Hay civilizaciones que caen una vez y no se levantan. Los mayas tenían algo especial, porque fueron capaces de caer, levantarse y el destino tuvo que golpearle una segunda vez para acabar con una de las civilizaciones más fascinantes de América.
En un intervalo de 700 años la cultura maya colapsó dos veces en dos sucesos similares entre sí, según demuestran las investigaciones con radiocarbono en un yacimiento de Ceibal (Guatemala). Lo que muestran es que no fue uno solo, sino dos muy similares, y con un periodo de tiempo amplio (según la Historia) pero corto (según la geología y la propia naturaleza). Durante décadas se creía que el llamado “colapso maya” en el siglo XI d. C. fue un suceso único, una fase de hundimiento en el que esta civilización centrada en grandes ciudades-santuario, dejó de ser urbana y la población se internó en la selva para sobrevivir.
Fue, por así decirlo, la caída de la era clásica maya, la más conocida, y que siempre se ha atribuido a razones climáticas, medioambientales o políticas (guerras civiles o religiosas). Ahora la investigación de un grupo de estudiosos de la Universidad de Arizona ha confirmado la sospecha de que hubo un proceso similar en el siglo II d. C., del que apenas se sabe nada y que daría pie luego a una etapa aún más brillante de la historia maya. Los dos, además, fueron semejantes en su desarrollo: inestabilidad social y política, guerras civiles, crisis y decadencia de los centros urbanos, que eran el corazón político, económico y religioso de esta civilización basada en el urbanismo, como la europea.
El equipo, comandado por el japonés Takeshi Inomata, creó una nueva cronología para poder calcular y medir, en retrospectiva, las etapas históricas. Esta nueva datación se hizo a partir del uso de radiocarbono a lo largo de casi diez años, una investigación muy larga que, sin embargo, ayudará a la ciencia y los arqueólogos poder redefinir la historia de una civilización muy avanzada (más incluso que la azteca) y engullida por la Historia sin apenas dejar rastro salvo poblaciones con una lengua troncal común. Lo que la investigación demuestra es que hubo patrones similares: desarrollo, auge, crisis, colapso, y vuelta a empezar.
Dintel 26 de Yachilán, una de las muestras de escultura en piedra de los mayas (Wikimedia)
Que sean tan idénticos es una pista de gran valor, porque da a entender que los mayas se recuperaron de una crisis para luego generarla de nuevo, puede que incluso mayor. El estudio muestra que no fue un suceso simple y abrupto. Fue en realidad un proceso que se alargó en el tiempo, con raíces más profundas, “olas de colapso” como explica el estudio, pequeñas y luego más grandes, siempre ligadas a guerras y conflictos que degeneran en un abandono de las ciudades, la clave del verdadero hundimiento. Lo que no se sabe aún fue el origen de esa inestabilidad: ¿cambió el clima y los mayas no supieron afrontar quizás sequías extraordinariamente largas?, ¿la superpoblación creó una escasez general, una lucha por los recursos y el consiguiente hundimiento cultural?
La fascinante cultura maya: una incógnita dentro de otra
En lo que hoy es la península de Yucatán, Chiapas, Belice, Guatemala y Honduras afloró una civilización antigua y poderosa, surgida entre la selva mesoamericana y el mar, capaz de crear caminos, ciudades, templos, subterráneos, y de crear un sistema de escritura único, tan avanzado que ni aztecas ni incas supieron crear algo parecido. Se basaba en símbolos, de forma parecido a los ideogramas asiáticos, pero no tan desarrollados. Destacaron por ser grandes artesanos, arquitectos y, muy especialmente, hábiles matemáticos. Y sobre todo fueron grandes matemáticos capaces de anticipar el concepto del 0 que Occidente y Asia no hallarían hasta que contactaron con la India y el mundo árabe. Y como toda cultura aislada, también desarrolló formas rituales diferentes, y por “diferente” hay que entender los documentados sacrificios humanos. No son un mito creado por los españoles, existieron, si bien no parecen haber sido tan habituales como el cine y la leyenda negra asevera.
Todo eso en un mundo, el americano, totalmente aislado de Europa y Asia, las principales fuentes culturales del planeta en los siglos en los que germinaron los mayas, que abarca desde el 2000 a. C. (al mismo tiempo que los indoeuropeos invadían Europa) al siglo IX de nuestra era, si bien después surgiría una cultura post-maya, Chichen Itzá, y más arde el reino quiché, a los que les dio tiempo de conocer el paso de los españoles. En esa cronología hubo tres etapas: Periodo Formativo (anterior al año 2.000 a. C.), en el que se desarrolló la agricultura y las formas sedentarias, así como los primeros asentamientos humanos fijos. A éste siguió el Periodo Preclásico (entre el 2.000 a. C. y el 250 d. C.), en el que se fundó la sociedad maya en cuanto a la religión y la estructura política, y aparecieron también los cultivos del maíz y sus complementos, frijoles, chiles y calabazas.
Máxima extensión de la cultura maya (
A mitad de esta época (siglo VIII a. C.) aparecieron también las primeras ciudades, verdaderas marcas culturales de los mayas, ya que concentraban todo su esplendor. Es una era clave: aparece la arquitectura maya que definiría su estilo artístico y también la representación más grande (y perdurable) de su civilización junto con el escritura glífica, única en América y que ya existía cuando la República Romana empezaba a extenderse por la península itálica. Además empezaron a usar los elementos clásicos a falta de conocimiento siderúrgico: madera, cerámica, obsidiana y jade, pero sobre todo piedra, la base principal en la que crearon su lengua escrita mezclada con murales pintados. Los mayas también abarcaron más territorio, expandiéndose hacia Guatemala y otras regiones desde el Yucatán, y más tarde hacia Chiapas.
El Periodo Clásico arranca en torno al siglo III de nuestra era, y sería ya la cima de desarrollo: el mundo maya se conforma como una gran red de ciudades-estado (como en la Grecia clásica) basada en una religión común y un comercio profuso a nivel regional, pero también continental, hacia Centroamérica y la cultura azteca, que empezó a influir negativamente en la región desde Teotihuacán. Este periodo termina con el colapso tradicional del siglo IX (el anterior habría sido en el periodo anterior), que genera guerras internas y el abandono de esas ciudades. Consecuencia: caída del comercio, de la producción agrícola y de la demografía, que se inserta de nuevo hacia el norte del que provenía.
Reconstrucción por ordenador del aspecto de la ciudad de Nakbé, en el 100 a. C.
En esta fase el poder político era de corte egipcio: existía un rey-dios que era cabeza del estado y de la casta sacerdotal, un poder que pasaba a los hijos primogénitos varones. Alrededor una aristocracia que, poco a poco, y previendo el colapso posterior, aumentó su fuerza y poder, acotando el de ese rey todopoderoso. Poco más se sabe, excepto la sospecha de que el choque entre ambos poderes, más conflictos derivados del orden climático, agrícola y demográfico pudieron crear las condiciones para el colapso final. A partir de entonces, y hasta el siglo XVI, se genera el Periodo Posclásico, en el que aparecen la cultura quiché y Chichén Itzá de nuevo en el norte. Las ciudades eran la piedra angular de su mundo: no había un patrón concreto, eran más bien crecimientos por añadidura temporal. Así, en el centro había una serie de templos y edificios de la realeza que servían de eje vertebrador, y a partir de ahí crecían los barrios de la urbe, unidas entre sí por calzadas.
Muy importantes eran los templos (siempre en forma piramidal), observatorios astronómicos (ligados a los propios templos) y las áreas de “juego de pelota” maya, que eran rituales religiosos también. En todos ellos había demostraciones de la escritura glífica, patrimonio de la aristocracia, que era instruida para escribirla y leerla sin problemas, no como el resto de la sociedad, que como en la Edad Media europea era abandonada en un limbo de analfabetismo para tenerla controlada.
Se sabe que escribieron sobre biombos ya que no conocían el papel ni nada parecido, aunque la escritura sobre madera sí que debió ser común. Todo rastro, salvo tres ejemplos enterrados y redescubiertos luego, fue destruido por los conquistadores españoles durante la evangelización de la región. Lo que no pudieron destruir fueron las inmensas estelas de piedra, un libro eterno y abierto a aquella cultura. La mayoría eran textos religiosos y calendarios, porque los mayas tenían una obsesión más que encomiable por medir el tiempo, un aspecto que era también parte de su religión.
Chichén Itzá, del periodo Posclásico (Foto: Daniel Schwen)