Rammstein, con una m de más que el nombre de la población alemana (base americana y escenario de un espantoso accidente aéreo durante una exhibición), es una de esas imágenes de marca que tie­ne Alemania, más o menos a la altura de la Volkswagen, las bratwurst, los gastarbeiter turcos o kurdos, el Bayer de Munich o la torturada Puerta de Brandemburgo. Es música heavy, pero también algo más que música: “Kultur und Herausforderung”: Rammstein es sobre todo la cultura de la provocación pasada de rosca.

Por Luis Cadenas

A Alemania le pasa algo con la música: si el padre me­tafórico del arte es Beethoven y su Novena Sinfonía, más adelante fueron igualmen­te fundamentales Wagner y sus soliloquios mitológicos, pero también las canciones del cabaret de Entreguerras y ahora Rammstein, a la que se le pueden poner mil eti­quetas (metal industrial, neue Deutsche Härte, metal alter­nativo, progresivo o simple­mente “heavy para masas algo aborregadas”, Solana dixit). Pero en el fondo, ocho discos después, no deja de ser músi­ca con un punto lírico y mu­cha provocación tan medida como en farmacia. Ramm­stein, formado por Till Lin­demann (voz), Richard Krus­pe (guitarra), Oliver Riedel (bajo), C. Schneider (bate­ría), Paul Landers (guitarra) y Franz Lorenz (teclados), no deja de ser un subproducto de la reunificación alemana en 1990, porque todos ellos son hijos renegados de la extinta RDA.

Nadie mejor que ellos para irse pues al margen mis­mo de lo legalmente posible (los vídeos son auténticos ór­dagos en más de una ocasión, como el de ‘Mein teil’). Es el medio camino en el que to­dos se sienten cómodos sien­do provocados, ese punto de fuga de la olla a presión ñoña, edulcorada y Disney en que se ha convertido el pop y todo lo que se asocia a las radio­fórmulas. Y eso que Ramm­stein aparece en ellas, pero como una de esas olas pica­das y pasajeras que te lanzan contra las rocas y que luego no vuelven. Es diferente por dos motivos: cantan casi ex­clusivamente en alemán y su juego de provocación sexual, que cobró fuerza cuando la dimensión política se les fue de las manos. En Alemania cualquier sospecha de nazis­mo es triturada de inmediato por los medios y las autori­dades, deseosas de no volver jamás a abrir la caja de Pan­dora. Siendo un grupo de ex­trema izquierda en sus inicios, Rammstein tuvo que hacer acto de fe antifascista desde sus primeros discos e incluso compusieron una canción al respecto, ‘Links 2, 3, 4’, en 2001.

Una vez cerrada esa vía abrieron la del sexo y lo po­líticamente incorrecto, pero siempre sin banalidades que hicieran sospechar. Así fue cómo se ganaron cientos de miles de seguidores en todo el mundo, principalmente en Europa y Estados Unidos, pero también en México y Rusia, donde compusieron ‘Moskau’ para el disco ‘Rei­se, reise’. Muchos de sus fans han usado a Rammstein como cortina de humo para muchos de sus desvaríos, lo cual es muy bueno publicitariamente pero deja la imagen del gru­po por los suelos. Más allá de todo está el show montada alrededor de su música, que ha ganado en sofisticación y popularidad a la vez que per­día la energía metalera del principio: menos heavy, más rock al uso con mucho ruido de fondo y más espectáculo. Algo que el alma del pentá­culo, Till Lindemann ha de­finido tanzmetall (metal para bailar) donde el lirismo de las letras es fundamental, desde la amistad al amor no corres­pondido, la pasión sexual (in­cluyendo el sadomasoquismo y el canibalismo como guiños cómplices contra la censu­ra) y el amor por la poesía de Goethe, por ejemplo.

Es el sino de todas las bandas que triunfan, aunque parece que a Rammstein le queda cuerda, y no deja de experimentar en cada disco, quizás alejándose del sonido que les dio fuerza en Alemania. Eso sí, para los amigos de las etiquetas, que conste que las divergencias entre canciones como ‘Te quiero puta’ (tal cual, en es­pañol) u otras como ‘Ohne dich’ hacen muy complicado ponerse de acuerdo en qué es Rammstein: dejémoslo en este tanzmetall. La música, para Rammstein, pareciera el medio, o el instrumento, o el pretexto para enardecer o dejar en estado de shock, si bien con cada numerito el lis­tón está más alto y a las masas les gusta que les sorprendan.

En el escenario los músicos utilizan penes de plástico, acomodados sobre sus ropas, que escupen líquidos hacia el público; lanzallamas, si­mulación de escenas de sexo en directo, iconografía donde el cuero es el rey y la ambi­güedad total por montera. Es una huella más de una cultura como la alemana que ha cam­biado tanto que ya es difícil ver y reconocer en ella ciertos rasgos que la hicieron la vara de medir intelectual del mun­do. Ya no están los judíos, y eso se nota, pero quedan los cortes de mangas culturales que dan grupos como Ramm­stein, una bocanada de aire fresco en forma de ventolera que en su último disco, ‘Liebe is fûr alle da’ (“El amor está ahí para todos”) incluye un doble carpado en forma de vídeo “pixelado” con escenas de sexo en directo. Suena a rizar el rizo, a ir más allá para alimentar a ese público que siempre quiere más. Más de doce millones de copias ven­didas de sus ocho discos de estudio y grabados en directo dan para mucho. Y un puña­do de canciones: ‘Du hast’ o ‘Heirate mich’, que les lan­zó definitivamente a partir de una escena antológica de ‘Carretera perdida’ de David Lynch, pero también ‘Engel’, ‘Mein herz brennt’, ‘Mutter’, ‘Keine lust’, ‘Amerika’, ‘Mor­genstern’, ‘Ohne dich’, ‘Ben­zin’ y ese elogio de sí mismos que es el disco en directo ‘Vo­lkerball’.

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