Publicamos este post justo en la fecha, y casi la hora concreta, de la llegada de Marty McFly con el Delorean desde el pasado. Pegados al mito de los años 80, pero lo cierto es que de la profecía optimista de ‘Regreso al Futuro II’ poco hay real.

Todos los medios del mundo se devanan los sesos comparando lo que prometió la película con la realidad. Es un error: ninguna profecía de ciencia-ficción, distópica o positiva, se cumple jamás, y de eso saben muchos todos los escritores que durante la posguerra creyeron que en el año 2001 viviríamos en ciudades en el cielo. Pues no, nada de lo prometido se ha cumplido, así que no queda más remedio que reconvertir una efeméride bastante agradable en un recordatorio de lo que supuso la trilogía de ‘Regreso al Futuro’.

‘Regreso al Futuro’ tiene tres méritos propios. Primero: fue la consagración de un director de cine clave para la industria de Hollywood en los 80 y 90, Robert Zemeckis; de no haber funcionado nos habríamos perdido a uno de los últimos que supo unificar pirotecnia y efectos con guiones decentes. Segundo: también fue la consagración de un icono de los 80, Michael J. Fox, que llevaba mucho tiempo de éxito en la televisión y dio el salto después de un par de películas para adolescentes como ‘Teen Wolf’. Cuando terminaron los tres filmes al arranca la década de los 90 Fox ya era una estrella de la industria y pudo elegir. Él mismo confesaba no hace mucho que regularmente le llegan cheques por derechos de imagen de las ventas en DVD o derivados.

Las tres fechas clave de la trilogía antes de la etapa final

Y tercero: la ciencia-ficción tuvo un ejemplo positivo, edulcorado y menos sombrío que el resto de modelos del género que poblaban el cine. No hay que olvidar que compartió década con ‘Blade Runner’, la saga Alien, la nunca suficientemente reivindicada ‘Atmósfera Zero’ y toda la gran ola de ciencia-ficción distópica de la época. Incluso ‘Robocop’, de 1987, dirigida por Paul Verhoeven, dejó el listón del futuro oscuro bastante alto. Precisamente por eso tuvo tanto éxito: Zemeckis abrió la ventana para que entrara un poco de aire fresco y se aseguró así que saliera bien su creación. Incluso reclutó a Carl Sagan para corregir los posibles errores en los múltiples saltos en el tiempo que podrían dejar la cabeza de cualquiera como unas maracas.

Zemeckis y el guionista Bog Gale crearon algo diferente para el futuro, un mundo en el que las zapatillas Nike se abrochaban solas (todavía no, pero ya queda poco), las puertas se abren por fuerza de mano, no automáticas; los aeropatines no existen (como mucho Lexus ha hecho un prototipo que flota sobre bandas magnéticas por electromagnetismo), no hay hologramas gigantes como el que anunciaba ‘Tiburón 19’, el clima seguimos sin poder controlarlo (más bien al contrario), como cuando Doc calculaba cuándo iba a dejar de llover por reloj, y desde luego los coches no vuelan. El primer prototipo al menos, de la República Checa, se testó este mismo verano.

Los padres de ‘Regreso al Futuro’ sólo mostraron detalles para no pillarse las manos, pero se olvidaron del poder de internet o los smartphones. Recuerden que al Marty del futuro (o sea, de hoy), le despedían por fax… No, no es broma, por fax. Lo que sí hay son videoconferencias, muchas. La ropa no se seca sola, no se ajusta sola, y la única compañía (junto con Universal) que se ha subido al carro de la nostalgia y la efeméride ha sido Pepsi, que venderá en breve 6.500 botellas que imitan la que se bebe Marty en el bar de la ciudad. Universal ha entrado al trapo: ha hecho un trailer falso de ‘Tiburón 19’, y Nike dice que si se pone sacan antes de enero las botas ajustables. Otra cosa que sí es factible: en una escena un personaje responde al teléfono con unas gafas. Ya existen, son las Google Glass.

La influencia de ‘Regreso al Futuro’

Sea como fuere, los años 80 ganaban con ‘Regreso al Futuro’ uno de sus iconos clave, hoy recordado por toda la generación de aquellos años, ya fuera talludita o crecida. La primera se estrenó un 3 de julio de 1985 y Robert Zemeckis (director de la trilogía) ya ha dejado muy claro que no habrá ningún remake posible, entre otras cosas porque tanto él como su socio Bob Gale tienen un contrato original con Universal y Amblin por el que tienen el control sobre la franquicia hasta su muerte. Y los dos han dicho que “por encima de mi cadáver”.

‘Regreso al futuro’ no fue la primera película que jugaba con los viajes en el tiempo, pero era tremendamente original en los ingredientes: un coche raro donde los haya, un científico genial pero medio loco, un adolescente gamberro y una visita a los años 50. La vieja historia de H. G. Wells actualizada y con la mente puesta en el sugestivo público menor de 18 años que ya entonces iba en masa a los cines y pagaba la entrada sin problemas. Bob Gale y Robert Zemeckis se lo jugaron a una sola carta: su apuesta por el proyecto, después de muchas peleas anteriores con productoras, tenía que funcionar. Y lo hizo: fue un éxito de taquilla en aquel 1985, con lo que terminaron por convertir la historia de Doc, Marty y el Delorean en una trilogía que vio la luz en 1989 y 1990, que se rodaron casi sucesivamente y eran en realidad un mismo capítulo partido en dos. En el primero viajaban al futuro y luego al pasado lejano, con lo que se cerraban los tres saltos de los viajes en el tiempo. Y el condensador de fluzo, una idea tan absurda como imaginativa que incluso ha dado para bautizar blogs.

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Robert Zemeckis y Bob Gale en los 80

Además del éxito económico ‘Regreso al Futuro’ tuvo impacto profesional y sociológico. Para empezar las tres películas fueron nominadas a los Oscar de carácter técnico, y se llevaron el Oscar a la mejor Edición de Sonido. Pero una vez cerrada ya no hubo más opciones. Los dos actores principales, sobre todo Michael J. Fox, decidieron no seguir adelante con futuras secuelas. Atrás quedaba una trilogía con mucha originalidad que supo explotar a fondo tanto la música de cada época como la nostalgia por los años 50 y 60 que todavía existía en EEUU. Gale sabía mucho de esto: la idea original partió de su propio padre. El viaje al pasado es lo que a él le hubiera gustado hacer: Gale ya confesó en su día que el germen fue una duda que le corroía, ¿habría sido amigo de su padre? Gale quería hacer la película, atreverse. Eran los años 80 y la fantasía ganaba espacio gracias al éxito de Star Wars, ET e Indiana Jones, y si se mezclaba con adolescentes la combinación podía ser perfecta.

Bob Gale se lo contó todo a su amigo Robert Zemeckis, director de cine, guionista y uno de los mejores miembros de la nueva generación de creadores de cine que despuntaba en paralelo a la expansión de los estudios y el cine comercial. Y como Steven Spielberg y George Lucas eran los reyes entonces, decidieron tentar al primero. No hubo respuesta, así que Zemeckis se quedó con la silla del director. En realidad sería una buena idea: aquello fue la madurez de una carrera de éxito en el cine. Ahora necesitaban dinero. La maratón de productoras fue desoladora: la por entonces potente Columbia dijo no a un argumento tan peregrino; Disney, que ya por aquel entonces empezaba a expandirse, tampoco dio el visto bueno. Universal inicialmente tampoco dio luz verde, pero finalmente aprobó al menos iniciarlo. Eso sí, con cambios.

¿Por qué eligieron un Delorean?
Los producotres impusieron nuevos nombres en personajes, en el guión, en el título y en el montaje. Y sobre todo un añadido: en el texto original la máquina del tiempo no era un coche sino una nevera. Pero entre las opciones que barajaron cayeron en la cuenta en que un coche era mejor. Además los productores no aceptarían la idea de una nevera que funciona como una puerta entre tiempos. Empezaron a concretar que tenía que ser un coche futurista, que pareciera una nave espacial. El Delorean era por aquel entonces un coche nuevo, futurista incluso, con aquella carrocería de acero inoxidable pulido, sin color. No era una revolución del motor, de hecho no tenía suficiente potencia para ser un deportivo coupé, pero cuando vieron las puertas de alas de gaviota (que se abren hacia arriba y no por un lado) decidieron que sería ése. Visualmente pegaba más la idea de las puertas que se abrían por arriba. Era además un coche raro, excéntrico, que bien podría haber salido del taller casero de Doc más que de una fábrica seria. Ya tenían el icono. Ahora llegaba el proyecto.

El tándem Zemeckis-Gale se enrocó siguiendo las enseñanzas de George Lucas: si resistes los productores al final se dan por vencidos porque sólo desean el dinero. Una parte la consiguieron salvar. Así fue cómo Marty McFly conservó su nombre, cómo el título fue el que es, o cómo determinados personajes se mantuvieron en el guión. También se pusieron muy pesados con un aspecto que a la postre sería crucial: el actor principal. Desde el principio querían al joven Michael J. Fox y su cara de eterno adolescente. Por aquel entonces era muy conocido en EEUU gracias a la serie de TV ‘Family Ties’, y el papel le pegaba como un guante. Tenía además gancho entre el público joven. Pero la productora dijo no. Además estaba metido de lleno en la serie. Entonces la productora sugirió a Eric Stoltz. Las pruebas no funcionaron, y Zemeckis dijo que mejor forzar a Fox a hacer los dos papeles por turnos. Stoltz perdió la oportunidad de su vida, aunque nunca sabremos si hubiera tenido tanto éxito.

La ventaja de Fox era su apariencia: a pesar de ser apenas unos cuantos años menor que el resto del elenco, lo que hubiera venido de maravilla en sentido inverso, porque tanto Crispin Glover (que hacía de padre) como Lea Thompson (la madre) pasaron horas en maquillaje para parecer mayores. El siguiente fleco fue el de Doc. Hubo un casting legendario: en el mismo set se juntaron Jeff Goldblum, Dudley Moore y John Lithgow, pero finalmente fue el histrionismo facial del desgarbado Christopher Lloyd el que ganó la partida. Modeló el personaje a partir de sus cualidades para la comedia física.

Y llegó el rodaje. Se usaron escenarios de otras películas. Legendaria es la anécdota de los espectadores que descubrieron que parte de la ciudad ficticia de Hill Valley la habían visto antes, concretamente en ‘Los Gremlins’. Quitaron la nieve, un par de elementos y ya tenía la ciudad típicamente americana donde se desarrollaba todo. Tampoco se gastaron mucho en efectos especiales: a pesar de ser ciencia-ficción sólo una cuarta parte de la película tiene efectos, y no de los mejores. En total la producción, a pesar de recortes y ahorros, alcanzó casi los 20 millones de dólares, mucho dinero para la época y para un proyecto tan raro. Pero ese terror común a todos los que se dedican al cine, que la película no tenga éxito, se esfumó casi desde el principio. Fue un taquillazo con más de 200 millones de dólares, cien veces más que lo gastado. Lideró la recaudación durante meses. Casi desde el principio se apostó por exprimir el limón, y Zemeckis-Gale dio el visto bueno siempre y cuando los contratos se respetaran. Sus contratos, claro.

El resultado final es una película recordada por inmensas legiones de fans de más de 30 años, o de menos, a los que les hace gracia una saga tan diferente de lo que se hace hoy en día. Más ingenua, como los años 80, más cómica, como los años 80, y sobre todo con menos limitaciones y obligaciones. Como los años 80. Quizás por eso ha perdurado, porque supo aprovechar su tiempo y encerrarlo en una película.

El prototipo de este año de aeropatín, que en realidad es un patín magnético

La versión que venderá Pepsi este año de la que aparecía en la película