Después de años de custodia y mimo del mayor ecosistema autónomo del mundo, resulta que el enemigo del mayor organismo vivo de la Tierra son los insecticidas.

Desde 1981 la inmensa formación de miles de kilómetros de coral que se extiende a lo largo de la costa oriental (más poblada) de Australia es patrimonio de toda la Humanidad, lo que da cierta idea de su importancia. Es un lugar único, no tanto por su composición (arrecifes de coral los hay en muchos mares y costas del mundo) sino por sus dimensiones: 2.400 kilómetros y el equivalente a casi 35 millones de hectáreas de superficie que crean una especie de segundo mar costero en la costa australiana, quizás uno de los lugares más fértiles y privilegiados de la Tierra. A veces se le considera, como es arrecife coralino, como el ser vivo más grande del mundo.

Sin embargo es una gran orquesta biológica de miles y miles de especies que han formado su ecosistema marino de baja profundidad a partir de una idea sencilla: el coral, acumulado durante millones de años. Cada coral se asienta sobre los restos fósiles de anteriores generaciones, en un proceso de acumulación desde el fondo marino que ha hecho crecer en altura y masa total a toda la Gran Barrera. Es la suma de millones y millones de seres vivos, de generaciones que se amontonan para crear algo nuevo. Cuando se quiere acelerar el proceso o crear nuevos ecosistemas, por ejemplo, se hunden barcos viejos que sirvan de base para futuros nuevos corales, algo que se ha hecho en algunas zonas de Australia, pero también en España con frecuencia.

Durante décadas la Unesco y el Gobierno australiano se han afanado para proteger el paraíso submarino y muchos otros ecosistemas ligados, como el costero oriental de la isla-continente. Es una forma de cuidar un patrimonio que genera biodiversidad, turismo y forma parte del legado de los australianos. Primero fue la protección frente a la explotación pesquera, luego determinado tipo de transportes, pero por mucho que se hiciera el problema final ha venido por algo tan nimio como los insecticidas y pesticidas usados en los campos australianos. Un reciente estudio oficial, derivado de las denuncias de asociaciones ecologistas y de investigadores que analizan la calidad del agua en la zona, ha puesto en entredicho el futuro de la formación coralina si persiste la amenaza química de estos compuestos. Como en todos los países del mundo, muchos de los residuos producidos por la agricultura acaba derivando hacia el mar, el mismo que recibe a espuertas esos compuestos químicos. Hasta un 12% de los campesinos y grandes empresas del campo australiano utilizan compuestos que son altamente contaminantes. Y los peor no es que desagüe en la costa, es que han llegado incluso a la zona, a unos 60 kilómetros de la costa.

Cuando los pesticidas se asientan en el fondo, en este caso sobre el coral, lo corroen y lo envenenan, de tal forma que poco a poco destruyen ese legado de millones de años. Otra forma de acabar con él es sirviendo de nutriente externo de la vegetación del fondo marino que, al crecer acaba por desplazar al coral o taparlo, con lo que también puede eliminarlo, siempre según la Academia de Ciencias australiana. Queensland, el estado que domina parte de la Gran Barrera, es uno de los mayores productores agrícolas del país, y el uso de pesticidas, herbicidas y fertilizantes sintéticos es masivo y habitual; cualquier cambio de postura al respecto podría poner en peligro el sustento económico de esa parte del país, pero es obvio que hace falta una solución a medio y largo plazo. Incluso los que menos daño hacen son también un peligro para organismos tan sensibles como el coral. El informe gubernamental acusa al sector agrícola en general pero apunta directamente a una parte del mismo en concreto, la industria azucarera, muy criticada también en Europa por su alto coste contaminante; en Australia se cultiva la caña de azúcar, sobre todo en la zona norte. Los agricultores se defienden, y lo hacen alegando que si alguien tiene alguna forma más fácil de cultivar en masa sin ser atacados por las plagas, que lo digan, porque si no las opciones no son viables. Además, afirman que el informe se basa en datos antiguos y que ha habido un cambio significativo, cosa que el Gobierno ha reconocido. Es aquí donde se llega a ese punto muerto peligroso, puesto que mientras se mantenga la situación la Gran Barrera seguirá sufriendo todo tipo de agresiones, especialmente la química, tan silenciosa como difícil de evitar.

Descubrir “el organismo vivo” más grande del planeta

Descubierta por el Capitán James Cook, al encallar en el arrecife el 11 de junio de 1770, la Gran Barrera de Coral es el arrecife coralino más grande de la Tierra. En 1981 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y el equilibrio de gran parte de sus 34.870.000 hectáreas está protegido por el Parque Marino de la Gran Barrera de Coral. Es un laberinto de 2.900 islas y arrecifes individuales que se extiende 2.300 km a lo largo de la costa oriental australiana, y es visible desde el espacio por su cercanía a la superficie del mar. A menudo se le conoce como el ser vivo animal más grande del mundo aunque, en realidad, está formada muchas colonias de corales. La Gran Barrera de Coral tiene una transparencia que alcanza una visibilidad de más de 50 metros. Se compone por más de 3.000 arrecifes distintos y es el hogar de un sinfín de especies: unas 1.500 de peces, más de 4.000 de moluscos, 200 de aves, 1.500 de esponjas, 500 de algas, seis de tortugas y unas 400 de coral. 

También es el refugio de algunas especies en peligro de extinción, como el dugongo y la gran tortuga verde.