A pesar de la crisis financiera, medio planeta sueña con volver a ver a un ser humano pisar la Luna otra vez, un gran objetivo científico, tecnológico e incluso industrial.
Por Marcos Gil
Cuando China parece ya lanzada a tomarse en serio su particular carrera espacial siguiendo el modelo soviético (ya tienen su propia miniestación orbital), cuando hasta el país en vías de desarrollo más rocambolesco pone satélites en órbita y construye cohetes para emular a la NASA, cuando Europa se dedica a fabricar máquinas que hagan el trabajo por ella ahí fuera, cuando los rusos no paran de pifiarla con sus sondas, cuando a la NASA le cortan las alas y los presupuestos… lo que queda es, simplemente, la Luna. Aparcada durante décadas porque no tenía mucho que ofrecer, porque no había dinero ni motivaciones ideológicas, la exploración lunar volvió a la actualidad en 2011 con varias misiones de reconocimiento y un nuevo mapa topográfico, el más detallado hecho hasta ahora. Pero también porque es posible que chinos, rusos o europeos pongan los pies en la Luna de nuevo de aquí a los años 50 del presente siglo.
El gran cambio ha llegado por las varias misiones que cartografían y exploran nuestro satélite, calentando motores para el gran desafío actual, el planeta rojo que podría algún día ser el segundo con población humana. Pero por ahora es la Luna la que, todavía relegada, espera entrar de nuevo en la agenda. Fue entre 1969 y 1972, en la parte final de esa carrera espacial. La cuenta fue muy cara: dos de cada tres misiones, tripuladas o no, fueron un fracaso. Pero de momento ya se hacen planes: el equipo científico que supervisa el sistema de imágenes a bordo de la nave Lunar Reconnaissance Orbiter (LRO, lanzada en 2009 por la NASA) ha publicado un mapa topográfico de casi la totalidad de la Luna con la resolución más alta que jamás se haya creado. Este nuevo mapa topográfico, realizado en la Universidad del Estado de Arizona (EEUU), muestra la forma de la superficie de casi toda la luna con una escala de cerca de 100 metros por píxel, suficiente para empezar a saldar la cuenta pendiente con el satélite, saber cómo es su cara. Debido a las limitaciones instrumentales de las misiones anteriores (de los 60 para acá) no se había podido confeccionar un mapa global de la topografía de la luna en alta resolución hasta ahora.
Ese nuevo instrumental se compone de dos técnicas: una cámara especial de ángulo ancho y el LOLA, siglas de Lunar Orbiter Laser Altimeter, un ultrasensible medidor de luz que compone un mapa topográfico igual que lo haría un grupo de zapadores, pero en dirección contraria. El LOLA funciona en realidad como un sonar de luz, y gracias a él la misión científica ha podido redibujar la cara de la Luna. Proporciona el conjunto de datos que los científicos lunares han esperado desde la era del Apolo y que no habían tenido hasta ahora. Y es la Universidad de Arizona la que ha desarrollado el nuevo mapa con una escala de cien metros. ¿Objetivo?: sencillo, volver. La frase del jefe del equipo universitario, Mark Robinson, es muy clara: “Servirá para determinar la forma en que la corteza se ha deformado, comprender mejor la mecánica de los cráteres de impacto, investigar la naturaleza de las características volcánicas, y planificar mejor las futuras misiones humanas y robóticas a la Luna”.
Para este siglo la propia NASA tiene ya en mente, para cuando las vacas engorden de nuevo, varios planes de alunizaje humano: Proyecto Constelación. La idea es usar esta vez dos vehículos que despegarán por separado y utilizando la Estación Espacial Internacional como plataforma de lanzamiento y así poder evitar el problema de sacarlo todo de una vez. En órbita no hay rozamiento, así que todo, incluso coger impulso, será más sencillo. Una vez que todo esté listo ambos vehículos se acoplarán en órbita terrestre y viajarán hacia Luna, usando siempre uno como estación temporal en órbita y la otra para alunizar. El otro país interesado es China, que planea realizar su particular programa Apolo para 2020, si bien todavía está en pañales su proyecto. En paralelo Japón quiere hacer lo mismo, si bien es complicado por su déficit crónico. Pero quieren ir más allá: una base permanente en 2030. Europa tiene el Programa Aurora, pero todo depende, como siempre, del bolsillo.
¿Por qué no hemos vuelto a la Luna?
Es una buena pregunta que mucha gente se hace. Normalmente suele terminar con varias hipótesis, desde la freak completa de que realmente nunca estuvieron allí y todo fue un engaño de la NASA y la CIA, hasta la más común: no hay dinero. Pero hoy, hace quince años sí. La realidad es que el hombre llegó a la Luna porque de fondo había una enorme guerra ideológica entre EEUU y la URSS que dio alas a la NASA, y mucho mucho dinero, para poder crear una línea de trabajo que culminó en 1969 con el pequeño paso y las primeras huellas de un ser vivo fuera del planeta. En el otro extremo están los que siempre quieren ver fantasmas económicos: prefieren preocuparse de pensiones y subvenciones que de trabajar en pos de una ciencia y una tecnologías que siempre han dado beneficios y réditos a la Humanidad. Cada euro gastado en ciencia está bien invertido, tanto para corroborar que una idea es un fracaso como un acierto. Una vez que faltó esa causa abstracta de la ideología el empuje desapareció, la NASA entró en una fase diferente de exploración, con transbordadores, y la Luna perdió su encanto. Porque apenas hay mucho más que ver salvo un mundo frío, muerto, sin atmósfera y cuya riqueza escondida está por ahora fuera del alcance de nuestra mano: el subsuelo rico en minerales. El dinero ya no fluye, los objetivos son otros (Marte) y ya no existe ese romanticismo inicial. Hasta que todo cambie y alguien decida, por ejemplo, echarle una carrera a China por conquistar el espacio, claro.