El retrofuturismo llevado al extremo inunda las artes, la literatura, el cine, la televisión o la estética personal. El pujante estilo Steampunk crece en el mundo anglosajón y roza ya a España en la literatura de ciencia-ficción.
Por Luis Cadenas Borges y Pablo J. Casal (Fotos Museo Energía)
Hay una palabra en español que define a la perfección un subgénero literario que ha crecido también en el cine, la estética, el cómic y el arte: retro. Mejor dicho, retrofuturista. El steampunk es uno de esos estilos artísticos que tocan todo o casi todos los campos de la creación cultural, una forma estética trasladable a las novelas, el dibujo, la pintura, el cómic… de momento la música se resiste, pero con el tiempo la moda surgida a partir de las novelas y el estilo de los años 70 y 80. Porque es una dinámica cultural surgida directamente de la ciencia-ficción, y hasta cierto punto está hermanada con el ciberpunk. Mientras que éste, representado visualmente por la estética de ‘Blade Runner’ y algunos relatos de Philip K. Dick, soñaba con futuros rotos y distópicos, donde la perfección se vuelve perversa y la sociedad está corrompida, el steampunk mira al pasado y a partir del momento de la industrialización del siglo XIX reelaborar un presente diferente, basado en el positivismo científico. Por algo “steam” significa mecánica de vapor en inglés.

No es un movimiento ingenuo, pero sí tiene cierto regusto utópico y fantástico alrededor del potencial de la ciencia y la tecnología. Es, por decirlo claramente, el paraíso soñado por Julio Verne pero llevado al extremo, donde la ciencia y la tecnología son fieles aliadas del hombre y muestran todo su poder mecánico, devorando incluso al hombre. Las fuentes visuales son la energía basada en el vapor y la tecnología puramente mecánica, lo que deriva en un grafismo muy concreto lleno de tuberías, cables, hierro, estaño, cobre… esferas analógicas. En su origen el steampunk imagina un pasado o incluso presente alternativo, donde en un punto determinado de la Historia (real) los sucesos discurren de otra forma, lo que también lo enlaza con otro subgénero, el de la ucronía, el sueño de futuros y presentes diferentes cambiando algún suceso histórico vital.

Su estilo es de un barroquismo decimonónico totalmente identificable, especialmente en lo que a ropa y estética personal se refiere, donde la época victoriana es siempre la vara de medir, pero con un toque cada vez más arriesgado. El steampunk, que ha tenido una influencia muy grande en cierto tipo de estética urbana, de culto, recurre a realidades futuristas donde no hay electrónica, energía nuclear o petróleo, sino que todo se mueve por carbón, máquinas de vapor… el desarrollo científico detenido en algún punto de 1885, por ejemplo. En ocasiones se plantea la posibilidad de haber avanzado a la actual era de la informática por medio de máquinas sumadoras similares a la de Charles Babbage (con ruedas dentadas y tarjetas perforadas) en vez de la válvula de vacío y posteriormente el transistor, que dieron pie a toda una nueva generación de máquinas.

1. Las obras de referencia
Las primeras obras de referencia que contempla el steampunk son ‘Morlock Night’, de K. W. Jeter (1979), ‘Homúnculo’ de J. Blaylock (1986), ‘Las Puertas de Anubis’, de T. Powers (1983) y ‘La Máquina Diferencial’, de B. Sterling y W. Gibson. No obstante, la lista de pioneros y antecesores es de las que hacen que uno arquee las cejas: G. K. Chesterton, Dickens, Albert Robida, Mary Shelley, Arthur Conan Doyle, George Griffith, Bram Stoker, Mark Twain, H. P. Lovecraft y por supuesto los dos grandes gurús referenciales, Julio Verne y H. G. Wells.
En el cine y la televisión es más complicado, pero series como ‘Doctor Who’ son toda una referencia visual sobre el estilo, además de muchas otras creaciones británicas. Es allí, en Gran Bretaña, donde el estilo steampunk tiene más madera, más peso, como en el caso de los museos del género en Inglaterra. Otro ejemplo de serie de TV con esa influencia, al menos parcial, es ‘Almacén nº 13’, que se emite actualmente en el canal Neox, y que sí hace guiños steampunk en el escenario y las transiciones entre escenas.
En Europa aparece, por ejemplo, ‘La Ciudad de los Niños Perdidos’, de J. P. Jeunet, ‘Wild Wild West’ (con Will Smith), y que daría pie a un sub-subgénero, el “weird west”, ‘La liga de los hombres extraordinarios’, ‘Brazil’ (1985), la nueva versión de Sherlock Holmes, la francesa ‘Vidocq’… y por supuesto ‘Metrópolis’, de Fritz Lang, que muestra además el primer robot del género de la ciencia-ficción. Más visual aún es su paso por el manga, con dos películas como puntos de partida: ‘Steamboy’, de Katsuhiro Otomo y ‘El castillo ambulante’, de Hayao Miyazaki, donde se desarrolla el género bajo un prisma diferente, el del manga.
2. Las claves estéticas
Artísticamente el steampunk se circunscribe a unas líneas muy definidas. Es un estilo claramente visible, diferente, donde el peso del trazo del dibujo y la pintura, o la escultura, es una desmedida tecnofilia en la que los engranajes al aire son fundamentales. Decorativamente ha tenido mucha expansión en los relojes, sin atisbo de nada digital, pero también en el uso de dorados, platinos y el juego de colores del estaño. Ambientes recargados, y un barroquismo que lo llena todo. El horror vacui tiene mucho peso en las líneas del steampunk, lo recargado, desde los trajes hechos a medida hasta los escenarios, son fundamentales. Un mundo que parece anclado en la mente de Julio Verne o Wells, pero al mismo tiempo irreal. En la estética urbana se concentra en el recurso al corsé (para ellas) y en los trajes de época (para ellos), sombreros, gadgets mecánicos y el más puro estilo historicista del siglo XIX. Y eso vale también para el diseño, donde las ruedas mecánicas y los planos de ingeniería cobran sentido como fondo de escenario para numerosas obras.
Museo de la Energía (Ponferrada) – Pablo J. Casal
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