Andorra es una Suiza en miniatura, con la misma “alegría fiscal”, una piel erizada de montañas y surcada por valles donde poder esquiar y vivir una existencia tranquila, relajada. Un pequeño paraíso para los amantes de la naturaleza salvaje que crece en las cumbres, pero también para los que odian los impuestos. Traducción: nueve millones de visitantes al año.

FOTOS: Wikimedia Commons (Ramajero, Diego Delso, Christof Damian) / NASA / Visitandorra.com

Suiza es quizás el país con más tópicos de riqueza asociado: bancos, millonarios, una renta per cápita que hace temblar de envidia a cualquiera, fondues de queso, vacas, chocolate, montañas, pueblos de cuento de hadas, pistas de esquí, nieve, secreto bancario… Es el lugar al que todos quieren ir: impuestos bajos para las cuentas corrientes, poder esquiar casi todo el año, ciudades civilizadas, limpias y donde todo parece funcionar. Un país de ricos pensado para ricos, un mosaico con cuatro lenguas independiente desde el siglo XIII. La mayor parte de las naciones del mundo aspiran a ser la “Suiza de…” su continente, su región. Si partimos de la convicción de que en todos lados hay problemas, y que las máscaras de felicidad suelen esconder cadáveres en el armario, Suiza es un sinónimo de prosperidad y beneficio. Pero no es la única república alpina feliz que existe. De hecho hay una pequeña Suiza muy cerca de España. Eso sí, con menos riqueza, menos valles, menos tamaño y población, pero la misma “alegría fiscal”, por llamarlo de alguna forma. Es Andorra, el pequeño país de piel alpina, alma catalana y mente helvética.

Vaya por delante que nadie es perfecto, pero es obvio que Andorra se ha beneficiado, lo hace en la actualidad y muy probablemente lo seguirá haciendo, del secreto bancario y de la bajísima fiscalidad. Hasta 2010, cuando España acordó el fin de su condición de paraíso fiscal, pero para este lado de la frontera. Eso no ha eliminado las migraciones y peregrinaciones fiscales que Con todas sus particularidades, pero Andorra es esa Suiza en miniatura: también ella nació de la Edad Media y su facilidad para crear enclaves de propiedad nobiliaria que eran capaces de sobrevivir a la sucesivas tormentas bélicas y nacionalistas de Europa. Es realmente encomiable que Andorra sobreviviera a dos gigantes como España y Francia, muy dados a avasallar a sus vecinos. Quizás porque a nadie le interesaba un puñado de valles montañosos donde apenas crecía nada y que no tenían recursos. Incluso su escudo es extraño: es el único del mundo en el que aparecen vacas. Dos concretamente. Además su pequeñez (468 km2) le restaba aún más atractivos. Lo que en el argot moderno se llama un “microestado”, con menos de 80.000 habitantes y que tuvo que usar el ingenio para salir adelante.

Lagos de Andorra

Lagos de Andorra 

¿Y qué tiene Andorra? Montañas (65 cumbres) y valles, nieve y acceso a Francia. Si a eso le añadimos que la lengua cooficial es el catalán terminamos un cuadro muy suculento para ambos lados de los Pirineos, que, curiosamente, comparten el modelo de estado más raro de Europa. Si exceptuamos el Vaticano, claro. Es producto de la Historia, medieval para ser exactos. No tiene un jefe de estado sino dos: el obispo de Urgell y el presidente de la República Francesa. Una suerte de coprincipado donde un cargo democrático en París es “príncipe” de la misma forma que lo es el obispo de una región que hace 700 años tenía mucho más peso del que tiene hoy o tendrá jamás. Y aún así es un país democrático, con algunos problemas para entender lo del voto femenino pero con un gobierno electo y libre, que habla catalán pero también castellano y francés. Un centro turístico de invierno de primer nivel que recibe miles de turistas cada año para: a) comprar sin apenas impuestos indirectos, b) abrir cuentas bancarias gracias al velado y relativo secreto bancario, c) residir aprovechándose de que Andorra no tiene apenas impuestos para sus ciudadanos, d) esquiar o poder ver esa cosa cada vez más escasa en España, la nieve.

Un cóctel perfecto para que el país no haya parado de crecer desde que enfiló hacia el modelo helvético de estado libre, neutral, pacifista (no tiene ejército, ¿para qué?) y que intenta exprimir su logística humana y natural con sabiduría. Los andorranos son listos, de eso no cabe duda. Un leve repaso: enclavada en la vertiente oriental de los Pirineos, en las caras meridionales de la cordillera (orientada más hacia Cataluña que a Francia), cuenta con algo más de 78.000 habitantes distribuidos en siete “parroquias” o divisiones internas y que tiene su capital casi en el centro del país, Andorra la Vieja. La altitud media es de 1996 metros, por lo que tiene asegurado un clima mucho más fresco que sus vecinos, y al estar rodeada de montañas los inviernos son níveos y fríos. Por el sur limita con Cerdaña, Alto Urgel y Pallars Sobirá, comarcas catalanas, y por el norte con los departamentos de Ariège y Pirineos Orientales, es decir, con la Occitania francesa. La vecindad interesada de españoles y franceses (sobre todo los catalanes, que recurren a Andorra como un suizo a una navaja homónima) ayuda, y mucho, a cubrir el resto de necesidades nacionales.

Andorra vía satélite (NASA agosto)

Andorra vía satélite (NASA agosto 2016) 

Obviemos el origen concreto: está ligado a Urgell y la Casa de Foix, y los valles andorranos cambiaron de manos varias veces entre el lado norte y el sur de los Pirineos. Lo que importa es por qué deberíamos ir a Andorra más allá de por los maletines de dinero. Para empezar la naturaleza montañosa convierte al principado bicéfalo en un reducto de la vegetación boscosa original de Europa (el 20% del país está cubierto de bosque de pinos, encinas, robles y abedules) en zonas altas, que no supera los 3.000 metros de altura pero tampoco baja de los 800 metros, con una hidrografía de torrentera muy acusada y un clima que enlaza el de alta montaña con el mediterráneo. Un lugar que, climatológicamente, es casi perfecto: la influencia del clima del sur atempera el frío montañoso, que también a la vez evita las olas de calor habituales en el Mediterráneo. Recibe más horas de Sol que Suiza, y tiene una humedad relativa bastante alta para la zona: el Gran Valira (fusión de dos brazos separados) atraviesa el país, que cuenta además con 60 lagos de montaña. Esto permite que el turismo tenga un peso cada vez mayor y que no sólo viva de las visitas invernales, cuando el termómetro cae por debajo de los 10º C en negativo.

El turismo es la gran máquina nacional: nueve millones de visitantes entra y salen de Andorra cada año. La mayoría para comprar, otros para hacer senderismo o esquiar, y otros tantos (menos, entendemos) para dejar dinero en los bancos andorranos. Otros simplemente están de paso para ir de Francia a España y viceversa. Pero los dos atractivos principales tienen mucha vinculación con las circunstancias históricas y culturales. Para empezar Andorra es un pequeño reducto del arte románico catalán, una continuación del mismo estilo que impregna todo el norte de Cataluña, especialmente visible en el norte de Girona y Lleida (aún más en el Vall D’Aran). Destacan la iglesia de Santa Coloma (siglo IX), una de las pocas que cuenta con un campanario cilíndrico, aunque éste es posterior a la iglesia (siglo XII).

Iglesia de San Miguel de Engolasters

Iglesia de San Miguel de Engolasters 

La otra ventaja es el esquí: Andorra cuenta con dos zonas preparadas para esta práctica que es, de largo, el deporte nacional. Ambas albergan varias estaciones de esquí tradicional y de fondo: Grandvalira, la más grande de los Pirineos y con 200 km de pistas (que puede albergar competiciones internacionales por la pista Avet, en el pueblo de Soldeu, que acoge este centro deportivo), Vallnord (unión de las estaciones de Pal, Arinsal y Ordino-Arcalís), y el centro de Naturlandia en La Rabassa, con 15 km de pistas en cinco tramos y con diferentes niveles de dificultad. En casi todas la cota mínima no baja de los 1.960 metros. Otra opción son las llamadas “freeride”, rutas de descenso libre por las pistas y que suelen estar acotadas, como en el alto de La Capa (2.572 m), la Serra de Sauvata, el alto del Griu Canal i Collada D’Entinyola, Tossa de Braibal, o el Canal Carnissera en Ordino. En Andorra la horquilla de tiempo de temporada es de principios de diciembre a finales de abril.

Pero para quien quiera algo más extraño, nada mejor que el Museo del Tabaco: el procesamiento y venta de tabaco fue durante años, aún lo es, una parte importante de la economía andorrana. La baja imposición fiscal y el diferencial de precios hace que muchos catalanes y franceses acudan a Andorra a llenar el maletero de tabaco, ya que en España y Francia cada vez tiene más impuestos indirectos. El Museo del Tabaco está en Sant Julià de Lòria, en un edificio emblemático de principios del siglo XX, la antigua fábrica de tabacos Reig, que operó entre 1909 y 1957. Ahora, reformado y adaptado para ser museo, con aportes multimedia, permite conocer cómo era el trabajo de procesamiento de esta planta que tanto dinero aportó a Andorra a pesar de su toxicidad. La visita al Museo del Tabaco está incluida en el itinerario 2 del Bus Turístico de Andorra, de junio a septiembre.

Pistas de Grandvalira

Pistas de Grandvalira

El Valira en invierno

El Valira en invierno

Mapa de Andorra