Pocas ciudades del mundo le deben tanto a un estilo artístico o a un movimiento como Barcelona, fundida entre la ciudad vieja y los ensanches que rellenaron de carne Gaudí, Enric Sagnier o Luis Domènech i Montaner.
Vaya por delante que es complicado abarcarla: BCN, Barna o Barcelona, o la vieja y antiquísima Barcino, la urbe que compite con Marsella, Nápoles, Atenas o Alejandría en ser la cabeza y puerto del Mediterráneo. Barcelona es compleja, está saturada por el turismo de masas, algunas zonas tradicionales se han convertido en parques temáticos para despedidas de soltero, grupos de turistas que parecen rebaños o simplemente curiosos que van y vienen entre manifestaciones, protestas o el jolgorio de antaño, cuando el Barça todavía arrasaba. Y aún así todavía conserva el paso de un estilo artístico que rompió el abismo entre el siglo XIX y el XX para fundirlo a través de nombres como Antoni Gaudí, Enric Sagnier, Josep Vilaseca o Luis Domènech i Montaner, financiado por una burguesía comercial que estaba a años luz por delante de la del resto de España y que soñó ser europea a través de sus gustos y el arte con el que eligieron construir sus casas y su ciudad.
Barcelona no se deja atrapar en un solo viaje. Hay muchas ciudades dentro de ella. Una de las muchas es la que se ha organizado en torno a las rutas modernistas, tantas y tan variadas como unificadas por seguir los pasos, como en los pasos de una procesión pagana y libre, que dejaron los arquitectos que conformaron ese estilo en el filo del 1900, década arriba, década abajo. Así es cómo se desgranan las más de 30 cuentas del rosario, enclaves que van desde el Palau de la Música Catalana y finaliza al Hospital de la Santa Creu i de Sant Pau, pasando por la Casa Sayrach (Diagonal, 423), levantada en 1918 y que imita a Gaudí, la Casa Calvet (Casp, 48), auténtica pieza de Gaudí de 1900, la Casa Pia Batlló (Rambla de Catalunya), de 1896 y construida por Josep Vilaseca; y por supuesto el Palau (Sant Pere Més Alt), de Domènech y Montaner y que finalizó en 1908, convertido en un símbolo barcelonés como lo pueda ser la Sagrada Familia, la gran construcción gaudiana. Pero de la larga lista sólo vamos a escoger apenas algunos puntos.
Palau de la Música
En torno a estas construcciones se ha creado el turismo cultural barcelonés, que tiene dos puntos clave (tristemente masificados) en el Parque Güell (a punto casi de tener que pasar por taquilla para evitar que sea devorado por las masas de turistas y que ha creado polémica en la ciudad porque “se lo han quitado” a los ciudadanos) y la Sagrada Familia, para la que hay que hacer cola para entrar y que ya es parte de una gran feria turística para el extranjero. Porque el modernismo arquitectónico, decorativo y escultórico se unió al urbanismo contemporáneo que rediseñó Barcelona y la dotó de una imagen de marca gracias, en parte, a Antoni Gaudí gracias a su trabajo y al de sus colegas de oficio en la miríada de parques, hospitales y casas privadas que vertebran buena parte del Eixample, la zona nueva y clásica a la vez de una gran ciudad y donde el modernismo tuvo mayor impacto. Los arquitectos proyectaron sus obras allí donde había espacio nuevo y liberado, esos solares destinados a zona residencial alrededor del Paseo de Gracia que unía la vieja ciudad con la nueva.
Por ejemplo, en el número 48 de la calle Balmes se alza otro templo: el Museo del Modernismo (MMCAT), de 1904, del arquitecto Enric Sagnier, el único de Europa dedicado en exclusiva a la variante mediterránea del modernismo. E igual de importante es la Casa Batlló, quizás una de las mejores edificaciones de Gaudí, en la “Manzana de la Discordia” y que es una obra sublime de la particular visión gaudiana que dio fuerza y sentido estético a la ciudad: colores vivos, balcones con forma de máscara, azulejos, madera y más cerámica, son los elementos típicos del modernismo catalán.
El Palau Güell (Nou de la Rambla, 3-5) (foto superior) es la primera obra que Gaudí haría en la ciudad (en la segunda mitad de los 80 del siglo XIX) y que ha sido declarado Bien del Patrimonio Mundial por la UNESCO. Era apenas un treintañero que recibió el encargo de la familia Güell de construir en el Raval (no en el Eixample, fuera de la zona nueva y rica) la residencia privada de este importante clan barcelonés. Es un edificio importante porque anticipa y atestigua muchos de los rasgos gaudianos típicos. Tiene el honor, además, de ser uno de los primeros edificios que seguirán las líneas del Arte Nouveau en todo el mundo, un clásico imitado muchas veces. Entre las pistas que deja está el tejado de veinte chimeneas completamente restauradas en los años 90 y que recuerdan a un bosque de árboles que corona un edificio genial; un ensayo, quizás, de lo que luego llegaría en la azotea de la Pedrera y donde Gaudí usó por primera vez el trencadís de cerámica diferente e irregular que da una apariencia orgánica a la construcción.
El mencionado Palau de la Música es otra estación que sí o sí debe ser vista. Iniciada en 1905 por Luis Domènech i Montaner, es el gran auditorio nacional y tradicional de Cataluña junto con el Liceu una y mil veces reconstruido. Las estrecheces presupuestarias obligaron a encajar el edificio en una cuadrícula compleja y estrecha, pero el resultado es único: junto con la Pedrera está considerado una de las cimas de la arquitectura modernista catalana que se salvó de ser destruido en los años 20. Su fachada sorprende por la policromía y las esculturas de Miquel Blay: dos muchachos y dos ancianos abrazando a una ninfa mientras san Jorge (Sant Jordi) los protege con la bandera catalana ondeando al viento.
Es simplemente un detalle que anticipa la suntuosidad del interior, donde el azulejo es hábilmente utilizado, tanto como la escultura, las vidrieras policromadas y los mosaicos, que son las armas para convertir el interior en un lugar excesivo y que batalla contra la vista del visitante. Y como colofón, al famosa claraboya de vidrio coloreado con forma de campana invertida que es el cénit de la personal obsesión que tenía el arquitecto con la luz. Todo tiene un aire medieval que entroncaba el modernismo con el romanticismo nacionalista catalán y que convirtió el edificio, a pesar de sus enemigos (que los tuvo y lo quisieron tirar abajo), en un símbolo para el país.
La Casa Batlló (Paseo de Gracia, 43) (foto superior) es sin duda uno de los edificios que visualmente más han ayudado a cimentar la marca gaudiana y modernista. Gaudí recibió el encargo de remodelar esta edificio de los 70 decimonónicos allá por 1904, en pleno auge del movimiento artístico y se decidió a recrear el paraíso en aquel edificio. No dejó nada sin tocar, añadió una planta entera, construyó los nuevos sótanos y agrandó el vestíbulo, la escalera (que se asemeja a una estructura ósea que se retuerce sobre sí misma), todo el interior y abandonó para siempre las líneas curvas en las habitaciones: no hay apenas rastro de ellas, todas fueron curvadas. Todo el edificio es un gran oleaje orgánico que sobrecoge por la forma y el color.
La fachada combina la piedra y los elementos orgánicos para crear una estética única en Barcelona, que asciende en movimiento hasta culminara en un tejado que se asemeja a la dorsal de un gran animal épico. Gaudí imprimió en Batlló hasta el último aliento de su portentosa imaginación en formas, colores y proyecciones. Sobre las razones hay de todo: a muchos no se les escapa la obsesión del arquitecto con San Jorge (Sant Jordi) y el dragón, con lo que igual el tejado representa esa bestia y todo el edificio el movimiento de aquel pulso entre hombre y bestia. El interior nace y se organiza en torno a otra obsesión: la luz. Todo es cerámica azulada que se aclara cuando asciende hacia las claraboyas de donde proviene la luz. Gran parte de las modificaciones, como la de los efectos de luz y la ventilación natural diseñada por Gaudí, siguen presentes, no así el mobiliario (también diseñado por él), que se perdió o están en el Museo Nacional de Cataluña.
La Pedrera, sobrenombre de la Casa Milá (en la foto superior), está en la misma vía pero más adelante, en el número 92, y es el otro gran símbolo del arte y el turismo cultural barcelonés. Se trata de un capricho de Pere Milá, casado en segundas nupcias con Rosario Segimón y que fue un dandi de la época, obsesionado con todo lo vanguardista y que sentía adoración por Gaudí. Aceptó el reto del arquitecto y dio luz verde para una gran casa burguesa que fue bautizada como la Pedrera cuando en 1910 se inauguró y los barceloneses se quedaron espantados porque toda la fachada y el penacho del tejado parecían un gran acantilado, una imitación geológica de una gran marea de piedra que ascendía hasta un yelmo semejante al de un caballero militar. Quizás Gaudí encontró aquí el lugar perfecto para dar rienda suelta a su imaginación encastillada y medievalista, orgánica y telúrica al mismo tiempo. Se mantiene el aspecto orgánico de la psique de volúmenes y formas de Gaudí, que diseñó un lugar totalmente curvo sin rectas y que rompía el paisaje urbano como nunca antes.
La ciudad entera se burló del edificio, pero mientras Milá vivió se quedó sin tocar, hasta que a su muerte Rosario cambió bastantes cosas del interior y con los años se dio rienda suelta a la división en apartamentos interna que taparía muchos de los elementos arquitectónicos de Gaudí. La profunda recuperación y restauración de La Pedrera dejó al descubierto muchos elementos que ahora forman parte de un todo cultural: un auditorio en las viejas cocheras y el Espai Gaudí en la buhardilla, donde se expone material del arquitecto y que tiene una planta en forma de 8 que pasmaría a generaciones de arquitectos posteriores. En realidad construyó un edificio-escultura que se adelantó muchos años a su tiempo, un todo unificado que le enlaza con las fantasías de la Sagrada Familia.
Mención aparte, y final, es para la Sagrada Familia, un templo inacabado y que es parte del alma urbana. La construcción arrancó en 1882 y se estima que no será culminada hasta 2026. Gaudí proyectó un total de doce torres (una por cada apóstol), otras cuatro a los Evangelistas y otras dos a Jesús y María, un auténtico erizo de piedra y color que la convierte en una obra única y que debería estar policromada en el exterior para cuando fuera culminada. Para llegar basta seguir la calle Mallorca hasta la entrada principal, esa gran portada que todavía está en construcción; sólo está finalizada la fachada de La Pasión (Calle Sardenya), la única terminada. Más que una catedral piadosa subvencionada por el nacionalismo catalán conservador, o una obra a mayor gloria del catolicismo, es en realidad la obra cumbre, el testimonio vivo, y sobre todo la suma de todas las pulsiones artísticas de Antoni Gaudí.
El arquitecto aseguraba siempre que la Naturaleza es la mejor forjadora y la gran arquitecta, por lo que su catedral gigante es en realidad un homenaje a lo natural. De la misma forma que en estas líneas hemos indicado las formas orgánicas y las similitudes con lo natural de todas las obras de Gaudí, esto no podía ser menos: la Sagrada Familia es la gran imitación de la Naturaleza creada por la mente de este genio, algo que trasciende el simple modernismo para convertirse en la reverencia del arte. Un ejemplo: la bóveda hiperbólica que sustenta el templo y en la que se apoyan decenas de columnas inclinadas que se asemejan a un gran bosque.
Además, toda la construcción estaba pensada para ser un libro de piedra: en los diseños están desde Adán y Eva hasta la Pasión de Cristo, y el edificio entero debía plasmar todo el transcurso del cristianismo para ser “leído” por la gente desde fuera, al viejo estilo medieval pero con un punto de modernidad sobresaliente. Es un templo iniciático y esotérico que entronca la religión con la particular cosmogonía gaudiana y que ha dado a Barcelona un centro turístico de primer orden. Tanto, que mucha gente sólo ha viajado a la ciudad condal para poder pasear por el interior. El que suscribe entre ellos.
Información de utilidad
Palau de la Música. Realizan visitas guiadas cada día a la sala de conciertos modernista y dependiendo la disponibilidad a la Sala Lluís Millet y a la Sala de Música de Cámara. Precio: adultos 12€; estudiantes, jubilados y grupos superiores a 25 personas 10€; 20% con Barcelona Card, Bus Turístic y Ruta del Modernismo. Visitas de 50 min. 10.00-19.00 julio y agosto y 10.00-15.30 septiembre a junio.
Casa Batlló. Horario: lunes a domingo 9.00-20.00. Precio de entrada: 17,80€, los menores de 6 años entran gratis y el precio incluye una audioguía. http://www.casabatllo.es
Museo Modernista. Lunes a sábados 10.00-20.00 y domingos 10.00-14.00. Precio de entrada: 10€. http://www.casabatllo.com
Sagrada Familia. La entrada: general 12€; jubilados, estudiantes y menores de 18 años 10€; gratuita para menores de 10 años, discapacitados (65%) y su acompañante. Combinada con la Casa-Museo Gaudí del Parc Güell, 2€ más. Abr-sep: 9.00-20.00. Oct-mar: 9.00-18.00. http://www.sagradafamilia.cat