Será muy difícil verlos en España después de su paso por Salamanca en 2011, pero si tienen dinero vayan a Inglaterra, merece (mucho) la pena ver al Heath Quartet.
FOTOS: Heath Quartet Web – BBC
Hacía tiempo que no abríamos las ventanas para que entrara algo de ese aire pesado con olor a madera, cuerdas, pasillos de mármol y a salas de música europeas. Una atmósfera diferente, más pausada, quizás más rancia para un mundo que olvida muy deprisa lo que ha ocurrido cinco días o cinco minutos antes, que no parece mirar atrás nunca. Pero la música es mucho más que un esquema simplón surgido de la formación no muy sofisticada de cuatro chicos de Liverpool o un grupo de gamberros de Londres o California.
La música es un reposo transcrito a un pentagrama, del cual se pueden hacer mil y una versiones con cada generación. Por eso no se toca a los clásicos, se les reinterpreta una y otra vez. Y nadie es más clásico (y anticlásico a la vez) que Beethoven. La nueva voz que le alumbra es el Heath Quartet, no muy habitual en España, pero que ya pasó en junio del año pasado por algunas ciudades dejando el poso de que son una de las formaciones a tener en cuenta en la interpretación clásica en los próximos años. Por lo menos en lo que respecta a Beethoven y ese microcosmos que son sus cuartetos de cuerda.
El Heath Quartet se fundó en el año 2002 en el Royal Northern College of Music, bajo la dirección de Christopher Rowland y Alasdair Tait, con quienes estudiaron también en el centro Reina Sofía de Madrid. Galardonado con multitud de premios y distinciones, este joven cuarteto de cuerda británico se ha ganado el favor de la crítica especializada por su capacidad para imprimir frescura y contemporaneidad a su interpretación de los grandes clásicos de la música. No se limita a seguir el pentagrama, lo varía, lo reinterpreta, que es la mejor forma de rendir tributo a un compositor como el divino sordo, capaz de romperle las reglas a la música varias veces durante su vida.
A la juventud le unen las ganas de hacer kilómetros en medio mundo, desde la culta Alemania, que ama la música, hasta los EEUU, donde la música es siempre otra cosa. Su experiencia española le rompió los moldes a más de uno, concretamente durante el (¿último?) Festival Internacional de las Artes de Salamanca, adonde acudieron con el ruido de palmas de Calixto Bieito, que se dio el gustazo de traerles cheque en mano para que interpretaran todos los cuartetos de Beethoven en el Museo de la Casa Lis. Las colas dejaron muchos cabreos en la calle, con un reducido grupo de privilegiados dentro. Uno de ellos yo, que lo disfrutó como un enano.
Ellos son, de hecho, nuestra recomendación clásica para este año. Porque el directo es brutal (en ese estilo tan particular que es la música de cuerda – impacientes abstenerse) y porque no sólo de alemanes sordos vive el músico: llevan algún tiempo trabajando con compositores nuevos como Louis Andriessen, Sofia Gubaidulina, Anthony Gilbert y Has Abrahamsen, son habituales de los Proms londinenses y de la BBC 3 Radio, uno de los pilares británicos de esa superioridad cultural que muchos niegan por envidia y pocas ganas de afrontar la realidad española: la educación musical media es poco menos que un chiste.
En su nómina figuran también Steve Mackie y Ligeti, del que han dado buena cuenta del Cuarteto Nº2 entre los vítores de la crítica. Estos cuatro músicos son muy buenos, pero que muy buenos, y eso se nota en la reacción del público, que experto o no se da cuenta de que está ante algo inmenso en su ejecución y que suele ser patrimonio de los músicos cuando están empezando: la fuerza, que suele sustituirse con el tiempo por la técnica. Encontrar ambas cosas a la vez es muy complicado. Mucho. Y rezar para que vuelvan a España, todavía más. Igual haciendo algún sacrificio humano…
Aquella noche en la Casa Lis
Fue hace ya varios meses, pero la impresión sigue siendo la misma; por eso repetimos lo que se publicó en El Corso. Merece la pena. Un lugar: la Casa Lis. Unas partituras: tres cuartetos de cuerda. Un autor: Beethoven. Una excusa: Calixto Bieito y el Festival de las Artes. Un resultado: la magia inmensa de la música, apenas dos violines, una viola y un chelo sirven para justificar todo lo anterior, todo lo que es esta fiesta de las artes que pocos disfrutan, muchos menos entienden y casi todos quieren ajusticiar a toda costa. En tiempos en los que lo material trasciende con creces lo espiritual o lo intelectual, el arte se convierte en un refugio. Brotó “el divino” Beethoven de la Naranja Mecánica en los cuartetos de cuerda en Re Opus 18, en Mi bemol Opus 74 ‘Harp’ y en La menor Opus 132: una maravilla, el mayor disfrute desde que tengo memoria de este festival. Un latigazo en la cabeza para un melómano, como si se reactivara, como si alguien le hubiera reseteado a partir de una interpretación, la del Heath Quartet (Oliver Heath, Cerys Jones, Gary Pomeroy y Christopher Murray, el chelo, al que se le rompió una cuerda de la fuerza que imprimió a un pasaje del cuarteto ‘Harp’: se ganó una ovación) llena de vigor, de frescura. Su maestría se refleja mejor en los movimientos con más fuerza y vida, en los lamentos la música se convierte en un lánguido abrazo. Muchos estudiantes, muchos músicos, muchos melómanos, y la sensación de estar ante un regalo que le han hecho a los que aman la música Contemporáneos, han cogido las partituras sagradas para moldearlas a su gusto, sin excesivo refinamiento académico y sí mucho talento, mucha vida, mucha energía, mucha chispa. Cada pieza es distinta, y siempre la misma a la vez, con el “divino, divino” Beethoven, que diría Alex en ‘La naranja mecánica’.