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‘Agosto’ en el CDN

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Fin de ciclo en el Centro Dramático Nacional: se va Gerardo Vera y lo hace montando una de las grandes obras de teatro posibles, ‘Agosto: Condado de Osage’, de Tracy Letts. A su lado lo mejor que se puede tener en el teatro: una versión de Luis García Montero y actores como Amparo Baró, Sonsoles Benedicto, Alicia Borrachero, Irene Escolar, Carme Machi o Antonio Gil, entre otros. 

La obra de Tracy Letts, ‘Agosto: Condado de Osage’ fue saludada por el New York Times como «… la nueva obra americana más apasionante que Broadway ha visto en años». Recibió el premio Pulitzer de Teatro en 2008. Se estrenó el 28 de junio de 2007 en el Steppenwolf Theatre de Chicago y posteriormente se representó con enorme éxito en dos teatros de Broadway, dirigida por Anna D. Shapiro, con un total de 648 representaciones. Obtuvo el número 1 en la lista de ‘Diez espectáculos más destacados’ de la revista Time en 2007, año en el que además obtuvo cinco premios Tony, incluido el de mejor obra del año y mejor director (Anna D. Shapiro). En la obra, calificada como «comedia de humor negro” y ambientada en una gran mansión en las afueras de Pawhuska, Oklahoma, una familia se enfrenta con su pasado y su presente.

Reportaje – El cine y la guerra

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Un tema atemporal como pocos es el tratamiento de la guerra en el cine y la TV, un género que ha vivido una auténtica segunda época gloriosa en los años 90 y en esta primera década, cuando la Segunda Guerra Mundial se convirtió en el espejo para el talento de americanos y alemanes, cada uno por su lado, para retratar el horror del peor conflicto bélico imaginable.

 

Por Luis Cadenas Borges

Las relaciones entre el cine y la guerra siempre fueron muy intensas: por interés y por épi­ca, por motivacio­nes, por motivos tan diversos como ganar dinero o por di­fundir un mensaje. Y de todas las luchas, quizás la Segunda Guerra Mundial (WWII en el argot) haya sido de largo la más escenificada, la que más veces ha llegado al celuloide, por haber sido la piedra de toque de toda nuestra civili­zación, el punto de inflexión del mundo moderno y, des­de luego, el conflicto bélico más grande de la Historia. Sin querer entrar en detalles históricos y políticos, lo vital y fundamental de lo ocurrido entre 1939 y 1945 es el antes y el después de nuestro mundo, porque marca muchas cosas: la caída de Europa y el auge de EEUU, el ascenso del co­munismo planetario, la con­solidación de la dictadura so­viética, la descolonización, la sociedad del bienestar estatal, el capitalismo posmoderno, la sociedad del consumo, la revolución informática, la im­plantación de la democracia como sistema político final al que tender… Mucho, tanto que sería absurdo resumirlo. Pero el cine sí que lo ha retra­tado, y en los últimos tiempos con una humanidad inmensa.

Así que me centro en el cine, y más concretamente en el cine hecho para televisión, y sobre todo, en las cuatro olas de pasión cinematográfica por la Segunda Guerra Mundial. La primera ya sucedió duran­te la propia guerra, como en el caso de ‘Casablanca’ u ‘Ob­jetivo Birmania’, por poner dos ejemplos conocidos. En este cine bélico pretérito lo que valía era la propaganda, la visión polarizada de quién, cómo, por qué y para qué lu­chaban los Aliados; y digo los Aliados porque el cine nazi y soviético no ha salido de los márgenes marcados. La segun­da fase abarcó los años 50 y 60, la época dorada de la WWII y el cine, cuando se acumularon cientos de películas alrededor de todos los momentos cum­bre. Era un cine épico, doloro­so pero que se amoldaba bien al espíritu narrativo de buenos contra malos, o cuando me­nos, del heroísmo. Aquí ya era más importante la aventura y la acción que el mensaje. En los años 70 el atractivo residía más en la versión ácida y rea­lista del conflicto, y películas como ‘Los violentos de Kelly’, ‘Doce del Patíbulo’, pero so­bre todo ‘La Cruz de Hierro’, dejaron la huella del pesimis­mo, la denuncia y la visión sin polarizaciones. Quizás ‘La Piel’, sobre la ocupación americana de Roma, sea el fil­me definitivo que despoja de toda épica y heroicidad a las acciones de guerra.

Esa sucie­dad moral dejó seco el dique durante años, porque los 80 y parte de los 90 fueron los años de Vietnam. No sería hasta finales de siglo y esta primera década cuando Steven Spiel­berg, con una carga ideológica muy clara, y la irrupción del cine bélico alemán en demo­cracia, cuando surgió la cuarta ola, y quizás la más equilibra­da. Aquí los hombres y muje­res luchan por su patria, por sus principios, porque les obli­gan… todos los motivos y có­digos morales se circunscriben a las circunstancias, los solda­dos son vistos como peones de un juego que no controlan, de unos retos impuestos a los que deben sobrevivir. Ese hu­manismo late en ‘Salvad al soldado Ryan’, en ‘Enemigo a las puertas’, en ‘Windtalkers’, ‘Banderas de nuestros padres’ y su hermana japonesa, ‘Car­tas desde Iwo Jima’, ‘Creado­res de sombra’ o la primera con sello germánico, ‘Das Boot’ (El submarino). Filmes como ‘La lista de Schindler’ también escarbaron en el Ho­locausto desde otro punto de vista, y Spielberg, con ésta y con la primera mencionada, marcaron el nuevo rumbo de ese cine bélico, de la segun­da edad de oro del matrimo­nio WWII-celuloide, y que, menuda ironía, ha alcanzado las mejores cotas de calidad y humanismo en la televisión de pago, y en Alemania.

A un lado del charco están ‘Band of Brothers’ (Hermanos de San­gre) y ‘The Pacific’, dos subli­mes construcciones episódicas donde, como dijo comentó un espectador, “ya no hay la sa­tisfacción de la aventura, que termina bien, sino que es una realidad desoladora porque ves caer uno tras otro a los personajes”. Aquí sólo está la guerra, en toda su crudeza, bondad o maldad son cuestiones casi adaptativas, meros detalles secundarios del principio fundamental, que no es otro que sobrevivir o llegar hasta el final con los deberes con­traídos. Hay un cierto fatalis­mo en el cual el ser humano se redime, bien con el sacri­ficio de la vida o ayudando a los demás. Y esto sólo se logra por una razón: han pasado ya 70 años y todas las diferencias son relegadas a un plano del contexto histórico. Sólo así se entiende que los alemanes hayan creado joyas únicas como la visceral ‘El Hun­dimiento’, la onírica y casi fantástica ‘El ogro’ o la des­corazonadora ‘Stanlingrad’, y que hayan iluminado el mun­do con su magia. Tres obras maestras que demuestran que Alemania purga sus pecados, los exorciza de tal manera que se conecta con el mundo en un abrazo donde el séptimo arte hace de herramienta de salvación.

Recuperando a Brueghel

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La obra ‘El vino de la fiesta de San Martín’ de Pieter Bruegel el Viejo, considerada el descubrimiento más importante de arte flamenco de los últimos 25 años, cuelga por primera vez en las paredes del Museo del Prado tras casi dos años de laboriosa restauración. Un cuadro que costó 7 millones de euros y que es una de las joyas predilectas de los gestores del Prado.

La obra, junto a su radiografía y un vídeo explicativo, se exhibirá individualmente hasta el 25 de marzo y posteriormente se incorporará “a una de las mejores colecciones de pintura flamenca” haciendo del Museo del Prado “más excelente de lo que era”, según Zugaza, director de la pinacoteca más grande de España. ‘El vino de la fiesta de San Martín’ incrementa el conocimiento del pintor flamenco, del que el Museo del Prado posee el óleo sobre madera ‘El triunfo de la muerte’, la única pintura que hasta ahora existía del artista en nuestro país. Pintada con temple de cola sobre tela sin preparación, representa un tema muy popular en la segunda parte del siglo XVI, la fiesta de San Martín “que en los Países Bajos coincide con el final de la cosecha y el principio del invierno“, comentó durante la presentación de la obra Manfred Sellink, director del Museo de Brujas.

No se trata de una escena campestre sino que nos muestra al Bruegel humanista. Es una de sus obras más ambiciosas y de mayor calidad y en ella se muestran todas las calidades del trabajo de Bruegel, maestro del siglo XVI y uno de los más importantes pintores de ese indefinido estilo tardomedieval que discurrió en paralelo al Renacimiento. Denostado entonces, adorado como piezas de calidad clásico hoy.

El cuadro llego al Museo del Prado en noviembre de 2009 a través de la casa de subastas Sotheby’s, procedente de una colección particular española con la atribución de Pieter Bruegel el Viejo para su estudio y posible compra. Los análisis técnicos permitieron reconocer la singular grafía del pintor enmascarada por una gruesa capa de barniz poliéster cuya eliminación permitió identificar su mano en superficie.

 

 

The Artist, el cine mudo en el siglo XXI

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En plena era del 3D, de la digitalización absoluta, de la tiranía de la tecnología aplicada al mundo audiovisual, llegaron los franceses y le rompieron el ritmo al mundo con ‘The Artist’, una película muda que nada contracorriente y tiene mucha pinta de ser candidata a los Oscar. Eso sí, bajo bandera francesa. Hoy se presentó en España para ser parte de los estrenos de esta semana. Dirección y guión: Michel Hazanavicius. Actores: Jean Dujardin, Bérénice Bejo, John Goodman.

Lo cierto es que la película ha tirado también de su brazo americano, concretamente de la Weinstein Company, productora que está detrás de muchos de los éxitos de los años 90 y esta primera década del siglo, como por ejemplo ‘El paciente inglés’ o ‘Chicago’. El tándem formado por el director Michel Hazanavicius y el actor Jean Dujardin ya habían creado con bastante éxito en Francia la serie de películas ‘OSS 117’, una parodia de James Bond de ambiente y estética sesentera. Pero ahora el salto mortal es nuevo y vuelan al Hollywood de los años 20.

La película cuenta la historia de George Valentin (Rodolfo Valentino con nombres americanizado), una estrella del cine mudo de éxito que ve cómo su mundo se viene abajo al llegar el cine sonoro. Queda relegado al olvido en paralelo al ascenso meteórico de una antigua extra y actriz de reparto que sube como la espuma por el cambio de tipo de cine. Su gran estreno mundial es este viernes aunque ya se ha podido ver en multitud de proyecciones especiales y festivales. Y allí por donde ha pasado se ha llevado premios, tanto en Cannes como en Nueva York. En ese camino se incluye la senda de los Oscar por su gran originalidad.

 

Arte y humor en el Musac

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‘I Was a Male Yvonne de Carlo. El arte crítico puede ser sofisticado, incluso entretenido’ es una exposición comisariada por artistas, nacida del deseo de comprender y rendir homenaje a la obra de los artistas Guy de Cointet y Jack Smith. En el Musac hasta el 8 de enero.

Tan alejada como pueda parecer la práctica artística de ambos creadores, comparten una serie de rasgos comunes: la elegancia, el humor, la osadía, el gusto por la provocación y un finísimo sentido del ‘camp’ – de hecho el término fue adoptado por Susan Sontag para describir la obra de Smith. Más específicamente, comparten algo que queda plasmado en el título de la exposición: una capacidad crítica (crítica del establishment cultural, crítica del status quo, crítica del imaginario colectivo) preñada de estilo: humor, comedia, inteligencia.

La exposición estriba de la obra de estos dos artistas. Del que la comedia constituye una estrategia idónea para la crítica institucional da prueba sobrada la gran tradición de comediantes (judíos), de Jerry Lewis a Andy Kaufman. Así, entre la comedia de situación y la bufonada, nos encontramos con la obra de Guy Ben-Ner (Stealing Beauty, 2007) y Kirsten Mosher (Gumhead, Gumhead Sister y Gumhead, ready or not, todos de 2011).

El humor y la mofa de toda autoridad quedarían incompletos sin la presencia de Robert Crumb. Este excelente dibujante y estrella rutilante de la contracultura nos sorprende, en el tarjetón de invitación de la exposición, con una visión inmisericorde del artista (siempre el propio Crumb) con los pantalones bajados, vacilando entre sus fantasías sexuales y el compromiso social.

 

Reportaje – The Walking Dead es puro cómic

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La exitosa serie ‘The Walking Dead’ tiene su origen en una saga de cómic firmada por Tony Moore que es una auténtica obra de culto. La Sexta emite en abierto, mañana miércoles, otro capítulo más de la segunda temporada de una producción que ha encandilado a España como pocas.

 

Por Luis Cadenas Borges – (Imágenes: AMC e Image Comics)

Todo tiene un inicio, una base, una idea inspiradora, una chispa inicial. Cuando muchos descubrimos en España la serie ‘The Walking Dead’ lo que nos quedó fue la sensación de estar ante una maravilla de la pequeña pantalla, una de esas pruebas majestuosas de que formaba parte de la llamada ya “Nueva Edad de Oro de las Series”, productos más sofisticados y densos, y de más calidad, que la mayor parte del cine que se hace hoy. Pero todo tenía su base en una serie de cómics salidos de la cabeza y las manos de Robert Kirkman y Tony Moore respectivamente. A partir de la séptima entrega de la saga, el dibujo lo puso Charlie Adlard. Nació allá por el año 2003, y no llegaría a España hasta 2005 con Planeta DeAgostini Cómics. En EEUU los derechos son de Image Comics. Y el argumento es muy sencillo: un grupo de supervivientes de un apocalipsis zombi intenta sobrevivir a toda costa entre el sufrimiento, las rivalidades entre ellos, la búsqueda de un lugar seguro y la persecución de los zombis.

La serie creada por este trío (Kirkman-Moore-Adlard) tiene una característica brutal, la tremenda dureza de la historia. Hay mucho nihilismo, un derrumbe moral postapocalíptico total que convierte a los humanos perversos en seres más peligrosos incluso que los propios zombis. La alegría es efímera, y el tono continuo es una fusión de derroteros de locura, violencia y cinismo a partes iguales. Evidentemente, en la pantalla eso se suprime por una mayor profundidad psicológica de los personajes. Lo comido por lo servido. Son muchos los que apuntan que la adaptación de AMC y firmada por Darabont (en su primera temporada) supera en calidad al original en dibujo y texto, pero lo cierto es que en EEUU la obra original es de culto. Eso sí, ya tiene sobre su cabeza el mayor problema de todas las sagas largas: los argumentos y guiones empiezan a ser repetitivos y a caer en la trampa de los giros forzados, donde se los personajes se entremezclan en relaciones amorosas y traiciones que acercan a la obra a la telenovela más que a lo literario.

Por otro lado, las reacciones de los seguidores de la serie del cómic son siempre más virulentas porque no admiten la migración de la idea de un soporte a otro. Como bien han señalado muchos de ellos, en la serie de TV no existe la virulencia del original en viñetas, pero es obvio: cada formato impone sus limitaciones, y en la televisión está claro que la hiperviolencia y la hipersexualidad no son admisibles. No por cuestiones morales (que también), sino porque en el relato audiovisual la violencia y el sexo son un recurso secundario que si absorbe toda la carga acaba destrozando el argumento. Las adaptaciones siempre son versiones, no traducciones literales. Pero parece que eso algunos no lo ven claro.

El resto de sus características son ya habituales, porque el género y la situación general hace la mitad del trabajo: nada mejor que un escenario de hundimiento total de la civilización para hacer pasable situaciones y perfiles que en otro caso no serían nunca admisibles por excesivas. Esta época cultural y sociológica ayuda mucho. Como mentábamos en octubre en el blog Corso Expresso, “como en el eterno retorno de aquel bucle filosófico que fue Nietzsche, todo vuelve en esta vida de crisis cíclicas y modas pasajeras. Los zombis, tan denostados por cutres y poco efectivos a la hora de aterrorizar al personal, han vuelto. Una vez que se ha explotado a fondo el abanico de opciones más clásico (vampiros, hombres lobo, fantasmas) no queda más remedio que recuperar viejas glorias de siempre: tipos de tez cuarteada, roja y grisácea, de expresión muy limitada y con una sola obsesión, comerte tu cerebro o lo que puedan de tu cuerpo”.

El futuro telescopio gigante de Europa

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A pesar de que la crisis económica ha barrido casi todos los proyectos más audaces de las agencias espaciales en Occidente y parte de Oriente (salvo en China, donde encienden los motores de los cohetes con billetes, al parecer), otro tipo de programa siguen adelante. Europa ha dado luz verde al Telescopio Extremadamente Grande, también conocido como E-ELT, que contará con 40 metros de diámetro para un espejo y que será el equivalente a la pirámide de Keops de los telescopios. Siempre bajo la supervisión de la suboficina de la ESA, el Observatorio Austral Europeo (ESO).

 

Comparativa de tamaño entre el E-ELT y las pirámides

Los órganos directivos de ESO acaban de aprobar en una reunión en Múnich (Alemania) su presupuesto para el año que viene, en el que se incluye el E-ELT para que sea construido en el cerro Amazones (Chile) y el desarrollo de piezas ya diseñadas con anterioridad. La aprobación del presupuesto completo para la instalación, que se cifra en 1.082 millones de euros, se ha aplazado hasta una próxima reunión a mediados del 2012, pero todos los participantes en la organización confían en que no haya demoras. Especialmente cuando una de las nuevas potencias económicas mundiales, Brasil, haya aportado dinero para sacarlo adelante. En este encuentro en Munich, el astrónomo español Javier Barcons ha sido elegido como presidente del próximo consejo de ESO; también está en marcha el siguiente asunto, buscar jefe para la gestión del E-ELT.

Tal y como recogía el diario ‘El Mundo’ el 9 de diciembre, “entre los trabajos que se pondrán en marcha desde comienzos del próximo año están los accesos al lugar de su ubicación, así como la fabricación del espejo de óptica adaptativa, uno de los cinco espejos que tendrá el E-ELT. Incluso ya se fijo un plan ruta sobre la instalación de los primeros instrumentos. Cuando el E-ELT esté en marcha, todos los estados miembros de ESO podrán tener tiempo de observación asignado. Incluso si hubiera desviaciones sobre el coste presupuestado ahora y fuera necesaria financiación adicional hay tres estados (República Checa, Suecia y Finlandia) que se han comprometido a aumentar su participación, además de Alemania”.

 

 

 

David Mitchell

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Menos conocido en España de lo que debería ser correcto, David Mitchell forma parte de la generación de nuevos autores anglosajones nacidos en los años 60, que fueron niños en la época del desfase setentero y que ahora son la columna vertebral de la literatura posmoderna, una cantera inagotable de iconoclastas aburguesados que sorprenden siempre. Dave Eggers, por ejemplo, desde EEUU, es uno de ellos y compañero de generación de Mitchell. Su nueva obra es ‘Mil otoños’ (Duomo – 23,80 euros), una inmersión en la cultura japonesa desde el punto de vista de un occidental.

David Mitchell nació en Southport en 1969. Obtuvo el título de Literatura Inglesa seguido de una maestría en Literatura Comparada en la Universidad de Kent. Vivió un año en Sicilia antes de trasladarse a Hiroshima Escritos Fantasma(1999), su primera novela, obtuvo los premios Mail on Sunday y John Rhys Llewellyn. Sus novelas Number9dream (2001), El atlas de las nubes (2004), El bosque del cisne negro (2006) yMil otoños (2010) fueron finalistas para el Man Booker Prize. En 2003 fue seleccionado por  la revista Granta como uno de los veinte mejores jóvenes novelistas británicos. David Mitchell reside en Irlanda.

 

Sinopsis

Jacob de Zoet se encuentra en Deshima, el único enclave comercial japonés que durante la era Edo permite la presencia extranjera. Este joven holandés espera poder reunir en cinco años el dinero suficiente para casarse con la bella Anne. Sin embargo, su estancia se complica cuando conoce a Orito, una hermosa e inteligente comadrona que tras la muerte de su padre, el prestigioso doctor Aibagawa, desaparece misteriosamente. En medio de las intrigas de comerciantes, timadores y colegas cuyo proceder parece haberse contagiado del oscuro clima de la isla, Jacob intentará descifrar el contenido de un misterioso pergamino que parece contener la clave para comprender la desaparición de Orito, su amor prohibido, y los secretos que rodean a la enigmática Hermandad del monte Shiranui.

 

El ‘Diccionario de gastronomía’ de Dumas

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Además de ser, en parte, padre de la novela moderna, Alejandro Dumas (1802-1870) emuló a Rossini en algo más que en el talento: eran cocineros a tiempo parcial. Es más, mientras que el italiano inventó varios platos de pasta con su sello personal (entre ellos los tortellini Rossini), Dumas era un excelente chef de asados y de buen paladar. Todo un cocinillas al que la editorial Gadir rememora en ‘Diccionario de cocina’, un libro vagamente ilustrado pero que es una delicia para los amantes de la buena mesa y las páginas con mosqueteros. 

En la plenitud de su fama, el autor de los Tres mosqueteros y El conde de Montecristo decidió culminar su obra literaria con un gran diccionario gastronómico, del cual ésta es la primera traducción en castellano. Una obra que se basa en su prodigiosa memoria, su gran experiencia viajera y su saber culinario acumulado durante tantos años. Todo ello sazonado con la pasión que siempre sintió por la cocina y el arte gastronómico.

El original ‘Diccionario gastronómico’ de Dumas fue, sin embargo, un libro póstumo: se publicó tres años después de su muerte, inmensamente anacrónico: tenía más de 600.000 entradas, porque Dumas era grafómano hasta para eso. La siguiente edición es de finales del siglo, resumida, y que fue la base de la tercera edición y más famosa, la francesa de los años 60. Precisamente ésta ha sido la base de trabajo de la que ha publicado Gadir, y que en el fondo va a ser también ampliada porque el exceso dumasiano es inmenso y hay que publicar todas sus entradas.

 

 

Gila, aquí un amigo

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Libros del Silencio publica ‘Miguel Gila: vida y otra de un genio’, de Juan Carlos Ortega y Marc Lobato, condimentado con el prólogo de Forges y una larga lista de colaboradores-admiradores: Josema Yuste, Luis del Olmo, Juan Marsé, Javier Cansado, el Tricicle…

Represaliado por ser republicano, su humor se nutría de todo lo vivido y de sus experiencias personales, desde quedarse huérfano a ser preso político, el trauma de la guerra y la humillación… todo reconvertido en un gran coctel en el que el humor era pura redención. Buena parte de su éxito en la posguerra se explica precisamente por esa capacidad para crear carcajadas de situaciones irrisorias detrás de las que está una vida de palos y de éxitos.

Miguel Gila fue y será recordado siempre como uno de los más grandes humoristas españoles. Su estilo marcó un punto de inflexión en la forma de hacer humor y ejerció una profunda influencia en las generaciones posteriores. En este libro, de la mano de Juan Carlos Ortega y Marc Lobato, recorremos su infancia y su juventud, frustrada por los sinsentidos de una guerra que tan bien reflejaría en sus monólogos; sus principios en la radio y el humor gráfico, y su fulgurante éxito sobre los escenarios. Un retrato próximo y entrañable para el que se ha reunido también una considerable cantidad de material del autor, en gran parte inédito: viñetas, monólogos, obras de teatro y poemas.