Hay algo intrínsecamente extraño y fascinante en la literatura rusa. Y da igual la época. Es el fatalismo, el sentimentalismo y un extraño y latente humor negro producto de la furia tiránica de un país que no sabe si vive en Occidente o en Oriente, si es europeo o asiático. Un dilema del que ya habló Tolstoi y que se reproduce cíclicamente desde los tiempos de Pedro el Grande. Las tres características son propias de un pueblo y un país que a pesar de su tamaño e importancia actual, siempre fue un ente marginal y aplastado por los vicios humanos del feudalismo y el abuso de poder.
Por Luis Cadenas Borges
El miedo es un acicate como pocos. Todos los que han conocido de cerca la literatura rusa hablan de esa trinidad típicamente nacional: miedo, vodka y té. Y despotismo. El terror a un estado que históricamente es antiliberal y desconfía del pueblo. El propio Voinóvich lo dijo: “El sistema ruso llegó a su fin, pero los rusos permanecieron”. Puro pesimismo, quizás el cuarto pilar del rusian way of life. El mismo pánico irracional que todavía hoy dejan a Grossman (futuro objeto de otro reportaje) fuera del panteón nacional y que aplastó a cualquier otro que no fueran los sagrados Tolstoi, Dostoievski y Chéjov. La sátira inventada por griegos y romanos es un arma de doble filo: bajo el humor se cuela la más devastadora crítica contra el sistema. Por eso es tan eficaz, y por eso Voinóvich es tan importante. Siglos y siglos de vasallaje y servidumbre, de oligarquía, de monopolio del poder sin fisuras, de esa “vena asiática” que siempre han achacado a Rusia, convirtieron a los escritores rusos (y da igual la época) en navajas afiladas que diseccionan su mundo con esa dosis de tres elementos. Y mucha reflexión, y mucha humanidad surgida del dolor de la historia rusa.
Así es como surgen libros como ‘Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin’, de Vladimir Voinóvich, publicado en formato barato por De Bolsillo con traducción de Antonio Samons García. Es una sátira demoledora del sistema estalinista en los albores de la invasión nazi de Rusia. Novela antibelicista, es además la mejor novela satírica rusa del siglo XX. Fue publicada en París en 1974 y durante años estuvo prohibida en la Unión Soviética, aunque circuló clandestinamente. Elementos que le valieron, ya en 2002, recibir el Premio Sajarov creado para los paladines de la libertad en Rusia. La obra más importante de Vladímir Voinóvich (Tayikistán, 1932) compone un preciso retrato de la sociedad a la que ridiculiza, al tiempo que pone en evidencia el absurdo y criminal funcionamiento de la burocracia y de las instituciones bajo el gobierno de Stalin.
Todo gira alrededor del atolondrado y desmañado campesino y soldado Chonkin, enviado a un pueblo perdido para custodiar una avioneta que había aterrizado allí. Olvidado rápidamente por sus superiores, Chonkin se integra en la peculiar vida del pueblo, donde protagoniza un sinfín de escenas hilarantes en compañía de sus estrafalarios vecinos. Pero ante la psicosis provocada por la invasión alemana, la policía política se entera de su existencia y envía un destacamento para arrestarlo por deserción. Y eso sólo es el principio.
Vida turbulenta
Vladimir Nikoláyevich Voinóvich nació en la actual Tayikistán cuando sólo era una parte más de la Unión Soviética, en 1932. No le pilló la Segunda Guerra Mundial para la edad militar de milagro, pero ingresó como soldado del Ejército Rojo en los años 50. Trabajó en Radio Moscú, donde se dio a conocer escribiendo la letra del himno oficial de los astronautas soviéticos. Siempre fue crítico con el gobierno, especialmente con la novela ‘Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin’, que es el eje mismo de este reportaje. Esto le valió la retirada de la ciudadanía soviética. Se vio obligado a exiliarse a Munich, hasta que pudo regresar a su país tras la restitución de la nacionalidad en 1990 por Gorbachov, donde ha sido varias veces premiado y reconocido tras la caída de la URSS.