Hoy hace 50 años que Sean Connery dijo por primera vez eso de “Bond, James Bond”, abriendo en el género de acción toda una franquicia y una forma de entender el cine con testosterona: con estilo, pero igual de masculino.
Bond nació de las novelas de un antiguo espía y funcionario británico de la Segunda Guerra Mundial, Ian Flemming, que quería que Christopher Lee, su primo, fuera el intérprete de las películas. Al final los Broccoli (productores de la franquicia) decidieron que sería aquel escocés espigado y elegante, de sonrisa irónica y voz profunda. Espía británico que transpiraba elegancia, que no sudaba, que no se despeinaba, que era impasible ante la muerte y los villanos. Un éxito que se traduce en que cada 5 de octubre es ya el Día Mundial de James Bond.
Las cifras de la saga son brutales: 23 películas (contando la última, ‘Skyfall’), más de 1.500 millones de espectadores y más de 1.200 millones de dólares acumulados en recaudación. Un éxito que MGM explotó a fondo hasta que la bancarrota hizo que se repartiera parte del pastel. Una saga que casi muere en los 80 y luego a principios de siglo, pero que se recuperó cambiando al actor y varios temas de básicos. Porque aunque sigue siendo Bond, lo cierto es que ya no estamos en los 60: ni Gran Bretaña es ya lo que era ni la gente se lo cree del todo.
Todo empezaría en 1953, cuando Flemming creó este personaje para su novela ‘Casino Royale’. A partir de ahí llegaron doce novelas largas y otras nueve cortas que fueron adaptadas al cine, desde ‘Moonraker’ a ‘El hombre de la pistola de oro’. Pero la primera película no fue la original, sino una pequeña adaptación. Todos los ingredientes esenciales estaban ya en ‘James Bond contra el Doctor No’ (5 de octubre de 1962), desde la fascinación por la tecnología al Aston Martin plateado, el aroma british en todo lo que rodea al personaje, los villanos más cerca del cómic que de la realidad, la violencia sucinta y sutil, el humor negro, la incorrección política, la licencia para matar, el mito del servicio secreto británico y por supuesto las chicas Bond, una forma muy sofisticada de machismo que ha caracterizado a la saga hayan o no cambiado los tiempos. La primera fue Ursula Andress, que convirtió el bikini en parte del simbolismo universal con aquella salida de las aguas al estilo clásico de Venus.
Sean Connery construyó su carrera alrededor del mito, hasta que se hartó y lo dejó. Llegó el efímero George Lazemby, al que le tocó el mal trago de ser el único en casarse y enviudar en la misma película. Luego llegó otro legendario, Roger Moore, que durante una década fue un Bond más inglés, más filibustero y socarrón que los anteriores. Harto, lo dejó a favor de un actor con formación clásica, Timothy Dalton, que casi se carga al personaje con tanta cara shakesperiana. Y llegó la resurrección contemporánea con Pierce Brosnan primero y con Daniel Craig, el primer Bond rubio, más escueto, austero, duro y violento que cualquier otro. Sobre quién ha sido el mejor es casi imposible ponerse de acuerdo: unos dicen que Connery por ser el original, otros que Moore por ser el más británico de todos, y las nuevas generaciones se quedan con el cara de piedra y ultraviril Craig.