Pulp Books, una editorial diferente, cuya labora es traducir al castellano a los nuevos valores de las letras gallegas, desde consumados hijos de la Transición y la posguerra a los nuevos nombres, pero que ha roto barreras de varios idiomas.

Pulp Books, fundada en Cangas de Morra­zo (Pontevedra), surgida de la casa madre Rinoceronte, experta en traducir y publicar literatura en idiomas poco comunes en el mercado español (japonesa, finlandesa, checa, etc) al ga­llego, decidió hacer el camino inverso y pasar a la lengua cervantina las obras de los gallegos que remaban en pos de la lengua administrativa y querida de Alfonso X el Sabio. La selec­ción de la editorial es exquisita y siempre sobre seguro: títulos ya publicados, con buena respuesta de público y crítica, y que se lanzan en castellano para abrir camino a estos mismos autores.

Su texto de presentación, que sigue siendo el mismo desde que echaron a andar hace varios años, no ha cambiado la sorna y el mensaje identitario: “La Humanidad nos estará agradecida por haber creado cosas como la empanada de berberechos, pero Galicia tiene más cosas que ofrecer: una cantera de autores que desde los años 80 ha despuntado con textos narrativos de gran calidad. En el nuevo siglo se ha incorporado a las letras gallegas una amplia nómina de jóvenes escritores que tienen mucho que decir, desde la periferia hacia el mundo. ¿Literatura nórdica? ¡Desde luego! Pero del norte de España. Un exo­tismo cercano, familiar, que le mostrará al público lector hispano una ficción menos conocida de lo que debería. Tan cerca, tan lejos”.

Todas tienen en común el mismo diseño alegre, vistoso, cercano al cómic o bebiendo directamente de él, una forma de distanciarse de los competidores y de acercarse a otro tipo de diseño más contemporáneo. Sin embargo ahora el catálogo se amplía para obras traducidas al catalán y el euskera. Pero apuntan más lejos aún, ya que hay traducciones al alemán, el italiano y el japonés. Expandirse o morir, así de claro.

Algunos de los títulos de Pulp Books del catálogo en castellano: 

‘Treinta y dos dientes’ (Xabier López López). Sin saber cómo, el director y autor teatral Paulo Barreiro se despierta una mañana convertido en un niño de diez u once años. Con una apariencia infantil y el bagaje de un hombre de 45, deberá sobrevivir como un menor huérfano. El libro ofrece una narración llena de sorpresas, humor (negro) y homenajes literarios. Esta novela que desmitifica el mundo de la infancia resultó finalista del Premio Torrente Ballester en 2006.

‘Nunca quise ser niño’ (Mario Caneiro). La vida de estos chicos, ni niños ni hombres, transcurre en un barrio que tiene una vía de tren por la que los convoyes pasan casi siempre atrasados y de largo. En este lugar que los ampara y los aprisiona, aman, beben, discuten, crecen, viven y mueren, convencidos de que a todos los barrios los atraviesa una línea de ferrocarril.

‘Festina lente’ (Marcos Calveiro). Recorre la vida de Ambrosio Cavaleiro, desde sus inicios como aprendiz en un taller de encuadernación hasta el final de sus días. A través de este personaje, se construye un gran fresco histórico de la Compostela de los siglos XVI y XVII, que le valió a su autor el Premio de la Crítica 2008, entre otros. Un viaje al mundo del libro, los tipógrafos y las imprentas de aquella época, en el que también se conocen detalles del oficio de los canteros, la construcción de la Catedral y la Inquisición.

‘El curioso mundo de las personas normales’ (Xosé Monteagudo). Tomás pasa toda su vida entre las cuatro paredes de un hospital, confinado por su enfermedad y por el abandono. En ese limitado espacio, sin haber conocido nunca el mundo exterior, con la única referencia de las conversaciones que oye desde su cama, configura su particular idea de la realidad. A partir de una historia real, Xosé Monteagudo construye un personaje singular que nos ofrece, con humor y fina ironía, una visión sorprendente de la vida a lo largo de buena parte del siglo XX.

‘Veiga es como un tiempo distinto’ (Eva Moreda). Gelo y Elisa se conocían de Veiga; él era un zapatero todavía perseguido por los recuerdos de los años de la posguerra; ella, una adolescente hija de soltera. Años después, los dos coinciden en la emigración en el Londres de los años sesenta. La ciudad se abre ante ellos como un espacio lleno de posibilidades excitantes e inquietantes al mismo tiempo: la música de los Beatles y de los Monkees, las minifaldas, el sindicalismo femenino; pero también el amor, la libertad, el labrarse el propio camino, el desarraigo, el miedo.

‘Cista en Fisterra’ (Luis Rei Núñez). El viajero de estas páginas es de esos tipos poco dados a conjugar en primera persona heroísmos y bravuras. En lugar de las geografías de la anaconda, el tigre o las moscas Tse-tse prefiere la más modesta, es un decir, de la centolla. Así emprende el viaje a una tierra mítica, que él quiere despojada de cualquier clase de barniz espiritual: no se trata de un Xacobeo Bis. Pero no por eso deja fuera de la mochila las preocupaciones de un alma que, ante los paisajes del Atlántico, combina un apego infinito con un sentido crítico espoleado por los estragos del “feísmo”. Lo que al fin prevalece es la proximidad a la gente, la curiosidad por lo legendario y un cultivo casi obsesivo de la memoria (colectiva e individual).

‘Shakespeare destilado’ (Xesús Constela). Bajo los efectos del gin tonic, un hombre cuenta la historia de su amigo Willy, que vive encerrado en un piso del que nunca sale. Allí construye la maqueta de una ciudad, que acabará por imponerse a la propia realidad. Escrita con un lenguaje coloquial, humor y sentido del ritmo, muestra una metáfora burlesca de la literatura. La obra fue galardonada con el Premio García Barros por ofrecer un “divertimento en busca de la libertad literaria”.

‘Las hojas muertas’ (Mario Regueira). Guillerme, obrero en una ciudad gallega, viaja a la ciudad belga de Gante para recuperar una herencia y encontrarse con su hermano Xoán, un músico famoso. Dos hermanos huérfanos sostienen esta novela de gran profundidad psicológica sobre la familia y el desarraigo. Un viaje que ayudará a combatir el vértigo y cicatrizar heridas abiertas. Una obra literaria que, desde el propio título, dialoga con la música para componer un fresco contemporáneo de pasiones, por la que Mario Regueira obtuvo el Premio Lueiro Rey de Novela Corta en 2011.

‘Cementerio de elefantes’ (Fran Alonso). Viaje literario a las entrañas de ese enigma fascinante que es la noche. Los personajes de este libro habitan ese paisaje como si la noche fuese una estrella fugaz que busca desesperadamente su libertad. A su imagen, se exhiben, clandestinos, en esa oscuridad húmeda que es refugio de noctámbulos, travestis, camareras, estudiantes, taxistas, barrenderos, personas solitarias, insomnes o periodistas…, y todos ellos sufren o disfrutan el efecto devastador de la noche sumergidos en los espacios más secretos de la ciudad. Un libro de estructura singular y espíritu fragmentario, la noche es sinónimo de magia, de complicidad, de vida, de seducción… pero también de soledad, de erosión, de anonimato, de frustración. Fran Alonso nos cuenta historias nocturnas y urbanas cargadas de melancolía y humor que nunca nos dejan indiferentes, y lo hace con frescura, humanidad e ironía.

La fuerza literaria del gallego

Siempre según las autoridades culturales gallegas (es decir, que el dato es fiable sólo hasta cierto punto) el gallego es hablado por unos dos millones y medio de personas, de los cuales aproximadamente dos millones lo tienen como primera lengua y lo usan habitualmente en su vida diaria. Antiguamente el gallego fue lengua de cultura (ahí están las Cantigas de Alfonso X para atestiguarlo), una vía literaria de primer orden que sucumbió ante el avance del castellano. En la Galicia predemocrática el gallego era la lengua del campo, de ese mundo rural tan rico en folklore y misticismo como la Irlanda con la que se emparenta lejanamente; pero desde los años 80 para acá ha entrado con fuerza en las ciudades, y con ese auge aumentaron las opciones de que resurgiera como lengua literaria, como en la Edad Media.

Toda la generación surgida de la Transición, desde esos 70 de esperanza hasta hoy mismo, ha mamado desde pequeño la lengua gallega y la usa con una fluidez no exclusiva con el castellano. Ese bilingüismo permitió a las editoriales gallegas salir adelante y que la aventura de publicar en este idioma fuera incluso rentable. Un caldo de cultivo que ahora da al país una nueva generación de autores que primero piensan y escriben en gallego, que luego ya les traducen. Todo un avance de la cultura, en general.