Segunda víctima del fin de semana, en este caso uno de los maestros del cine de terror, capaz de reinventarse varias veces y de hacer mucho dinero para la industria del showbusiness, a la que sirvió fielmente para hacer gritar al público.

Wes Craven ha fallecido a los 76 años víctima también, como Oliver Sacks, del cáncer. De nuevo preferimos celebrar la vida que horadar la muerte, por lo que bastarán dos detalles para saber quién era Wes Craven: fue el padre de Freddy Krueger, y cuando todo parecía que había pasado a mejor vida porque el thriller y el terror psicológico había devorado el género del terror, apareció con la saga ‘Scream’ para demostrar que seguía siendo el rey de un tipo de cine que no ganará Oscars pero llena bolsillos y da vida y sangre a la maquinaria de Hollywood.

Fue un auténtico innovador en los 80 y 90, el tipo perfecto para sacar el género de terror de los clichés de toda la vida de los monstruos clásicos y el regusto por la sangre sin sentido. El acartonado terror de siempre murió el día en el que estrenó la primera ‘Pesadilla en Elm Street’. Abrió la puerta a los adolescentes como eje de sus historias, fundó los parámetros habituales del propio género y mezcló todo lo que necesitaba (thriller, comedia negra, acción…) para crear productos redondos capaces de reventar taquillas y poder multiplicarse en varias secuelas en serie que le hicieron ser muy respetado (y anhelado) en la industria. “Si es de Craven dará dinero”, llegaban a decir de él en Hollywood.

Todo empezó en los años 70 cuando dirigió ‘La última casa a la izquierda’, donde ya daba pistas de por dónde debía revitalizarse el terror: adolescentes, psicópatas y psicología aplicada para infundir un miedo más profundo que el monstruo. Porque no hay peor miedo al verdadero monstruo, el ser humano. Mejor dicho, inhumano. Suya fue también ‘Las colinas tienen ojos’ (otra película mítica del terror donde las haya), que terminó de darle lustre a su arranque renovador. No obstante sólo estaba en los márgenes. No había alcanzado aún el corazón del género pero ya había empezado a mezclar: sus guiones (porque escribía y dirigía) se salpimentaban con humor, algo novedoso que no rebajaba el tono siniestro final. Y a la gente le gustó.

Hubo que esperar a los años 80, ya avanzados, para que Craven diera definitivamente con la tecla. Nacía de su mente ‘Pesadilla en Elm Street’ y todo un icono, Freddy Krueger, interpretado por Robert Englund. En aquella primera película no sólo renovó el género de golpe con originalidad y recursos que otros no habían usado nunca, sino que hizo debutar a Johnny Depp en varias escenas célebres, como la de la muerte del personaje en la cama mientras ve la televisión, literalmente engullido y regurgitado por la cama. A la primera siguieron varias secuelas que le encumbraron en la industria, suficiente para atreverse a hacer cine “serio”: en los años 90 se marcó ‘Música del corazón’ con Meryl Streep sobre una profesora de música que usa el violín como arma para integrar a niños problemáticos. No ganó dinero, pero sí cierto prestigio y el regusto de saber que era algo más que un director de género. Además dirigió varios de los episodios de la legendaria serie ‘Twilight Zone’ (aquí ‘Más allá de los límites de la realidad’).

Después de explotar al máximo Elm Street necesitaba darse otro festín y demostrar a los que le daban por enterrado que era el rey. Así que recombinó de nuevo piezas y halló la forma: reírse de sí mismo y plagiarse desde fuera. Así nació ‘Scream’ y la célebre escena inicial del teléfono, la fiesta y las reglas de toda película de terror, un guiño crítico consigo mismo que al parodiar dio nueva vida. Pocos directores son capaces de diseccionarse a sí mismos y convertir la autopsia en otro éxito que, de nuevo, renovó el género del que ya era un maestro. La saga ‘Scream’ hizo millones de dólares, llenó bolsillos y sirvió incluso para una saga paródica, ‘Scary Movie’, que llenó más cuentas corrientes. Hoy la industria y los fans le lloran porque con él se va un renovador que supo darle nueva vida al terror.