Como con la imprenta, el libro electrónico se enfrenta a dos monstruos, los que lo glorifican y los que lo odian; al final no será una cuestión de ganadores y vencidos, sino de la convivencia de soportes. Porque lo que importa es que la gente lea.

 

El eBook da miedo, tanto como a los luditas les daban las primeras má­quinas a vapor, como la impren­ta al clero medieval que veía así perder su monopolio so­bre la producción de libros, o como la televisión al cine y la radio. Al final los hom­bres siguen trabajando en las fábricas, mano a mano con los robots, y también al final la televisión no ha devorado al cine ni a la radio. Eso sí, la imprenta, por pura nece­sidad, borró de la faz de la tierra la producción de libros artesanales. En Estados Unidos el consumo de literatura en libros electrónicos se ha disparado, mientras que en Europa y España sigue estancado, avanzando lentamente. No tiene por qué ser malo: al final de lo que se trata es de leer, el soporte, para el consumidor, es lo de menos, no así para los que han invertido dinero en la fabricación (pero ya no es problema nuestro, ¿no?).

Todos los datos de los primeros años del eBo­ok y las conversaciones con libreros y editores dan como resultado tres conclusiones. Primero, que las editoriales apuestan por el libro electró­nico y grandes grupos como Mondadori o Planeta ya han comprado plataformas o crea­do consorcios para la venta y distribución alrededor del eBook. Segundo, que las pri­meras proyecciones avisan que todavía no es una venta masiva y el público anda algo reticente a mirar una pantalla para leer, a pesar de que la tecnología convierte la superficie del eBook en un remedo del papel impre­so. Tercero, que no importa el soporte en el que esté la literatura o la información, lo que importa es leer más y más y el libro electrónico todavía nos hará más homo lector que homo visual. Uno de los mayores expertos sobre la aplicación educativa y edi­torial del eBook, el profesor Rodríguez de las Heras (Uni­versidad Carlos III), asegura que el miedo es una reacción natural. “No debemos ver el cambio como una fractura de la cultura escrita, porque no hay ruptura sino aumento de la cultura del libro, pero con otra forma.

Todo esto cam­biará la propia definición de qué es un libro y sus rasgos, habrá mucha experimenta­ción y, ciertamente, se cum­ple el gran sueño de la cul­tura libresca de que todo sea comunicación escrita”. Y el cambio implica también la transformación de la propia forma de escribir, “porque ya no hay el corsé de la página en blanco, es un texto que se moldea”. Para él está cla­ro cómo será el futuro: “Esta nueva era será el esplendor de las palabras, se experimenta­rá con nuevos espacios, y ésta será la calve de una nueva forma de creación y también cambiará el concepto de obra. Es la metáfora del jardín, los autores tendrán que cuidar el jardín de su obra”. Es decir, será el adiós de los libreros, con un mercado repartido al 60% (electrónico) y 40% (en papel, pero de calidad), el po­sible fin del libro de bolsillo (será más barato en digital todavía) y la aparición del escritor-jardinero que busca­rá el sello de calidad a la hora de publicar electrónicamen­te. Y más gente que les leerá. Pero todo son profecías, hará falta un par de años para sa­ber por dónde van a ir los ti­ros en realidad y si ese 60-40 no es tan realista.