Peter Jackson cierra la trilogía de Bilbo y la Compañía de los Enanos con éxito de taquilla en su arranque; y ojo, que hay un par de spoilers.

Ya dije en su día que Peter Jackson podía haber cometido dos pecadillos con el Hobbit: alargarlo demasiado y confiar también demasiado en los fans. Todo lo bueno (estirado) que tuvo la primera, y la continuación en la misma línea (estirada) de la segunda culmina aquí con una batalla de 45 minutos y los personajes sin variar un milímetro. Y eso no es bueno. Más de un crítico ya se ha dado cuenta de que nos podíamos haber ahorrado un año de espera y que la saga del Hobbit se podía haber reducido a dos películas largas pero bien estructuradas en lugar de tres y donde la última cojea. Deja algo frío. Gusta pero deja frío al que no esté imbuido del universo Tolkien. Traducción: al igual que con las otras, los fans de la saga, de Tolkien y del cine épico verán recompensada la espera con un montaje rápido para la más corta de las tres películas, donde de paso se esfuman algunas escenas que en el libro sí tienen peso pero aquí son incluso alteradas. Dejará cierta huella la batalla frente a las puertas de Erebor, por lo espectacular que es, eso seguro.

Quizás sea el cansancio del espectador, pero no hay mucho de nuevo en la tercera película. Mientras que en ‘El Señor de los Anillos’ cada película aportaba otra visión, aquí lo que hay es una línea marcada desde el primer minuto hacia lo que se deslavazó en las dos primeras. Para explicarnos mejor sin reventar nada al lector: lo que se ve perfectamente podría haber seguido con la segunda sin moverse un ápice. Es como si volviéramos atrás en el tiempo y siguiéramos en ese cine en diciembre de 2013, esperando a que el dragón Smaug (lo mejor de esta saga junto con el discurso interno de los Enanos, con Thorin y sus vaivenes morales a la cabeza) haga lo que todos los que han leído el libro de Tolkien saben que va a hacer. Pero deja muchas cosas sin aclarar que probablemente se vean en la edición extendida. Como siempre.

Hay que tener en cuenta que llevamos tres años de saga y más de seis horas de metraje. Es un viaje muy largo, de trece meses para Bilbo en el tiempo literario pero de tres años para los espectadores, que ya están bastante saturados. Vista la reacción del público en el cine el día 17 del estreno (mayoritariamente joven) queda claro lo que hay que esperar: gusta, pero no electriza. El viaje ha sido muy largo, quizás demasiado. Insisto: mejor dos películas largas que tres. Esto se podía haber terminado con maestría en 2013. En la memoria quedará siempre el hallazgo fabuloso de la primera vez, con aquel ‘El Señor de los Anillos’ que fue pionero, explorador, que abrió los ojos y que llenó mucho más que esta segunda saga que en realidad cierra el círculo tolkiniano alrededor del Anillo Único. Esa divergencia entre el espectador no fanático (que es mayoritario por mucho tirón que tenga Tolkien y el recuerdo de la primera trilogía) y el iniciado es lo que marcará el resultado del final del Hobbit.

Más allá lo que queda es un buen espectáculo de efectos especiales, la resolución de la trama del regreso de los Enanos a Erebor y el futuro de la región. Pero ha sido listo Jackson: ya en esta tercera película establece los lazos con el inicio de la anterior trilogía, en una juego de precuela perfectamente estipulado por el propio Tolkien décadas antes cuando escribió todos los textos. El original, el auténtico chispazo creador del universo de la Tierra Media fue el Hobbit escrito por Tolkien, y sólo después nació todo lo demás. Quizás si Jackson hubiera adaptado primero el pequeño libro original y luego la trilogía hubiera sido más lógico, pero empezó por el plato gordo. Y de aquel éxito nació una tarea de 16 años, seis películas, más de 12 horas de metraje y una revolución cinematográfica que deja como vencedora a una Nueva Zelanda convertida ya en la Tierra Media, al propio Jackson (rico, exitoso y con varios Oscar) y a una de sus creaciones, WETA, la empresa forjada en antiguos hangares de la fuerza aérea neozelandesa para poder reproducir ese mundo en la pantalla.

Y a partir de aquí, ojo spoilers…

Me cojea el final de Thorin, no por esperado menos acunado: merecía algo más de metraje, y quizás las pequeñas peleas personales integradas en la larga Batalla de los Cinco Ejércitos algo menos. La espectacularidad le ha jugado una mala pasada a Jackson, que se ha enredado entre tanta épica bélica. Incluso Bardo, el más moral de los líderes humanos vistos hasta ahora, se diluye en la furia de la guerra; Bilbo y Gandalf se deshacen entre tanto ruido de fondo, que es lo que perturba. Lo que en ‘El retorno del Rey’, la batalla frente (y dentro de) Gondor, era el colofón perfecto para una trama de tres películas, aquí resulta incluso molesto. Porque la historia, la verdadera, es la de los nueve Enanos, Gandalf y Bilbo, y todo eso queda en ocasiones en un segundo plano. Y eso ya no gusta tanto.

Se hartará el espectador de ver orcos, de todos los tipos, tamaños y diseños; se vislumbra la corrupción de Sauron sobre determinados personajes principales que desembocarán en los escenarios finales de Isengard, Gondor y Mordor, por fin vemos el hilo vertebrador de toda la historia, aparecen los Nazgul y entendemos cómo llegó Sauron a Mordor, y muchos pequeños flecos. Jackson se ha esforzado en que quien vea la tercera vaya directo a ver ‘La Comunidad del Anillo’, incluso se anticipa (sin nombrarle) a Aragorn. Y sobra, otra vez, Tauriel, un personaje ajeno al texto original que sólo sirve de contrapeso femenino a Legolas y que sirve de enganche entre elfos y enanos sin que realmente sea necesario. Ya sabemos que hay pocas mujeres en los textos de Tolkien, pero no venía a cuento. Y una pregunta, ¿qué fue de la Joya del Arca si no se lee el libro? Más para la versión extendida…

Para todo lo demás, les recomendamos (a los fans) que vayan a verla para cerrar el círculo. Y al resto de espectadores, que probablemente podrían pagar entradas más caras por bodrios mas grandes, que no se dejen llevar por el gusto arcaico ibérico tradicional que hizo abandonar la sala a varios mayores de 50 años. La literatura y el cine empezaron con fantasía (de la ‘Ilíada’ de Homero al ‘Viaje a la Luna’ de Georges Méliès), y siguen con ella como máximo baluarte para hacer soñar.

Fin de ciclo: Peter Jackson y Ian McKellen el último día de rodaje