La Escuela tiene un papel fundamental a la hora de iniciar a la lectura, de abrir a los menores las puertas de la literatura, de evitar que se pierdan lectores. Extenso reportaje de Sebastián Baeza.
Por Sebastián Baeza
Sostengo que la escuela continúa en el tiempo actual siendo vital para la pervivencia de la literatura infantil y juvenil. Hoy se hacen afirmaciones parecidas, en apariencia sólidas y que la tozudez del ser humano, o de la realidad, las llena rápidamente de aluminosis. Ejemplo: el euro es uno, indivisible y cuasi eterno (por un lado) contra este mes de junio con el abandono de Grecia y el posible corralito hispano (por otro).
Pero yo lo mantengo en base a que el sujeto principal de mi “historia” es menos volátil que la economía, y es “el ser humano”. A pesar de la supervelocidad de los cambios externos, la evolución interna humana es pausada y con un reloj a escala cósmica. Es cierto que vivimos en un mundo audiovisual, con múltiples tipologías de lenguaje para comunicarnos, sin embargo nuestros instrumentos se basan en la palabra escrita y en ese camino van las herramientas que el mundo educativo proporciona.
Debemos aceptar que hoy no tenemos asideros estables que nos ayuden en este proceso, al contrario, hay que hacer frente a una continua caída de ciertos valores. Estoy convencido de que ya es demasiada la responsabilidad que la sociedad deja en manos de los docentes. La mayor parte de los padres les ceden los hijos, sin más, para que los eduquen, y la Administración educativa los recoge y crea el currículo necesario para llevar a cabo dicho acto. Pero el mundo actual parece que va por otros caminos. La escuela ya no es el centro de la sabiduría, ni mucho menos. Ha dejado de ser la guardiana del conocimiento, que se le ha escapado por otros caminos.
Porque la escuela nos da una enorme posibilidad de activar el contacto y el diálogo humano por medio de sus múltiples actividades. Pep Durán, trajinante de cuentos según se define él mismo, mantiene que el acto de leer depende básicamente de la decisión de leer, y dónde mejor esa acción que en el aula para comprender el mundo que rodea al niño y al adolescente. El primer problema a resolver estriba en que tenemos la herramienta (la palabra), pero no el aprendizaje necesario para usarla adecuadamente. La palabra es esencial para el acto educativo y formativo. Hablamos y nos comunicamos, pero cuando pretendemos fijar la idea necesitamos la palabra hablada o la palabra escrita. Aquí es donde interviene la escuela, que es capaz de dirigir el aprendizaje en el terreno de la literatura.
¿Qué es la literatura?: un mundo de sentimientos e historias que transmiten emociones y conocimiento. Su instrumento básico, ya se ha dicho, es la palabra. Por ello podemos hablar de literatura oral y literatura escrita. Para ambas el docente reflexiona, experimenta, innova en tres frentes: la animación a la lectura, la creación literaria y el cómo y para qué animar a leer. Llegado a este punto es preciso no dejar pasar algo: no debemos olvidar que es en el aula, casi de forma exclusiva, donde se establece la iniciación de los dos pilares fundamentales: aprender a leer y a escribir. Aquí mi experiencia personal se ha mantenido de forma invariable a lo largo de los años: si esos fundamentos son adquiridos con rigor, inundando suavemente más que encharcando la mente infantil, sin sensaciones forzadas y sí con ritmo adaptado a cada uno, entonces sólo quedarán un par de peldaños hasta que el niño/adolescente pueda caminar sólo por un paisaje sin límites en los libros.
La literatura en la Escuela es un vehículo esencial en la formación. La Historia lo demuestra con el tiempo, aunque hay que eliminar la idea de reducirlo todo al ámbito del lenguaje. Cualquier conocimiento tiene hoy como soporte la letra y la palabra, independiente del vehículo que las transporte. Es preciso que los maestros y profesores tengan la capacidad y los instrumentos para filtrar y dejarles a los chicos sólo lo bueno. También las familias, que deben ser aliadas principales de las escuelas en los proyectos de fomento de la lectura; ellas son el primer eslabón de la cadena y pueden afianzar y desarrollar el hábito lector. Las editoriales nos abruman con libros y colecciones, y el marketing nos lo colorea de bonito, pero ¿cómo separar la paja del grano?, ¿qué libros transmiten los valores adecuados?, ¿es sexista la literatura infantil?…
No es cierto que la literatura infantil sea un fenómeno moderno y consumista. Su origen está en la tradición oral, pero los cuentos de Perrault significan la primera literatura ganada para el niño, seguida por el Pinocho de Collodi. Tampoco es cierto que toda la literatura infantil esté instrumentalizada. Sí podríamos incluir aquí bastantes libros que se produjeron para la escuela en los siglos XVIII y XIX y algunos de los actuales, pero también hay que decir que son más “libros” que literatura y buscan despertar intereses didácticos concretos. Sin embargo hay otra literatura, que dirigida al lector joven, transmite valores y realidades semejantes al mundo adulto: no sería bueno el despreciarla por no estar incluida en lo “clásico”. Aunque ello no justifica la validez de todo lo que se produce en “literatura infantil” (anualmente aparecen unos 5.000 títulos de literatura dirigida al niño y al joven).