‘Un día en la vida de Iván Denísovich’, de Alexandr Solzhenitsin, la novela que descubrió al mundo el horror del gulag soviético, cumple 50 años desde su publicación y sigue siendo el principal escollo que rompe el secular despotismo de la cultura rusa.

Con autor ya muerto y convertido en santo y seña de una minoría rusa que lucha por los derechos humanos y una verdadera democracia en Rusia, ‘Un día en la vida de Iván Denísovich’ cumple medio siglo desde su publicación y conserva intacto su valor literario y su fuerza moral. Su viuda, Natalia, dijo a los medios internacionales que “su fuerza está en que una vez lo lees, ya no lo puedes olvidar. Los libros conservan la memoria colectiva de los pueblos, lo bueno y la malo. Esa es la misión de los escritores”.

Fue en 1962, a finales de año, cuando salió un número de la revista literaria Novy Mir en el que aparecían las palabras de Solzhenitsin, un huracán que sacudió una sociedad castrada y amilanada por décadas de estalinismo que no bajó el pulso ni siquiera con Jrushev y los siguientes jefes de la URSS. Fue la primera vez que se hizo público y notorio que el macabro “archipiélago gulag” existía y que no distaba demasiado de la crueldad de los campos de concentración nazis. En su familia lo sabían porque el abuelo paterno ya había sido enviado a uno de ellos.

La revista logró vender más de un millón de ejemplares de aquel número en el que Alexander novelaba el horror para poder así tener más profundidad y eco en la sociedad. Curiosamente la censura no le aplastó en un primer momento. Ya por aquel entonces escribía ‘Archipiélago Gulag’. Este libro es algo más, un aperitivo de lo que vendría después: narra un día en la vida de Sújov en el campo de Ekibastuz, en el norte de Kazajistán, donde el escritor sirvió casi tres años (1950-53) de los ocho a los que fue condenado por llamar a Stalin “bigotudo” en una carta cuanto estaba en el frente.

 

Fue también el inicio del personal calvario de Solzhenitsin, que desde los años 40 hasta su deportación final en 1974 vivió en el infiero de entrar y salir continuamente de las cárceles del régimen soviético. En su espíritu estaba el poder rendir tributo a las víctimas inocentes (cientos de miles, quizás millones) de la represión de Stalin y sus seguidores. Todavía hoy muchos no saben cómo no fue fusilado en el acto como muchos otros en los frentes rusos contra los nazis, cuando una simple protesta por el tamaño de un trozo de pan era suficiente para ser tachado de contrarrevolucionario y ejecutado en el acto.

Solzhenitsin explicaría más tarde que si Jrushev permitió la publicación fue para usarle como punta de lanza de sus particulares purgas de funcionarios estalinistas en el seco de la URSS. La repercusión fue tan grande que todo el sistema soviético se tambaleó como nunca, en unos años en los que también existieron la crisis de los misiles de Cuba; todo ello contribuyó a que a posteriori se le reprimiera duramente.