Los libros tienes muchas vidas. Son como una onda que fluctúa: a veces, un año después, vuelven a golpear gracias a un premio y al reconocimiento que se hace al autor. ‘Madrid: frontera’ es un buen ejemplo, publicado en 2016 en la Editorial Alrevés y que ha resurgido por el Premio Dashiell Hammett de este año.

No es un libro fácil. Es complejo, denso. Pero merece la pena zambullirse en una novela de género muy especial por su estructura y narrativa. Y David Llorente no es un recién llegado que aparece de improviso: en su haber cuenta con el Premio Memorial Silverio Cañada de 2015 con ‘Te quiero porque me das de comer’, en la Semana Negra, la misma en la que ganó el Hammett con su nueva obra, y que ya en 2014 fue elegida una de las diez mejores ediciones por el diario ABC. Llorente es un autor ligado al teatro tanto, o más, que a la novela: en Madrid crea el grupo de teatro Séptimo Miau, cuyas obras escribe y dirige él mismo. Ha representado por casi todos los países de Europa Central y del Este y ha obtenido diversos premios en varios festivales de teatro internacionales. En el 2015, Ediciones Antígona publicó la obra de teatro ‘Roja Caperucita’.

Y de nuevo, con ‘Madrid:frontera’ ha demostrado que salta de un arte a otro, unidos por la palabra, que maneja con maestría. La editorial presenta la novela con una pequeña carta dirigida al lector: “Sabes que hay gente a la que le han quitado la voz y ya solo les queda el llanto o el silencio. Tú mismo, en algún momento, has apretado los puños ante la injusticia y cargas sobre la espalda más peso del que se puede soportar. Seguro que has contemplado la desesperación ante ti, pero te niegan lo que has visto con tus propios ojos y te dicen que eso de lo que hablas no ha existido nunca […]. Debes saber que yo he venido a poner las cosas en su sitio para ajustar cuentas con el pasado. Que llego de la mano de un escritor que de repente toma conciencia de su enorme responsabilidad y te agarra de las solapas y te grita: ¡Despierta! Que vengo a hablarte de la verdad, aunque mis páginas quemen. Yo soy eso, el punto de inflexión. Y vengo a decirte que jamás debes perder la esperanza”.

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David Llorente

David Llorente construye una novela negra diferente, con una estructura muy particular donde el género asume elementos de lo fantástico y ese subgénero en sí mismo que son las distopías en un mayor o menor grado de futuro ennegrecido. Es un pequeño desafío a la realidad establecida en la que Llorente reescribe lo que sabemos existe y es a partir de una proyección terriblemente sombría: un Madrid donde no para de llover, sin esa particular luz eterna que la caracteriza y convierte sus veranos en una parrilla humana, en la que los animales se han evaporado y son sustituidos por máquinas que los imitan… Seguro que a algún fan de la ciencia-ficción le suena eso, ¿verdad? Porque Philip K. Dick y sus “corredores ciegos” del San Francisco posapocalítpico siempre andan detrás de cada esquina: “En la ciudad de Madrid no amanece. En la ciudad de Madrid hace muchos años que no sale el sol. La oscuridad ya forma parte de los habitantes”.

El Madrid de Llorente es una versión extrema de aquella capital sacudida a diario por manifestaciones y peleas con la policía, incapaz de frenar una marea de furia y rabia, de la que en muchos casos participaba (son funcionarios y durante años han tenido congelado el suelo y han visto volar sus pagas extra, porque cuando las vacas bajan escuálidas del prado todos sufren). Pero este Madrid no es tan suave, es acre y terrible, la utopía de los elitistas económicos que sólo entienden un modelo social, el feudal con derecho de pernada laboral en el que la ciudad está llena de vagabundos y recolectores de basura y las altas torres brillantes de hijos e hijas de la élite que niega la realidad. Eso de allí abajo no existe. Sólo hay un universo, el del dinero en el que ellos viven, todo lo demás es una molesta ilusión que recuerda a la frase de Mel Brooks en boca de su sátira de Luis XVI: “son pobres, ya estaban ahí antes y forman parte del paisaje”.

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Un Madrid claustrofóbico con el mar a las puertas, con playa y gobernada por Ezequiel Caballo, “que se dirige a los gobernados desde la radio y desde las pantallas de las televisiones. Más abajo están los ministros y los funcionarios del Cubo”. Ahora es George Orwell el que emerge como referencia de Llorente. De distopía futurista a distopía sociopolítica de un solo salto. Y todo con una crudeza evidente llena de sentimientos y emociones. Es novela negra, distópica y social al mismo tiempo, justiciera a su manera, dando voz a los olvidados y parias de la Tierra. Así que son tres caras en una, como un puñetazo que utiliza conscientemente elementos de otros géneros literarios para crear un todo distinto y muy original cuya victoria en la Semana Negra fue casi perfecta y unánime. Y siempre ese Madrid antagónico: gris, húmedo, como una cortina metálica sobre la urbe depauperada, y con un personaje que deambula como el radical libre que puede cambiar las cosas: “Te llamas Igi W. Manchester. Tienes treinta años y tu vida es un interminable día de lluvia”.

Metafóricamente es una Barcelona fría y mesetaria en la que el paro, deshauciada y obligada a vivir en los parques bajo cartones, aplastada por la policía, sin atención sanitaria y empujada sin cesar hacia el exilio económico, esa migración por supervivencia. Pero el punto de terror empieza después, cuando hay guiños a las distopías más extremas, como ‘La máquina del tiempo’ de H. G. Wells (los deshauciados han terminado degenerando por mutaciones y no podemos dejar de pensar en los morlocks que se encuentra el personaje de Wells, que viven bajo tierra, convertidos en caníbales), o el ‘Fahrenheit 451’ y los libros prohibidos. Siniestro. Un mundo terriblemente siniestro donde los de arriba persiguen a los de abajo para negarles la realidad, que debe ser proscrita.

No se puede protestar, no se puede negar que todo va bien. Aunque sea evidente que no es así. Paria el que niegue la recuperación. ¿Les suena? Pero va más allá Llorente en el arte de apretarte la soga: incluso se permite el lujo de crear una dimensión extrema religiosa donde el aborto está prohibido, el catolicismo ha devorado las leras y el pensamiento libre y decenas de disciplinas humanísticas han sido prohibidas por la misma razón que hace mil años, porque hacen pensar a la gente. Y todos saben que pensar cansa, y no es bueno. Nada útil para la élite de los de arriba sale cuando la gente piensa individualmente. Mejor ser masa que luz personal. Porque a la masa se la puede controlar, al individuo no. Y como escribió Noemí Sabugal en Zenda al hablar de esta novela, “Llorente sigue golpeando. Un jab, un gancho y ya estamos contra las cuerdas”. Lectores de estómago de hierro, ya tenéis para leer.

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