El proyecto BRAIN, presentado con apoyo del gobierno de EEUU, pretende cartografiar al detalle el cerebro humano para poder saber cómo funciona realmente y curar enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson o la epilepsia.

Poco a poco los mitos sobre el cuerpo humano se caen. Mitos porque nadie había dado los pasos correctos para desvelar el funcionamiento, el qué, el cómo y sobre todo, el por qué. Una vez logrado el hito de descifrar el genoma humano ya quedaban pocos retos, salvo el más importante de todos: el cerebro humano. A principios de abril, entre la gran maraña de noticias económicas y políticas que lo inundan todo, y con el pasotismo acostumbrado en los grandes medios españoles, pasó casi sin pena ni gloria (salvo por un extenso reportaje en El Mundo firmado por María Ramírez desde Nueva York) una noticia que podría cambiar la vida de mil millones de personas en el mundo, justo las que están afectadas por algún tipo de enfermedad relacionada con la mente. Era la BRAIN Initiative, un gran proyecto de 100 millones de dólares sostenido por el gobierno de EEUU y decenas de inversores privados. El objetivo es cartografiar el cerebro humano hasta sus últimos recovecos y permitir generar terapias de todo tipo a partir de ese gran mapa.

Detrás de esta iniciativa, presentada con mucha pompa por Barack Obama en la Casa Blanca, hay un científico español, Rafael Yuste, vinculado a la Universidad de Columbia. De él surgió la idea, durante una reunión científica en 2011, de converger esfuerzos entre todos los proyectos sobre neurología y de expertos en nanofísica (comportamiento a escala microscópica) para poder trazar un gran mapa exacto de cómo se comporta el cerebro humano, el órgano fundamental y del que se conoce menos que sobre muchos planetas y estrellas, por ejemplo. El genetista George Church, parte del proyecto Genoma Humano, ayudó a Yuste a encontrar apoyos, como la Fundación Kavli de California, dedicada a la promoción de la investigación científica.

La ocurrencia pasó a manos de la revista ‘Nature’ (la otra grande de ciencia junto con ‘Science’), que también promovió el proyecto hasta que cristalizó con el apoyo y paraguas del gobierno federal de EEUU, dando lugar al ‘Brain Research through Advancing Innovative Neurotechnologies’, es decir, BRAIN. El compromiso de Obama era muy goloso: 100 millones de dólares, una minucia para el mayor país de la Tierra, y una bendición para los investigadores. Eso sí, todavía depende de que el Congreso dé el visto bueno.

La forma de cartografiar es sencilla: con nanosensores, coordinando las técnicas de neuroimagen con el registro de la actividad neuronal con esos sensores mínimos y sondas inalámbricas de fibra óptica implantados en el cerebro. Yuste lo define como una “gran película completa” de toda la actividad cerebral, un diseño dinámico de cómo se piensa, aprende y recuerda para el que se ponen un plazo de 15 años. Esto permitirá averiguar el por qué más importante, el de las enfermedades como el Alzheimer, la epilepsia, el Parkinson y muchas otras que asolan al ser humano. Las palabras de Obama lo eran todo: “Hoy podemos identificar galaxia a años luz, o estudiar partículas más pequeñas que el átomo, pero todavía no hemos desvelado el misterio de las tres libras (1.300 gramos) de materia que tenemos entre las orejas”. Algo parecido a lo que podrían decir muchos oceanógrafos y geólogos, que se quejan de que se sepa más de Próxima Centauri que de la Fosa de las Marianas o del manto interior de la Tierra.

El antecedente es muy claro: el Genoma Humano. Por cada euro invertido las empresas y los gobiernos han sacado 140, una inversión brutal que alimenta la ilusión de este proyecto. El dinero público fue crucial entonces, porque al contrario de lo que muchos piensan, el dinero privado tiene ataques de pánico sucesivos, no se arriesga con la ciencia. El estado sí, y ahí es donde Obama cumple su papel. Otra cuestión es qué se haga con los resultados. Sucesivamente en la historia de la ciencia y la tecnología se han levantado muchos contra avances que iban a domesticarnos y aplastarnos como esclavos: la imprenta, las máquinas de tejer, los motores a vapor, los análisis de sangre y sus categorías, el ADN… todo es, como siempre, relativo a quién utilice esos conocimientos.

Al hacerse públicos se podrían compartir y evitar el fantasma del control mental y de las emociones (amor, odio y posibles “píldoras mágicas” que pudieran promoverlos), hasta la elección de nuestros líderes se podría manipular fácilmente una vez que se conociera el proceso interno de toma de decisiones. Estas opiniones contrarias se dan siempre que se avanza en el conocimiento humano, muchos más que se desvela ese componente de magia romántica que, supuestamente, nos hace más libres a todos. El conocimiento nos hará libres, dice la gran máxima, y se cumple siempre, guste o no. Para asegurarse, tanto Yuste como el resto de científicos han hecho especial hincapié en que el proyecto sea público, se almacene de forma abierta en nubes de datos en la red y se componga una comisión ética y legal que controle su uso.

Aplicaciones reales de BRAIN

Generación tras generación de científicos se han acumulado datos sobre el cerebro humano, pero no hay una estructura o plan sobre el funcionamiento de las cerca de 100.000 millones de neuronas. Yuste, por ejemplo, lleva 26 años estudiando el tema entre EEUU y España, y uno de los frutos de la investigación de BRAIN podría ser la conversión del mapa en imágenes en 3D, algo más realista que una imagen gris que se llena de puntos rojos que son las descargas electroquímicas que producen el funcionamiento de las neuronas. El plan incluye experimentos posteriores con seres humanos, siembre bajo estricto control: se podrían usar enfermos de epilepsia; con ese mapa se podría averiguar dónde surge el ataque epiléptico y por qué se propaga por toda la corteza cerebral. La nanotecnología podría ayudar a curar el Alzheimer al poder localizar y testar las proteínas relacionadas con el origen de la enfermedad. También podría ayudar a la industria informática: un ratón puede almacenar y procesar más información que un ordenador, y con un gasto energético mínimo. Las grandes compañías aspiran a imitar a la naturaleza, y se han comprometido a ayudar y apoyar BRAIN para mejorar sus productos.

El otro proyecto europeo

Human Brian Project (HBP), creado por Henry Makram (Lausana), es el otro gran plan sobre el cerebro humano, en este caso con apoyo de las instituciones y gobiernos europeos y con un presupuesto mayor de 1.000 millones de euros que el BRAIN, que incluye su propio modelo de funcionamiento neuronal y en el que todos los conocimientos actuales sobre las funciones cerebrales se traducen a valores matemáticos, que luego son transferidos a simuladores. El camino seguido es, pues, muy distinto, pero en el futuro los conocimientos que se deriven de ambos serán complementarios y se espera que HBP y BRAIN converjan en algún momento. En el caso europeo es pura investigación científica más que cartografía biológica, y tendrá aplicaciones clínicas en diez años en el campo de las patologías ya mencionadas además del autismo y los síndromes psicológicos. En total serán más de 80 instituciones científicas (algunas de fuera de Europa) las que trabajan en ese cerebro virtual.