Hay una razón por la cual no hay ice­bergs flotando frente a las costas de La Coruña un día de principios de enero… (no es broma): la Corriente del Golfo. Es un poco exagerado pero no deja de ser cierto que de no exis­tir esta corriente de agua ca­liente en el Atlántico Norte el clima del oeste y noroeste de Europa sería muy pareci­do al de las costas siberianas.

Desde hace varios años se teme la desaparición o freno de laCorriente del Golfo que suaviza el clima del oeste y norte de Europa haciéndola más habitable

Su funcionamiento y efectos (ver anexo sobre su sistema de circulación) convierte las islas Lofoten, por ejemplo, en un lugar apto para la vida humana y no un peñasco aplastado por hielos polares perpetuos. Las razones para que el hemisferio norte at­lántico tenga esta bendición que afecta a Groenlandia, Islandia, las Islas Británicas, Noruega y el Mar del Norte, así como (en menor medida) la costa portuguesa, gallega y cantábrica, hay que buscarla en los vientos globales, sobre todo en el ciclo eólico del he­misferio norte que influye en las aguas atlánticas, con una alta salinidad que ayuda (y mucho) a que la corriente o “Gulfstream” no desaparezca.

De alterarse el nivel del agua, su salinidad o los vientos (a lo que hay que añadir la rotación de la Tierra como otro factor más) el clima de la Europa oc­cidental y de la costa oriental de Estados Unidos y Canadá cambiaría para enfriarse. Y entonces surgiría ese terror atávico de muchos especia­listas y agoreros del clima: en lugar de más calor y sequedad, una mini era glacial costera para la zona más industriali­zada y desarrollada del mun­do. Desde que en la agenda mundial entrara el cambio climático con fuerza ha habi­do todo tipo de mitología al respecto, pero, por ahora, el temido deshielo de Groenlan­dia y la alteración siguiente de la corriente no han provoca­do cambios. Por ahora. A cau­sa del calentamiento global, se producen más deshielos en el Ártico y fluye, por lo tanto, más agua dulce hacia el At­lántico Norte.

Si esto conti­núa, en un momento dado sus aguas ya no tendrían el nivel salino necesario (y por tanto densidad) como para seguir su camino en las profundidades y luego ascender. Groenlandia es pues la clave, tanto o más que el resto del casquete polar del Norte. El cambio no sería brusco y apocalíptico como en la película ‘El día de maña­na’, sino que se prolongarían durante unos 100 años. La temperatura bajaría gradual­mente, muchas especies ani­males y vegetales desaparece­rían del oeste europeo y vivir en la costa sería más duro que ahora. No obstante, el factor fundamental de la corriente es el viento, y éste no cambia por el calentamiento, así que quizás mucha gente se esté ahogando en un vaso de agua. Como apunte, el último fre­nazo de la corriente coincide con el fuerte descenso de las temperaturas que hubo en Europa entre los siglos XVI y XIX, la “Pequeña Edad del Hielo” que aisló Groenlan­dia, Islandia y las islas nórdi­cas del resto del mundo. Así pues, será cuestión de esperar y mirar al horizonte desde Fi­nisterre.

Circulación de la Corriente

La corriente del Golfo es una corriente oceánica de baja pro­fundidad que desplaza una gran masa de agua cálida procedente del golfo de México y que se diri­ge al Atlántico Norte. Alcanza una profundidad de unos 100 metros y una anchura de más de 1000 km en gran parte de su larga trayecto­ria. Se desplaza a 1,8 m/s aproxi­madamente y su caudal es enor­me: unos 80 millones de m•/s. La circulación de esta corriente asegura a Europa un clima cálido para la latitud en que se encuen­tra e impide la excesiva aridez en las zonas atravesadas por los tró­picos en las costas caribeñas y de­termina en buena parte la flora y la fauna marina de los lugares por los que pasa. El descubrimiento por parte de los europeos de la corriente del Golfo data de 1513, año de la expedición de Ponce de León, una herramienta perfecta para ser usada por los navegantes españoles en el viaje de ida y vuel­ta al Caribe. Pero el primero que sistematizó su funcionamiento fue Benjamin Franklin en 1786 en su obra ‘Sundry Maritime Observa­tions’, que además trazó el primer mapa oficial.