Después de los nuevos péplum que barrieron en la TV y el cine (‘Roma’ y ‘Gladiator’) ha llegado la hora de otro subgénero, el de piratas: ayer se estrenó en España ‘Black Sails’.
Desde que Matthew Modine y Geena Davis protagonizaran ‘La isla de las cabezas cortadas’ no se había atrevido nadie de peso a hacer algo sobre piratas que no fuera pensado para niños y adolescentes. Porque Johnny Depp y ‘Piratas del Caribe’ no valen: demasiado azúcar, ñoñería y tontería. Alguna que otra miniserie, la ya clásica adaptación de ‘La isla del tesoro’ (una tradición que nunca termina de encontrarle el punto al texto de Robert L. Stevenson), y recreaciones del canal Historia y Discovery. Poco más. Pero el que fuera uno de los programas criminales más exitosos y demoledores de la Historia, la piratería en América entre el siglo XVI y el XVIII, ya tiene nueva traslación a la pantalla. En este caso la pequeña: ‘Black Sails’, un cruce entre ‘Juego de Tronos’, los ‘Tudor’ y toda la parafernalia típica del género.
TNT estrenó ayer una serie que ya ha gozado de éxito en TV en EEUU en el canal Starz (producida por Michael Bay y que tiene asegurada ya la segunda temporada) y que no escatima medios, sexo, violencia y uno de los tabúes de la pequeña pantalla americana: el lesbianismo. Si ‘Juego de Tronos’ rompió muchos corsés con la sexualidad alegre en pantalla, aquí las mujeres son fuertes y no desdeñan nada del menú. Se acabaron las ñoñas versiones de aire Disney con piratas amables sacados de los sueños de los niños. La piratería fue auténtico y genuino crimen organizado, la mayor parte de las veces con la protección y aquiescencia de los estados de la época, que utilizaban la célebre “patente de corso” para dar carta blanca a lo peor de lo peor en el mar.
‘Black Sails’ (creada por Jonathan E. Steinberg y Robert Levine) se ha rodado entre EEUU y Sudáfrica, donde se ha construido Nueva Providencia, la colonia británica que a principios del siglo XVIII (1715 más o menos) era uno de los ejes de la piratería en el Caribe. Es también el hogar y la base de operaciones del capitán Flint (Toby Stephens). Exacto: ése capitán Flint, el que cualquiera que hay tenido ‘La isla del tesoro’ en sus manos sabe de quién se trata. Porque en realidad ‘Black sails’ juega a ser una precuela de la propia novela, colocando el ojo en ese personaje mucho antes de que Stevenson lo desarrollara. La situación general es obvia: los corsarios ya no tienen la patente legítima de la Corona Británica y se han convertido en proscritos más o menos perseguidos.
Y como el género es lo que es, no puede existir sin que el ansia por el dinero no mande sobre todos ellos. En aquel tiempo y lugar valías lo que podías conseguir o poseer, y por eso todos van detrás de un tesoro, el de (allá vamos con otro tópico) un galeón español, La Urca de Lima, que en julio de 1715 se hundió frente a Florida con una de las mayores acumulaciones de oro y plata conocidas. El hecho es real, por cierto, y se conjuga a la perfección con la ficción literaria, un ensamblaje de piezas donde todo lo demás lo pone la combinación de violencia, guiones elaborados que suenan más a los Soprano (lógico, entre criminales anda el juego) y sexualidad deshinibida, sugerida o dotada de elegantes elipsis que lo insinúan todo. Que a fin de cuentas, es EEUU: se exhibe un poco, se imagina el resto.
Una de las nuevas mujeres fuertes es el personaje de Eleanor Guthrie (interpretada por Hannah New), la hija de uno de los cómplices de Nueva Providencia y que demuestra que las mujeres también optaron por las armas y el saqueo. Las historias de mujeres piratas son comunes en aquel tiempo, y ‘Black Sails’ no es una excepción. Y la bisexualidad era una parte más de una forma de vida de frontera y en el límite. Resulta interesante mostrar este aspecto en un mundo donde lentamente se caen tradiciones pero al mismo tiempo los reaccionarios intentan remar contra la Historia.