Malos aniversarios, de tristeza; hace ya tres décadas que murió Hergé y puso fin así a la saga de Tintín, llevándoselo a la tumba para que nadie más pudiera hacer algo con su creación predilecta. 

Fue un 3 de marzo de 1983 cuando perdimos a Georges Prosper Remi, Hergé, apodo que resumía sus iniciales al revés. Nació y murió en Bélgica, su bastión y cuna del cómic europeo en gran medida gracias a él y al cómic de línea clara que él convirtió en arte. Su hijo y su alter ego nació un 10 de enero de 1929 cuando el flequillo pelirrojo viajaba a la URSS para denunciar el estalinismo, a través de las páginas de ‘Le Petit Vingtième’, y el 3 de marzo de 1983 cuando el historietista tuvo que dejar inacabada ‘Tintín y el Arte Alfa’. 

A su alrededor se ha creado una auténtica religión del coleccionismo y del enciclopedismo por parte de los fans, llamados tintinólogos, y que reúnen cualquier volumen, obra, dibujo o referencia al universo de Hergé. Hay desde asociaciones a museos, coleccionistas sin mesura y una generación tras otra que se sube al carro de la maravilla que es Tintín. Cuando murió dejó sin terminar ‘Tintín y el Arte Alfa’, del que ya hablamos en El Corso el año pasado.

Tintín fue su vida, y su forma de eternidad: Tintín no tiene edad, no envejece, apenas cambia, y se queda en un mundo en el que apenas hay cambios tampoco, donde los malos son arquetípicos y sin dobleces, donde los buenos lo son de los pies a la cabeza, sin claroscuros.

Dibujo-homenaje de la asociación ‘Mil Rayos’ en el aniversario de la muerte de Hergé

Iba a ser uno más de los volúmenes de Tintín. Hergé, que hacía un extensísimo trabajo de documentación previa en sus trabajos, capaz de hablar del Congo, América o Tíbet sin haber pisado nunca esos lugares, se tomó su tiempo (ya era mayor) para poder trabajar. Tal y como había sucedido en los últimos volúmenes, Tintín ya era algo más adulto y maduro, y sus aventuras tenían cada vez menos rasgos infantiles y sí más complejos. Fue el caso de ‘Las joyas de la Castafiore’, ‘El Asunto Tornasol’, ‘Vuelo 714 para Sidney’ o las revoluciones sudamericanas en ‘Tintín y los Pícaros’.

Tenía incluso el título, ‘Tintín y el Arte Alfa’, pensada para publicarse en la mitad de los años 80. Pero Hergé murió en 1983 y el volumen no se publicó, a pesar de estar incompleto, en 1986 por Casterman, la gran editorial francófona que trabajaba con Hergé. Luego se volvería a publicar en 2004 con más material todavía. Hergé notó que la enfermedad le vencía, así que dejó en manos de su esposa Fanny toda la documentación y la misión de velar por su creación. En el último año apenas puede trabajar pero dejaba más de 150 escritos, dibujos, bocetos e ideas anotadas para diálogos, escenas y temática.

Ahí entró la gran guardiana y custodia del bruselense, su esposa Fanny Remi, que dijo que se publicaría inacabado, tal y como lo había dejado su amado Hergé. De corolario flotaba la famosa frase que ha evitado que nadie se haya apoderado de Tintín todavía: “Si otros retomaran Tintín, lo harían quizás mejor, quizás peor, pero una cosa es segura, lo harían de otra manera y entonces ya no sería Tintín”. Lo cierto es que esa losa se ha mantenido inalterable, con lo que los tintinófilos tienen una serie cerrada a la que sumar películas, series y añadidos, pero la postura de esta obra es clave: el telón que baja. Quizás por eso es tan importante este volumen, porque enseña las tripas de la creatividad de Hergé y al mismo tiempo echa la llave a un lado de lo que fue su grandísimo legado.

Portada del último álbum, sin acabar, de Hergé: ‘Tintín y el Arte-Alfa’