Hay pocas ciudades del mundo que puedan presumir de haber sido cuna de una civilización que dejó grandes muestras de arte y construcción y que todavía estén pobladas. Pocas: Roma, Atenas, Alejandría, Jerusalén, Cádiz, Sevilla, Damasco, Kyoto, Beijing… y la grandiosa México D.F, que no para de dar sorpresas a la arqueología.

La novedad de la ciudad es que los arqueólogos han encontrado el gran Tzompantli, el altar más importante de la religión de los aztecas, el lugar donde los registros históricos aseguran que se empalizaban los cráneos de los hombres sacrificados a los dioses. En realidad estaba en la calle Guatemala, en el corazón de México D.F. y a apenas un par de metros bajo el nivel del suelo de la ciudad moderna. Dicho altar está conformado como un muro de tezontle recubierto de estuco y orientado hacia el sur, de 13 metros de largo por seis de ancho. Más detalles: el núcleo lo conforman restos humanos unidos por argamasa. En total son 35 cráneos, muchos de ellos perforados por el parietal, quizás hechos postmortem. Los arqueólogos han visto que se trata sobre todo de hombres en edad para luchar pero que también hay menores.

Hay que recordar que muchos de los restos bien podrían haber sido alterados por los conquistadores españoles, especialmente durante aquellos días de 1521 en los que la ciudad de Tenochtitlan, el epicentro de todo el mundo azteca, fue arrasada por los españoles como solución militar a la rebelión de los aztecas contra Hernán Cortés, sus soldados y los pueblos aliados que querían ver el final de aquel imperio mesoamericano. En aquel momento todo el recinto sagrado que ocupaba el centro de la ciudad, y que coincide con el corazón de la actual capital. De hecho el Templo Mayor azteca coincide con parte del célebre Zócalo, la gran plaza capitalina que cubrió gran parte de construcciones antiguas.

Dibujo de las antiguas crónicas donde se representa el Tzompantli

El altar correspondería precisamente a esa etapa final azteca, entre 1480 y principios del siglo XVI, tanto por los materiales como la forma de construcción. El Tzompantli se convirtió desde el principio en un vestigio de la vieja religión pagana que fue castigada con saña por los misioneros que llegaron con los conquistadores. España enviaba sobre todo acero y biblias a hacer la conquista de América. Por ello cuando se hizo tabula rasa y se diseñó y empezó a levantar la nueva capital de aquel virreinato de Nueva España se asolaron gran parte de las construcciones que quedaban en pie, y sobre todo las ruinas. Poco sobrevivió, pero la ciudad moderna sobre la antigua tuvo el efecto secundario de proteger a la segunda para que hoy los arqueólogos puedan quitar el velo. Poco a poco.

Uno de los testigos directos e indicadores de los caminos del nuevo lugar llegaron de las crónicas de monjes y soldados que llegaron con Cortés, o bien después. Una de ellas es la de fray Diego Durán, que data de 1579 y es muy posterior a la muerte de Cortés (1547) y del propio establecimiento de la nueva urbe y el propio virreinato. Tanto ésta como otras crónicas paralelas hablan del proceso de deconstrucción de Tenochtitlan así como de sus detalles. Gracias a él sabemos qué aspecto tenían muchos de los altares aztecas, como plataformas alargadas coronadas por postes con cráneos humanos. Justo como se ha encontrado. En la presentación del descubrimiento de Tzompantli se ha revelado incluso que todavía quedan las marcas de las vigas de madera usadas para hilvanar los cráneos de los sacrificados.

Pero el tiempo no perdona. Los siglos y la expansión de la nueva ciudad diluyeron, como ya ocurrió con las urbes europeas respecto a romanos, celtas o griegos, los límites entre Historia y Mito. En México se sabía que bajo el Zócalo y de los alrededores estaba parte de la antigua ciudad, pero la disposición era una incógnita. La excavación lenta pero persistente en esas avenidas y calles era una tarea de años. El altar permite no sólo determinar mejor todavía la antigua Tenochtitlan, sino que ayuda a cimentar el legado de los aztecas. El alud de los conquistadores arrancó casi de raíz aquella civilización, que cayó por completo en apenas una década, a una rapidez inusitada teniendo en cuenta que el imperio azteca ocupaba un área similar a Portugal, España y Francia juntas, y que había sometido muchas otras regiones, extendiendo su influencia incluso en el actual suroeste de EEUU.

Imagen de los restos humanos hallados en el altar

Fue a principios del siglo XX cuando los arqueólogos mexicanos iniciaron la laboriosa tarea de desenterrar su pasado, poco a poco, casi un siglo después de que México se liberara del dominio español. Muy lentamente, casi en paralelo a la Revolución Mexicana, se hicieron las primeras excavaciones. Pero no sería hasta la segunda década del siglo cuando se fijaron en la calle Guatemala, que ha resultado ser un arca del tesoro. Primero aparecieron pequeñas necrópolis y estatuas, y después los cimientos de lo que debió ser uno de los vértices del Templo Mayor. Era la piedra clave a partir de la cual se podría reconstruir casi todo lo demás. Sin embargo ha tenido que pasar un siglo para que se encontrara el altar vital, no muy lejos de donde se hicieron los primeros descubrimientos una centuria antes. Ahora que se confirma dónde estaba el altar, ya se sabe mucho más de la piedra angular de Tenochtitlan.

El otro legado, Teotihuacán

Pero la ciudad no es el único punto de atracción. Teotihuacán, una ciudad-santuario en el noreste del valle de México, es uno de los focos de apoyo de la arqueología mexicana. Hace unos meses encontraron allí un túnel de más de cien metros de largo que pasaba bajo el Templo de la Serpiente Emplumada, consagrada al mundo de los muertos. El túnel hacía las veces de tesoro escondido: encontraron miles de objetos guardados allí por los sacerdotes aztecas ofrendados a Tláloc, el dios de la lluvia. Había de todo, desde simples caracolas talladas, pelotas, cabello cortado o piel a cerámica pasando por valiosas piezas de jade. Todas determinan cómo era la religión, artesanía y costumbres de la época. Supuestamente llevaría casi 1.800 años cerrado, lo que supone que es muy anterior incluso a la llegada de los españoles y del propio imperio azteca inmediatamente anterior.

Imagen digital que muestra el túnel (en rosa) respecto al Templo de la Serpiente Emplumada, desde su entrada en el pozo hasta las tres cámaras finales bajo el templo

El túnel es mucho más: en realidad lleva a tres cámaras situadas debajo del templo. Muchas de las ofrendas se han considerado un anticipo de que en esas cámaras hay algo más, y que hay que seguir excavando. Podría tratarse, previsiblemente, de los restos de la élite azteca en Teotihuacán. Para llegar al túnel hay que descender por un pozo de unos 15 metros de profundidad que conecta con la galería, de entre 103 y 120 metros de largo que llega hasta las tres cámaras, estrechas (la mayor apenas tiene cuatro metros de ancho por casi cinco de altura). Esas cámaras son una representación metafórica del inframundo y se desconoce si tenía alguna función ritual concreta real de cara a la gente o bien era sólo para las élites de la época. Lo que está claro es que funcionó como depósito ritual de objetos. Para avanzar se utilizó un robot que anticipaba a los arqueólogos, llamado precisamente Tláloc II en tributo al dios de la lluvia al que se rendía tributo en aquellos templos.

Pero lo más asombroso de todo es, además de la variedad de ofrendas, que incluye esferas metálicas paras las que no se sabe función, es el tiempo de cierre. El túnel fue clausurado hace 1.800 años, lo cual indica que toda la construcción es más antigua incluso que la cultura cristiana. De hecho el cristianismo más o menos conformado habría nacido en paralelo a este túnel. Teotihuacán sería así una de las concentraciones culturales avanzadas más antiguas de América. Se levantó al principio de la era cristiana, tan antigua que incluso fue anterior a los aztecas, que ya la encontraron parcialmente en ruinas. Se sabe muy poco quiénes la construyeron, pero sí que fueron anteriores a los aztecas. Por concretar se les denomina teotihuacanos ya que el poder de la ciudad era parecido al de las polis griegas: era centro político y religioso y extendía su poder e influencia en los territorios alrededor de ella.

Durante las primeras fases se levantaron el Templo del Sol y el Templo de la Luna. Luego llegaron los templos y espacios dedicados al inframundo (como el propio túnel) y en torno al año 225 ya se había levantado la Calzada de los Muertos y el Templo de la Serpiente Emplumada. Su mejor época fue en torno a los siglos V y VI de nuestra era y fue santuario principal de toda Mesoamérica, sobre varias culturas diferentes. Allí se rindió culto al mencionad Tláloc y a Quetzalcoatl.

Teotihuacán