‘Vida y muerte de la República Española’ no es un libro cualquiera, es el testimonio directo, riguroso y vivo de la Guerra Civil del británico Henry Buckley, un texto perdido y recuperado para las nuevas generaciones.

Henry Buckley fue testigo de excepción de una década crucial en la historia española, desde su llegada a Madrid en 1929, cuando sólo es un periodista principiante, hasta que atraviesa los Pirineos en 1939 con los restos del ejército republicano, convertido ya en corresponsal curtido. Siempre objetivo, Buckley vive en primera persona las convulsiones sociales, las pugnas políticas y los enfrentamientos bélicos que determinaron el futuro del país. ‘Vida y muerte de la República Española’ es un relato periodístico de una época y de sus protagonistas, y desde su publicación en Londres en 1940 ha sido fuente inagotable de información para los historiadores.

Cuando Henry Buckley cruzó los Pirineos en 1939 con los restos de las derrotadas fuerzas republicanas españolas, llevaba informando diez años desde España, fue testigo de las grandes batallas de la Guerra Civil y se ganó la reputación de ser el mejor corresponsal extranjero de los que cubrieron el conflicto. Frustrado por el horror que había visto, por la negativa de Gran Bretaña para ayudar a la República, y hastiado de su religión católica al ver cómo la Iglesia pactaba con los fascistas, decidió reunir y escribir sus recuerdos en este libro. Pero la vida iba a dar un gran giro: cuando ya estuvo preparado los alemanes bombardeaban Londres y el almacén donde estaban las copias de la publicación ardió bajo las bombas. Se perdió todo salvo unos cuantos ejemplares, que se convirtieron en joyas de coleccionista. 

Henry Buckley

Sin embargo el texto se recuperó y se publicó muchos años más tarde en inglés, luego en español. Este mismo mes ha aparecido una nueva versión inglesa con el prólogo de Paul Preston, y luego también en español. “Hay miles de libros sobre la Guerra Civil española y yo lo pondría entre los cinco mejores. Es un libro maravilloso”, dijo el historiador Paul Preston, profesor de estudios hispánicos en la London School of Economics. “Es la culminación de una larga lucha para sacarlo a la luz”.

Este libro reaparece para ser otro eslabón más de la cadena de ensayos históricos que despiertan el interés internacional sobre la Guerra Civil que otros se empeñan en sepultar en el olvido en España. Hay que sumar este gran libro a la visión de Antony Beevor sobre la guerra, al libro de Preston ‘El holocausto español’, las reediciones de ‘Homenaje a Cataluña’ de George Orwell o los libros sobre los brigadistas internacionales como ‘Homenaje a Caledonia’, de Daniel Gray, sobre los escoceses que lucharon y murieron en el frente.

 

Texto de referencia

El libro es una fuente inagotable de datos, ambientes y ficciones para historiadores, escritores y lectores con interés por esta etapa de la Historia española y europea. En él se atisba la enorme compasión que sentía Buckley por los españoles más desfavorecidos, esos pobres que sobrevivían a duras penas en un país de tintes feudales donde los ricos, los militares y la Iglesia regulaban y estrangulaban a todos por igual. También es perceptible el asco contra su propio gobierno británico por no ayudar al gobierno electo republicano con armas y diplomacia. Ese mismo status quo que luego usarían infructuosamente con el Tercer Reich y que alentó a Hitler. Es más, en una frase que se recoge en el libro queda claro que adivina la Segunda Guerra Mundial: “En esta tragedia española está envuelto la colapso de toda la democracia occidental y, me temo, marca la escena inicial de una tragedia mayor en la que se verá involucrado nuestro Imperio británico”.

 

 

Buckley tuvo compañeros de viaje increíbles: nada menos que Robert Capa y Ernest Hemingway, con los que deambuló por los frentes españoles jugándose el cuello en más de una ocasión, siguiendo a las Brigadas Internacionales y viendo morir a muchos amigos, como Dick Sheepshanks, pionero reportero de Reuters. También conoció de primera mano a Dolores Ibárruri y a todos los principales personajes del bando republicano. Como dijo Preston, “tenía un conocimiento profundo del país en el que vivía […]. Te haces una idea real de la España de los años 30”. Y eso le dejó huella. Por ejemplo con sus frases contra su propia religión católica:  “Toda mi simpatía estaba con las masas de gente. Estaba impactado y horrorizado por la pobreza de los campesinos. La brutalidad de la policía y los guardias civiles. No podría reconciliarme con esta religión”.

Otras frases hablan de la guerra y de su experiencia: siempre deja bromas en las que quita hierro a su paso por los frentes, obsesionado quizás con no aparentar ser el héroe viril que sí quería ser Hemingway, que le consideraba un débil con ataques de valentía. Él era diferente: “Vi las bombas de aluminio brillar con el reflejo del sol mientras caían. Es una sensación horrible verlas descender. Cada bomba parecía dirigirse justo hacia ti aunque en realidad cayese a 500 yardas (457 metros)”. Él no era el protagonista, sí la gente, y las atrocidades: relata sin miramientos las víctimas civiles que dejaba la guerra, los fusilamientos de ambos bandos, las ejecuciones y las traiciones políticas que llevaban a la autodestrucción de la República. Su huella quedó en los frentes de Madrid, en la Batalla del Ebro y en Barcelona. También en su vida: se casó con una española a la que conoció en esta última ciudad.

Tras la victoria de Franco, Buckley huyó hacia Francia con los refugiados; allí los dejó, como apestados por los franceses. Entonces viajó a Berlín para cubrir la eclosión final del nazismo en el poder y más tarde a Lisboa. Para cubrir la Segunda Guerra Mundial dejó atrás su querido Daily Telegraph y abrazó a Reuters, para la que escribió su visión de la guerra, especialmente en la campaña italiana y la carnicería de la Batalla de Anzio y el avance lento y costoso hacia Roma. Luego, con la paz, regresó a España por su experiencia con el idioma y el país y le tocó vivir la durísima posguerra en directo hasta que en los años 60 se retiró para vivir en Sitges. Por desgracia no llegó a ver la restauración democrática: falleció en 1972.

Paul Preston