El pasado día 22 se publicaba el disco póstumo de Leonard Cohen, ‘Thanks for the dance’, vendido como un homenaje al emblemático músico, pero que repite el mismo método de la industria: exprimir incluso a los que tristemente nos han dejado.

Hace un par de meses calcularon en EEUU cuánto dinero había generado Michael Jackson después de muerto, y la cifra superaba los 2.000 millones de dólares. La necrofilia artística es una realidad productiva y beneficiosa para todo el mundo. Es una buena razón para que el negocio funcione en estos tiempos en los que el modelo de distribución tradicional se derrumba; explotar sobre seguro permite al menos asegurar unos beneficios más o menos fijos, como que la familia de Leonard Cohen publique un “último disco, no un recopilatorio” del canadiense, y que tenga que explicar que no es una integral.

‘Thanks for the dance’ es un álbum póstumo de Leonard Cohen, vendido como material inédito que el cantautor acumuló al final de su vida y que no pudo editar, “no es una colección conmemorativa de caras B y descartes, sino una cosecha inesperada”. Al menos así es como Adam Cohen, hijo de Leonard, ha querido vender este trabajo final, para el que se recluyó durante meses para poder elaborar un disco coherente a partir de los retazos que ambos hicieron juntos en estudio, siempre con Adam como ayudante.

Vio la luz el 22 de noviembre y ‘The Goal’ fue el primer single. Un álbum de cocción lenta, múltiple, a varias manos, ya que participó el músico español que flanqueó a Cohen en sus últimos años, Javier Mas, con la guitarra del propio Leonard. Se sumaron después Damien Rice, Leslie Feist (voces), Richard Reed Parry (bajo de Arcade Fire), Bryce Dessner (guitarra) y Dustin O’Halloran (piano). A estos se sumaron los coros Cantus Domus y Shaar Hashomayim, y Silvia Pérez Cruz también colaboró en dos de las canciones con su voz además de Jennifer Warnes y Beck, que aportó guitarra y arpa de boca.