Hoy Fundación Mapfre presenta ‘Del divisionismo al futurismo. El arte italiano hacia la modernidad’, con 80 obras que ofrecen al espectador un recorrido por la historia del arte contemporáneo en el país.

Imagen de portada: ‘Retorno del bosque’ (1890, Giovanni Segantini)

Entre hoy y el 5 de junio (Sala Recoletos) la exposición propone examinar, a través de una selección de 80 obras maestras, los orígenes y la evolución del divisionismo de la mano de sus principales protagonistas, entre los que se encuentran Giovanni Segantini, Giuseppe Pellizza da Volpedo, Giaccomo Balla, Angelo Morbelli, Umberto Boccioni, Gino Severini y Carlo Carrà. Estos artistas influyeron en la renovación del arte italiano entre finales de siglo XIX y principios del siglo XX y en la aparición de la vanguardia futurista.

La muestra ha sido organizada en colaboración con el Mart, Museo di arte moderna e contemporanea di Trento e Rovereto, y cuenta con préstamos de numerosas colecciones particulares e instituciones internacionales como el Metropolitan Museum of Art, la Galleria d’Arte Moderna y la Pinacoteca di Brera, la Galleria degli Uffizi, la Galleria Nazionale d’Arte Moderna e Contemporanea di Roma, el Museo Segantini, el Centre George Pompidou, el Gemeentemuseum o el Museu Nacional d’Art de Catalunya, entre otros.

El divisionismo fue un movimiento autónomo, diferente del resto de los movimientos europeos en la medida en que entendía las nuevas investigaciones sobre la luz-color y sobre la división de los tonos como un medio y no como un fin sometido al mensaje de la obra. Atento, por una parte, a los contenidos sociales que reflejan las condiciones de vida de las clases más desfavorecidas, el divisionismo muestra además su relación con el simbolismo, esa tendencia que, desde finales del siglo XIX, influyó con claros tintes internacionales a toda Europa.

Tres de los cuadros de la exposición: ‘Reflexiones de un hambriento’ (1893, Emilio Longoni), ‘El sueño’ (1912, Gaetano Previati) y ‘Suburbio-Trabajo’ (1910, Luigi Russolo) 

El divisionismo sentó las bases para el movimiento futurista que irrumpió con fuerza en el panorama del arte italiano desde 1909, convirtiéndose en uno de los movimientos de vanguardia por excelencia, y que con el tiempo sería absorbido parcialmente por el viejo fascismo italiano, que necesitaba utilizarlo como representación del poder. Un estilo artístico que se basaba en la velocidad, en la fuerza, en la fugacidad y el culto desmedido a lo industrial y técnico como un ente que arrollaba la Historia y la sociedad. Como casi todas las vanguardias nació con un panfleto de presentación, el Manifiesto del Futurismo, el 20 de febrero de 1909 en el periódico francés Le Figaro.

¿Qué era el futurismo?

“Un automóvil rugiente, que parece correr sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia”. Con esta frase se definía en 1909 el sello del futurismo, el arte total, el estilo de un siglo basado en la industria, las masas y todo lo totémico y maximalista. Fuerza, velocidad, poder, la hermosura del movimiento, el color, el fin del estatismo artístico. Pero sobre todo fue literatura. Que hayamos abordado sólo la parte plástica no debe hacernos olvidar que Marinetti, el gran padre fundador, fue sobre todo un autor de letras al que seguirían muchos otros.

Pero fue sobre todo un movimiento italiano que buscaba romper y quebrar la tradición del arte. Lo revolucionario, la audacia, la velocidad, el valor, el movimiento y la agresividad. Quizás por eso terminó en manos del fascismo. Teóricamente quería exaltar lo sensual, lo nacional, lo agresivo y guerrero, el culto a la máquina, el movimiento, el deporte, lo escandaloso y virulento, telúrico a partir sobre todo de la acción… todo eran máquinas y movimiento, y un punto de ingenuidad. Todo lo anterior explica el atractivo que causó en los fascistas y cómo arrollaron y absorbieron este movimiento a partir de los años 20.