Crisis, recortes presupuestarios de cientos de millones en el nuevo gobierno de Rajoy, justo donde NO hay que hacerlos,y quejas, muchas quejas, de los científicos, que se han agrupado para sonrojar al Gobierno

El pasado 22 de febrero una re­presentación de los investigadores científicos espa­ñoles de todas las áreas hicieron lo único que podían hacer ante la actual situación de la ciencia en España: quejarse. El anunciado recorte de cientos de millones de euros para la investigación científica por el nuevo gobierno conservador es otra muestra más de que una tierra de artistas y pensadores de la letra no suele dar muchos hombres y mujeres de ciencia. Es el “que inventen ellos” que desprecia a una parte fundamental de la inteligencia humana, la cortedad de miras en un terreno que es el futuro de los países que no quieran ser parias en la Tierra.

El derecho a la pataleta es el la última vía de escape en una demo­cracia, mucho más en un país que hace justo lo contrario de lo que debería. Mientras la reacción en países con tradi­ción científica es aumentar la partida de investigación para encontrar nuevas vías de negocio y de explotación co­mercial de la tecnología y la teoría científica, en España la tijera no respeta nada. Justo mientras se mantienen otras partidas menos productivas; o directamente no se mira qué se cercena, simplemente se pone en marcha la poda­dora sin prestar atención. Se quejaron escribiendo una carta en nombre de más de 2.000 científicos al Presidente del Gobierno, Zapatero, para que supiera en persona, sin ministerios intermediarios, dónde sufren. Cerca de dos mil quinientos investigadores -exactamente 2.463- de 168 instituciones y organismos científicos han suscrito, hasta el momento, la carta, que también fue entregada a la Comisión de Ciencia y Tecno­logía del Congreso, donde se tramita el proyecto de Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación.

Una de las peores lacras que sufre la ciencia en España es que según soplen los vientos sufren vaivenes de todo tipo, desde la organiza­ción a los presupuestos. Más o menos como la educación. Una de las investigadoras que integran esta platafor­ma, Amaya Moro-Martín, ha reclamado que la ciencia en España tenga un respal­do económico continuado. Asimismo, la investigadora ha denunciado la reducción del 90% en el número de nuevas plazas anuales ofertadas para científicos titulares en el CSIC y los problemas que experi­mentan los grupos de trabajo para continuar sus investi­gaciones ante los recortes presupuestarios. Según sus datos, las nuevas plazas para titulares en el Consejo Supe­rior de Investigaciones Cien­tíficas (CSIC) han ido cayendo consecutivamente en los últimos años, de modo que se ha pasado de 250 en 2007; a 202 en 2008; a 50 en 2009 y 26 en 2010.

Todos ellos coinciden en que los recortes presu­puestarios “drásticos” decidi­dos como consecuencia de la crisis económica, del 16% de media y que alcanza el 30% en los organismos públicos de investigación van a provocar “una pérdida de credibilidad y competitividad de la política científica española”, lo que impide “alcanzar un cambio del modelo productivo actual a uno basado en el conoci­miento”. Es decir, el famoso “país Nokia” del que hablan desde hace años, aunque viendo los malos tiempos del gigante finlandés quizás sería mejor pensar un “país Silicon Valley” o “país Apple”. La gran petición es sencilla, poner las bases para un pacto de Estado que “permita planificar a largo plazo los recursos humanos y financieros en investigación”. Porque lo que queda es una reducción brutal y progresiva de capital humano: el CSIC, el Centro Superior de Investiga­ciones Científicas que con­trola toda la ciencia pública, ha caído en serie cada vez mayores. Así, frente a las 250 plazas de 2007, se pasó a 202 en 2008, luego a 50 y des­pués a 26 sólo el año pasado. Eso en un país que genera cada año varias promociones de físicos, ingenieros y quí­micos, por poner un ejemplo.

La plataforma, según informa en su comunicado de prensa, cuenta también con el apoyo de “dos colectivos importan­tísimos”, el de los estudiantes de universidad y de secunda­ria, “porque de ellos saldrán las nuevas generaciones de investigadores españoles”. No se trata sólo de científi­cos, también de personas con familias y sueños.

Muchos de ellos tienen que irse fuera, para prosperar, pero saben que tienen que volver porque la cotización a la Seguridad Social manda muchas ve­ces, y porque sus contratos privados terminan. Algunos de ellos con diez años de trabajo, tienen que pasar por el mismo filtro que un recién licenciado, lo que machaca al novato y humilla al veterano. Se les prometió mucho, pero al volver, se encontraron con que habían abandonado pla­zas fijas en el extranjero con sueldos que duplicaban lo de España, y todo para terminar fuera.