Es muy probable que mucha gente no sepa quién fue Carmen Balcells, y también que muchos periodistas no entiendan por qué se le da tanto espacio a una mujer a la que no reconocerán por las fotos pero que ha sido la piedra angular de la literatura en español en los últimos 30 o 40 años. Ha fallecido la gran agente editorial de ocho premios Nobel.

Merece espacio, mucho más que festivales, premios, promociones y otro tipo de productos de una industria cultural que no sería lo que es hoy, al menos en España y en parte de Latinoamérica, si no llega a existir Carmen Balcells. Pocos agentes literarios pueden presumir de un currículo como el que acumuló esta mujer que sacó a la luz a una lista de escritores con los que se podría construir una civilización entera: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Ana María Matute, Camilo José Cela, Manuel Vázquez Montalbán… y eso sólo por citar el puñado que quizás todos reconozcan a la primera.

Balcells fue responsable en gran medida del famoso, mil y una veces sobado Boom Latinoamericano, la agente editorial que se peleó con editoriales y mandarines de la cultura para lograr que aquellas voces salieran adelante. La famosa tríada de Balcells (García Márquez, Fuentes y Vargas Llosa) era la vara de medir frente a todos los demás. Fue pionera, tanto por ser mujer en un mundo de hombres acartonados como en el propio negocio, que cuando empezaba parecía absurdo: ¿una persona que promociona a escritores frente a editores y negocia sus contratos? ¿Eso de verdad existe? Pues si existe en gran medida fue por ella. Su personalidad, carácter, habilidad y la relación de intensa amistad cuasi maternal que establecía con los autores fue clave. Por algo la llamaban Mamá Grande, aunque tanto por el cuento dedicado por Gabo como por su capacidad de atrapar como una matriarca omnipotente sobre sus hijos.

Un ejemplo del poder de Balcells: foto de 1974 con ella en el centro, rodeada (de izquierda a derecha) de García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, Donoso y Muñoz Suay. 

Sin su habilidad negociadora no habríamos tenido a muchos de los escritores que hoy decoran las estanterías de los lectores, universidades, colegios y antologías. Una catalana de pro nacida en un pueblo de Lleida (Santa Fe de Dalt) en 1930 y que ha sido clave a la hora de cimentar y fijar la grandeza de la literatura en español en todo el mundo. Curiosas ironías de la Historia de este país, que no de la lengua española, justo ahora que su pequeña patria se debate esquizofrénica entre irse y quedarse, ella se va discretamente, sin que casi se haya enterado nadie antes del bombazo mediático consecuente con la pérdida de una figura tan importante, capaz de hacer idas y venidas con los premios literarios, honores, contratos y porcentajes. Y como toda buena lugarteniente de los autores, jugó también a ser confesora e incluso prestamista, ya que se la jugó más de una vez entregando dinero a fondo perdido para que escribieran. Ya lo recuperaría luego.

Balcells salió del pueblo en una España hundida en una pesadilla entre kafkiana y escolástica, un país todavía medio en ruinas que apenas había emergido aún del ostracismo. En realidad fundó su agencia literaria homónima un año después de que la ONU reconociera a España como país más o menos normal. España tuvo que abrir un poco las garras sobre sus últimas víctimas, y ella aprovechó el aire nuevo. Tuvo suerte porque su ímpetu de juventud (con menos de 30 años) coincidió con la eclosión de la generación maravillosa de escritores en español que iban a marcar una época, a un lado y al otro de los mares que separan el origen y el futuro del español. Funcionó bien su olfato: supo encontrar autores que, además de una calidad fuera de toda duda, tuvieran tirón comercial. Ya no había que elegir entre ser escritor de culto y escritor de dinero. Las dos cosas estaban presentes si Balcells andaba por medio. El éxito fue tal que la literatura ya no sería igual, ni en nuestra lengua ni en otras, porque su ejemplo cundió por el mundo y como el boom en español tuvo eco en inglés, prolongó en otros idiomas su influencia.

A su vera se acunaron antiguos y nuevos, americanos e ibéricos. Del segundo grupo destacan Vicente Aleixandre, Camilo José Cela, Rafael Alberti, Gonzalo Torrente Ballester, Miguel Delibes, Vázquez Montalbán, Ana María Matute, Jaime Gil de Biedma, Juan Goytisolo, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Javier Cercas y Rosa Montero. Y de los primeros pues el gran Gabo, Mario, Carlos (todos por nombres de pila, claro), pero también mitos como Julio Cortázar, Pablo Neruda y más recientes como Bryce Echenique o Isabel Allende. Sobrevivió con ellos, con éxito arrollador y algo menos al final, porque la biología manda y los tótem que la habían lanzado se iban de este mundo cíclicamente sin que surgieran otros talentos semejantes. Tuvo una época de gloria, y luego sobrevivió. Quizás por eso estuvo a punto de unirse al otro gran coco anglosajón de los agentes literarios, Andrew Wylie, con un catálogo que da ataques de vértigo (Borges, Nabokov, Milan Kundera…). Todo eso ha quedado ahora en el aire a la espera de concreciones.