callejones. Depero usó su talento al servicio de la propaganda de Mussolini.
Ambos movimientos sellaron un acuerdo que permitía al futurismo tener fondos y carta blanca para desarrollarse, mientras que el segundo ponía a su servicio a expertos que le hicieran la propaganda. Pero eso no supuso que Depero y el resto no cayeran en muchas contradicciones al apoyar a semejante estado totalitario. Depero había llegado al redil al poco de empezar la Primera Guerra Mundial; no fue de los fundadores pero sí de los continuadores. Esa Gran Guerra fue un desastre resultado de una sociedad imperial y que no parecía tener límites en su fuerza y desarrollo. En un principio el futurismo se alegró: la guerra era la esencia de ese poder veloz, era la glorificación de la máquina y la velocidad, incluso de la violencia. Pero Marinetti se perdió en sí mismo, y muchos artistas cayeron en la contienda, como el Boccioni del que hay piezas en la Fundación Juan March. Pero Depero era de ideas fijas: mantendría siempre esos pilares estéticos e ideológicos hasta que muriera en plena posguerra italiana. Parte de su olvido surge del ostracismo parcial al que fue condenado por su pasado mussoliniano.
‘Motociclista, solido in velocitá’ – F. Depero
Depero fue en parte responsable de la decadencia del movimiento, su alineamiento con el fascismo contaminaría para siempre un movimiento que fue muy característico de Italia y de las vanguardias contemporáneas. La exposición de la fundación busca “limpiar” un poco, separar al artista del ciudadano del Fascio para, por lo menos, rescatar su obra. Algo difícil ya que todo artista es su obra y viceversa. Pero el intento está ahí: aparece el Depero que asume el mando tras Marinetti, que crea el llamado “segundo futurismo” a través de ‘Reconstrucción futurista del universo’, un segundo texto refundacional que soñaba con redibujar el universo mismo en virtud de los valores totémicos de su arte. Sobre todo era un futurismo más desligado de la pintura y cercana a otros elementos, como el diseño gráfico, una herramienta vital en una sociedad industrial y de masas que era el caldo de cultivo del futurismo.
Frente al espectador, como suele ser habitual, hay una gran parafernalia decorativa que permite ponerse en situación, pero también pinturas, manifiestos, obras primerizas, retratos, piezas de diseño, escenografías teatrales, esculturas y creaciones que rinden tributo a motos, coches y trenes, las aeropinturas, incluso grabaciones originales en las que Depero recita poemas futuristas. Porque la literatura también tuvo su papel preponderante. Una reconstrucción tardía de un artista cuya obra hoy nos lleva a aquellos algo inocentes años de entreguerras donde todo era posible, sobre todo lo peor. Un tiempo donde las piezas parecen haber dejado cierto rastro naïf y que, seguramente, a los ojos del espectador post-industrial de hoy le recuerdan a la publicidad. ¿Por qué? Pues porque en gran medida futuristas como Depero crearon esa estética en la que nos hemos acunado todos, incluso el pop-art, directamente vinculado visualmente con aquellos futuristas.
‘City escape’ – Depero
¿Qué era el futurismo?
“Un automóvil rugiente, que parece correr sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia”. Con esta frase se definía en 1909 el sello del futurismo, el arte total, el estilo de un siglo basado en la industria, las masas y todo lo totémico y maximalista. Fuerza, velocidad, poder, la hermosura del movimiento, el color, el fin del estatismo artístico. Pero sobre todo fue literatura. Que hayamos abordado sólo la parte plástica no debe hacernos olvidar que Marinetti, el gran padre fundador, fue sobre todo un autor de letras al que seguirían muchos otros a partir de ese manifiesto original de 1909 en Le Figaro. Pero fue sobre todo un movimiento italiano que buscaba romper y quebrar la tradición del arte. Lo revolucionario, la audacia, la velocidad, el valor, el movimiento y la agresividad. Quizás por eso terminó en manos del fascismo. Teóricamente quería exaltar lo sensual, lo nacional, lo agresivo y guerrero, el culto a la máquina, el movimiento, el deporte, lo escandaloso y virulento, telúrico a partir sobre todo de la acción… todo eran máquinas y movimiento, y un punto de ingenuidad. Todo lo anterior explica el atractivo que causó en los fascistas y cómo arrollaron y absorbieron este movimiento a partir de los años 20.
Era arte de acción, justo lo que querían en el Fascio. Fue fundamental para dar pie a otros ismos posteriores: fue el primer movimiento organizado que rompió las fronteras del arte y desbordó desde 1909 hasta el final de la Primera Guerra Mundial y ayudó a abrir camino a todos los demás. Legó, con Depero por medio, gran parte del desarrollo del diseño gráfico del siglo anterior, pero también el lenguaje de movimiento y antiestatismo del cómic. Según Marinetti, había que hacer tabula rasa y empezar de cero. Rompe la métrica en literatura, cambia el léxico y se entrega por completo a lo matemático, todo se plaga de conceptos técnicos, infinitivos deshumanizados y que desarrolla un discurso-rodillo frente a la realidad. Pero también tuvo un lado mucho más siniestro: por motivaciones estéticas se llegó a unos principios que buscaban romper la paz social, y adolecían de una misoginia pasmosa. La guerra era la forma de sanear el mundo decadente de Occidente, aborrece de lo emocional. Otra razón por la que terminó en manos de fascistas, sobre todo porque Marinetti no dudó en ser militante fascista.
‘Bitter Campari’ – Depero
Cartel de exposición de Depero en Nueva York
Coleottero veneziano – Depero