Polémico, iconoclasta, talentoso, radical, excesivo hasta dejarle fuera de la sensatez, homosexual en un país homófobo, escritor, poeta y director de cine. Todo eso fue Pier Paolo Pasolini, que murió un 2 de noviembre de 1975 en un crimen todavía sin esclarecer de verdad. 

No solemos regodearnos en los aniversarios mortuorios, pero bien merece la pena recordar a este fenómeno de la cultura italiana que terminó aborrecido por la gran mayoría de sus compatriotas. Hoy lo reivindican los hijos de aquellos que le crucificaron socialmente en vida y que abrieron las botellas de champán cuando murió asesinado un 2 de noviembre de 1975. No le dio tiempo a verse convertido en un icono cultural, él que tanto había trabajado para romper los que había entonces. Pasolini fue escritor, guionista, director de cine, gay iconoclasta, cabeza loca y extravagante víctima de su propia reputación. Un genio multidisciplinar que murió asesinado en Roma, la misma ciudad que le vio palpitar, crear, vivir, denunciar, guerrear y finalmente finiquitar una existencia turbia y volcada en el arte y la lucha.

Todavía hoy Pasolini es un tabú para muchos italianos, un tipo que quizás nació demasiado pronto y que hoy en día sería un genio más que reconocido. De haber nacido 20 años más tarde es muy probable que fuera una de las luminarias de Italia; pero a día de hoy es una oscura leyenda del arte de un país abonado a la creatividad. El problema es que la suya fue demasiado para una buena parte de la Italia de posguerra. Pasolini fue una versión ultramontana, radical y mucho más arriesgada de Pedro Almodóvar, pero sin el olfato comercial y empresarial del manchego. Italia acunó al auténtico artista recalcitrante, militante y crítico de una sociedad hierática, aburguesada y cargada de prejuicios que nunca dejó atrás el fascismo de Mussolini. Objeto de todo tipo de filias y fobias, le hizo a la cultura italiana lo que Romario a Alkorta: romperle la cintura. Y eso se paga.

Italia sigue partida en dos, o mejor dicho, en tres: los que todavía le odian, los que le aman y perdonan todo, y los que pasan de él porque ya le conciben como un referente algo lejano. Quizás superado por la actualidad. Hoy Pasolini mantiene su vigencia de artista total entre la literatura y el cine, pero pasaría incluso por convencional en un 2015 en el que el arte bebe del exhibicionismo como un recurso más en quizás demasiadas ocasiones. En Pasolini había martillazos, pero tenían un sentido profundo. Todo ello entre su nacimiento y muerte, o mejor dicho, entre su “nacimiento real” al llegar a Roma en enero de 1950 y su asesinato. 
Todo lo sucedido en esos 25 años es en realidad una profunda historia de amor entre un artista y una ciudad. Precisamente lo que recordamos de él estuvo atado a esa ciudad en la que también murió (su cuerpo fue hallado cerca de Ostia, el gran puerto romano desde la Antigüedad). 

En aquella capital desarrolló su cine, su literatura y su trabajo de comunicación social y político, todo en fases de atracción y rechazo, alejamiento y retorno.
 Roma fue su principal espacio de observación, el mirador de Italia, su campo permanente de estudio y creación. A partir de las transformaciones de esta ciudad analizó los cambios de la Italia y los italianos en los convulsos 60 y 70 de ruptura entre terrorismo, lucha política, polarización, desarrollismo, corrupción y vanguardia. Asimiló, deglutió y vomitó una nueva Roma, lejos del modelo amable de las películas americanas y británicas, pero también del neorrealismo italiano, en el que la Ciudad Eterna parecía un campo de prisioneros sin muros. Creó su propio mito de Roma y luego lo entregó a los espectadores y lectores. Todo gran artista hace lo mismo, ya lo consiguieron los artistas del Renacimiento con Florencia y la propia Roma como la bohemia con París o los novelistas con Londres.

La vida artística de Pasolini en fases

Toda la existencia de Pasolini puede resumirse en el largo proceso de maduración que tuvo desde que fue un niño pobre hasta la llegada a la capital de aquella Italia dolida, asolada aún por la guerra y dividida. Era hijo de una familia que podía resumir los sucesivos fracasos que conformaban el país. El padre era un arruinado descendiente de nobles que tuvo su momento histórico-vergonzoso: salvó la vida de Mussolini en un atentado. Su madre una mujer destinada como tantas otras a ser campesina pero cuya familia logró algo mejor para ella. El resto se puede asimilar por fases cronológicas:

1922-1950. Niñez procaz, ya que a los siete años de edad ya empieza a escribir, aunque no publicaría hasta los 19 siendo ya estudiante de la Universidad de Bolonia. Como tantos otros de su generación fue enrolado a la fuerza para luchar en la Segunda Guerra Mundial, pero no duro mucho: fue capturado por los alemanes. No obstante logró escapar y evitar a unos y otros. Cuando terminó la guerra se unió al pujante Partido Comunista Italiano pero ya entonces era Pasolini: le echaron a los dos años por “indignidad moral”. Detrás se escondía el hecho de que el joven Pier Paolo era un poeta que leía a Sartre, un falso progresista a ojos del comunismo. Ya entonces se dio cuenta de que jamás tendría aliados.

1950-1960. Llega a la ciudad, sin trabajo, desesperado y entusiasmado a partes iguales. Se ve obligado a vivir en uno de los peores barrios de Roma, reconvertido en maestro y pegado a la dura realidad proletaria de la ciudad. También son los años en los que explota su sexualidad. Pero poco a poco, después de dos años de martirio personal, se zambulle en la vida cultural e una ciudad que jamás muere y crea ‘Ragazzi di vita’. El cine italiano aprovecha su talento y lo pone a escribir guiones para los demás. En esa burbuja intelectual conoce a Alberto Moravia, Elsa Morante y Laura Betti. Pasolini empieza a ser Pasolini, poco a poco.

1961-1966. Primera película ‘Accattone’, y después de ésta otras más, todas alrededor de la vida urbana romana de las familias y clases medias y bajas. Recluta a Anna Magnani y choca con la oficialidad. Es el tiempo de la expansión intelectual y creativa, de la forja del iconoclasta y las primeras denuncias contra él. En 1963 se muda al sur de Roma, establece conexión con la burguesía que le detesta y ama a partes iguales, en una relación amor-odio continua que tendrá con muchos más sectores y personas. Pero al mismo tiempo sigue con su mirada fija en los de abajo, que le alimentan en su carrera.

1966-1974. La curva creativa le conduce hacia la decepción con todo, una propensión que casa perfectamente con su perfil psicológico. Han pasado ya más de 15 años desde su llegada humillante, pero ahora ya está incluso de vuelta de todo. Se harta de la izquierda, de la cultura, termina incluso relacionándose más con la oficialidad a la que ha fustigado sin cesar, pero con la que establece una rara relación que le traerá muchos problemas. Lo hace porque es una estrella, una figura cultural italiana guste o no, famoso en Francia, EEUU e igual de mal visto en todos lados. Se relaciona con la alta burguesía europea y en cierta medida juega a ser casi un divertimento, aunque nunca lo ha sido.

1975, el final. Un tiempo raro, muy caótico. No para de moverse, se ve dominado por sus estados de ánimo. Rueda la monumental ‘Saló y los 120 días de Sodoma’, quizás una de las guindas a su visión provocativa y lacerante. Rompe con todo el mundo y es totalmente libre; tanto que no se le ocurre otra cosa que agarrar al Marqués de Sade y plasmarlo en pantalla. Quizás fue demasiado, o puede que buscara un final. No se sabe casi nada de su asesinato salvo que murió supuestamente a manos de un joven con el que iba a mantener relaciones sexuales, Pelosi, que sin embargo aseguró en 2005 que tres hombres atacaron a Pasolini hasta matarlo y le usaron de cabeza de turco. En ese tiempo Pasolini escribía un libro sobre asesinatos políticos en Italia, lo que quizás pudo desatar la caja de los truenos contra él. Recuerden, era la Italia más plomiza y oscura posible, la de los años 60 y 70. Descanse en paz, recordémosle los demás.