La editorial Minotauro ha rescatado este año tres de las novelas realistas más importantes de Philip K. Dick, maestro de la ciencia-ficción con una desconocida (y tristemente postergada) dimensión de escritor realista con un gran talento para analizar su primera época, unos años 50 en los que soñó ser algo más que un autor encasillado.

IMÁGENES: Editorial Minotauro / Booket / Wikimedia Commons

Érase una vez un escritor de talento narrativo magnífico, con una capacidad para crear mundos por encima de la media, cuya imaginación rompió moldes y dio alas gigantes al género de la ciencia-ficción. El más veces adaptado al cine y la televisión, célebre por la vuelta de tuerca psicológica y distópica sobre el género que le dio de comer humildemente durante toda su vida, porque nunca llegó a tener excesivo dinero (frente a las ventas millonarias de hoy, con múltiples reediciones en cadena en decenas de idiomas). Aclamado por contemporáneos como Robert Heinlein o S. Lem, pasó no obstante la mayor parte de su vida rozando la pobreza y sólo al final de su vida, y tras su muerte en 1982 (sin haber visto ‘Blade Runner’), empezó a ser reivindicado sin cesar. Pero sobre todo es ineludible del género de la ciencia-ficción, hasta el punto de ser parte del canon más o menos reconocido junto con Ray Bradbury, Isaac Asimov, H. G. Wells, Julio Verne, Arthur C. Clarke o Ursula K. Le Guin, entre otros. Nadie sacaría de la lista a Philip K. Dick (PKD a partir de ahora). Pero no tanta gente sabe que en realidad él quiso ser un escritor “serio” (etiqueta maldita), quizás un beatnik en los años 50, un autor profundo que creó poderosas novelas realistas.

La editorial Minotauro ha publicado este año tres de las principales obras realistas de PKD: ‘Confesiones de un artista de mierda’ (en abril), ‘Mary y el gigante’ (mayo) y ‘Burbuja rota’ (junio), que completan la ya extensa biblioteca de la editorial sobre el autor, del que ha publicado también otras obras de género. Pero nos interesan por ahora más esas tres, elegidas entre las doce obras creadas entre 1948 y 1960 y que constituyen su obra realista. Ya hemos hablado antes en El Corso de PKD, pero nunca antes de su faceta más convencional en cuanto a la literatura seria, cuando quería romper moldes pero se daba cuenta de que lo que le daba dinero era escribir cuentos demenciales y únicos para las revistas del género. Quizás fuera en el relato corto donde obtuviera una mayor fuerza narrativa, a pesar de que sus novelas son clásicos canónicos, como ‘Ubik’, por poner un ejemplo capaz de influir a miles de escritores posteriores. En su faceta realista demostró tener un tono social y psicológico igual de profundo que en su producción de género, hasta el punto de que se adivina por completo al escritor que sería después. Destacan personajes inadaptados, en conflicto con la realidad, que tienen sus propias ideas, mundos y formas de vida.

‘Confesiones de un artista de mierda’ (traducida por Juan Pascual Martínez Fernández) es un original de 1959, editada con él vivo (sin éxito) y que fue reeditada mucho más tarde, en 1975, un detalle habitual en la carrera de PKD, en especial con este tipo de obras. Narra la historia de Jack Isidore, que no ve el mundo como la mayoría. Según su cuñado Charley Hume, es un artista de mierda obsesionado con sus propias teorías e ideas extravagantes, que registra celosamente en sus muchos cuadernos. Está tan mal preparado para la vida real que su hermana Fay y Charley se sienten obligados a rescatarlo. La pareja parece feliz, pero en realidad viven tan aislados de la realidad como Jack, con sus propias obsesiones ciegas que apenas son un poco más permisibles pero por el contrario mucho más desagradables que las del artista. No paran de luchar y traicionarse entre ellos, creando un ambiente tóxico para todos los que les rodean. Y en medio queda el pobre Jack, atrapado en una guerra civil sin fin que amenaza con devorarlo.

‘Mary y el gigante’ (traducida también por Martínez Fernández) fue escrita en 1954, pero vería la luz en 1987, póstumamente. En este caso la obra refleja el racismo y el puritanismo social de la América surgida de la Segunda Guerra Mundial. Mary Anne Reynolds se busca la vida a su manera en Pacific Park, en la California de los primeros años de los 50, dominados por una moralidad rígida, represora y asexuada, repleta de prejuicios raciales y xenófobos. No hay muchas opciones para ella, y su condición de mujer le corta aún más las posibles vías de desarrollo. Contra ese muro invisible tendrá que enfrentarse Mary Anne, quizás el personaje “realista” más sólido de los creados por PKD, que atrapa a la perfección la California obrera de posguerra, fuera de las grandes ciudades, mucho más conservadora y cerrada de lo que es hoy. Su capacidad para diseccionar aquel mundo en plena expansión económica e industrial queda patente, y es una pena que esta novela, como muchas otras fuera de la ciencia-ficción, esperara tantos años guardada.

‘La burbuja rota’ (idéntico traductor) es otro ejemplo de postergación de la obra: escrita en 1956, no vio la luz hasta 1988, cuando PKD y su legado crecían sin freno. Frente al agobio psicológico y pequeño burgués de ‘Confesiones de un artista de mierda’, a la lucha social contra los prejuicios de ‘Mary y el gigante’, llega el descontrol de las vidas perdidas en una sociedad que no cede un ápice frente al individuo. Aquí son cuatro los personajes: el pinchadiscos Jim Briskin (que ama tanto el rock como la música clásica), su anterior mujer Pat (a la que aún ama) y el matrimonio adolescente formado por Art y Rachael, que adoran a Jim por la simple razón de escucharle por la radio. Ella está embarazada y Jim termina por comportarse casi como un padre para la jovencísima pareja. Un cuarteto tan perdido en el mundo que no saben cómo actuar, rozando en ocasiones la violencia irracional. Y autodestructiva: Pat seduce a Art y el cuarteto se divide en dos bandos que tendrán que luchar para salvar sus propias vidas de caer aún más bajo.

Estas tres novelas tienen en común dos puntos trágicos para PKD: fueron intentos vanos por ser otro tipo de escritor, o eso creyó él. Sus miedos, la incapacidad para salir del nicho que se había creado con la ciencia-ficción, y puede que la nula confianza de los editores, evitaron que salieran adelante. De todas ellas sólo ‘Confesiones de un artista de mierda’ se publicó en vida. Nunca sabremos si de haber seguido este camino habría logrado llegar tan lejos como con ‘El hombre en el castillo’ y ‘Ubik’. Y eso nos lleva al segundo punto: en muchos casos esas novelas no vieron la luz hasta después de su muerte. Para quien haya escrito alguna vez, o lo haya intentado, poniendo todo su intelecto y amor en lo que produce, debe ser agónico y triste ver esos textos llenarse de polvo en los cajones. Resulta muy revelador que ‘Mary y el gigante’ sea del mismo año que ‘Lotería solar’, la primera novela que logró publicar. Pero con PKD muchas cosas que damos por sentadas en otros escritores adquieren una dimensión nueva, extraña, bizarra (en el sentido anglosajón del término).

Es muy complicado intentar condensar en este espacio las razones y el devenir de uno de los cerebros más atormentados de la historia del siglo XX, un hombre que tenía sueños, pesadillas, que padeció de alucinaciones durante parte de su vida, que sentía haber conectado con un ente divino extraterrestre, y que fue, entre otras cosas, un depauperado escritor de ciencia ficción. Frente al frío cientificismo de Arthur C. Clarke o la lírica a veces burlona de Ray Bradbury siempre queda la agonía metafísica, psicodélica y teológica del maestro. Dos ejemplos de su forma pionera de romper el género de la ciencia-ficción en mil trozos: de su cabeza salieron la temprana ‘El hombre en el castillo’, novela que originó en sentido estricto el género llamado “ucronía”, en el que imaginaba un mundo en el que el Tercer Reich y Japón habían ganado la guerra. También ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’, texto fundacional más tarde del ciberpunk a través de su adaptación al cine, hecha por Ridley Scott y que todos conocen como ‘Blade Runner’. Pero también hay que recordar ‘Desafío total’, ‘Destino oculto’, o la no siempre recordada con justicia ‘Minority Report’. Y eso son sólo unos cuantos ejemplos.

Hay una frase que resume a la perfección quién era Dick: “Reality is whatever refuses to go away when I stop believing in it”, es decir, “la realidad es aquello que no quiere irse cuando yo dejo de creer en ella”. PKD es el escritor de la psique, el primero en trabajar en una línea diferente al resto, basándose en gran medida en su desconfianza hacia la realidad empírica. Sus obras están plagadas de realidades falsas, de universos paralelos en los que un hombre machacado y empujado a un heroísmo que no desea escapa hacia otro plano de la conciencia. Es un juego continuo en el que somos Alicia persiguiendo al conejo blanco que llega tarde siempre a todos lados; una persecución en la que no hay fin y lo que damos por sentado es justo lo contrario de lo que pensamos.

Una vida extraña y alucinada

Un ejemplo de cómo la psique de PKD influye en su obra la tenemos en su biografía, plagada de alucinaciones. Por ejemplo, en plena pubertad, el escritor tuvo un sueño recurrente. Estaba en una librería buscando un número de la revista ‘Astounding Magazine’, de las primeras especializadas en ciencia-ficción, en la que supuestamente alguien había publicado los secretos del universo en un texto llamado ‘El imperio nunca cayó’. A medida que el sueño persistía, la pila de revistas en las que buscaba era cada vez más pequeña, pero nunca llegó a la última revista. La insistencia casi le lleva a la locura. Toda su vida estuvo influenciada por sus visiones, sus alucinaciones que todavía hoy generan muchas preguntas sobre su capacidad extrasensorial, y también por las obras de Jung, determinantes en su vida y su obra, igual que el gnosticismo, variante de la religiosidad cristiana que planea continuamente sobre cada párrafo.

Sus inicios llegaron después de dar muchos tumbos académicos y universitarios. En 1951, tras lograr vender varios relatos a las más importantes revistas pulp de ciencia-ficción de aquella época, PKD tomó la decisión de dedicarse al oficio de escritor a tiempo completo. Escribió varias novelas de ciencia-ficción durante la década de los 50, pero con todo, sus intentos por publicar novelas de no ficción fue un rotundo fracaso. Su primer éxito fue la novela ‘Lotería solar’ (1954), iniciando así una muy prolífica carrera como escritor de ciencia-ficción. El punto álgido fue la concesión del Premio Hugo por la novela ‘El hombre en el castillo’ (1962). A partir de ahí, 36 novelas, 121 relatos cortos, muchos sólo publicados en revistas y reunidos años después.

Pequeña guía bibliográfica sobre PKD

En la diferenciación entre novela y relato corto/cuento, la obra de este autor suele bascular sobre siete títulos “canónicos” para conocerle: ‘El hombre en el castillo’ (1962), ‘Los tres estigmas de Palmer Eldritch’ (1965), ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’ (1968), ‘Ubik’ (1969), ‘Fluyan mis lágrimas, dijo el policía’ (1974), ‘Una mirada a la oscuridad’ (1977), y la increíblemente compleja y metafísica ‘SIVAINVI’ (también conocida como Valis, 1980), una radiografía de su propia psique. Habría una octava, ‘Exégesis’, sus diarios transcritos, pero que no son considerada obra literaria en sí. La editorial Minotauro es en España la que más obras de Philip K. Dick ha publicado en la última década, reeditando originales de los años 70 y 80. Así, reunió en cinco volúmenes todos sus relatos cortos en la serie ‘Cuentos Completos’ (que empezó a reeditar hace dos años una vez más por su éxito). También, con esta misma editorial, aparecen obras como ‘Tiempo de Marte’, ‘Los clanes de la luna Alfana’, ‘Lotería Solar’, ‘La invasión divina’, ‘La penúltima verdad’, y todas las obras “canónicas” citadas antes. Aparte de Minotauro, Edhasa, Gigamesh, Nebulae, Ediciones Martínez Roca, Júcar o Ediciones B han publicado parte de las obras de Dick, que crece cada día en España como autor de referencia del género. O de mucho más allá.

Paranoia, drogas y futurismo

PKD fue una piedra de toque, un punto de inflexión. Frente al futurismo perfecto y humanista de la ciencia-ficción clásica, apareció el lirismo psicológico y psicótico de sus obras, muchas veces influidas por su particular psique y también por el consumo de drogas, que en muchas ocasiones (LSD mediante) le llevaron a experimentar estados de conciencia de los que nacieron muchos de sus cuentos. Hay una constante erosión de la realidad en su obra, una generación de escenarios posmodernos donde el positivismo no existe y se convierte en una claustrofobia lacerante, con personajes decadentes aplastados por la tecnología y por poderes ocultos (Gobierno, por ejemplo) que alteran la realidad. Casi se podría decir que es el individuo frente al mundo, frente al universo o la conciencia de lo real.

Los protagonistas a veces descubren que ellos mismos son falsos. PKD refleja la obsesión acerca de la frágil naturaleza que él consideraba que marca la percepción humana: de ahí nace el surrealismo de sus historias, donde el protagonista descubre que todo lo que le rodea es una gran mentira (‘Ubik’ es uno de los mejores ejemplos, donde la muerte no es obstáculo para la existencia en otro plano). De acuerdo con Charles Platt, autor que conoce bien a PDK, “toda su obra parte de la asunción básica de que no puede haber una única realidad objetiva; todo es una cuestión de percepción. La tierra puede temblar bajo tus pies. Un protagonista puede verse viviendo como sueño de otra persona, o entrar en un estado inducido por drogas que de hecho tenga más sentido que el mundo real, o aparecer en un universo completamente diferente”. “No hay héroes en los libros de Dick, pero hay actos heroicos. Uno se acuerda de Dickens: lo que cuenta es la honradez, constancia, amabilidad y paciencia de la gente ordinaria”.