Dos personajes antagónicos que ejemplifican dos tradiciones muy diferentes de hacer cómic, la escuela neoyorquina y la franco-belga, EEUU y Europa, surgidos casi a la par y con un desarrollo distinto. Los dos aún en producción. Dos mitos que han acunado muchas infancias.

IMÁGENES: DC / Dupuis / Norma Comics / Dibbuks

A un lado EEUU, al otro Europa. O mejor dicho, la máquina industrial del cómic que fue (y es, aunque California es el otro lado de la misma moneda) Nueva York, y en el lado europeo la órbita cultural francófona que aglutina a Francia, Bélgica y Suiza, con una extensión particular en Italia. Dos mundos del cómic, muy distintos, tan diferentes entre sí como entrelazados por Historia y creatividad. Este año celebramos dos aniversarios que son la perfecta síntesis de los dos caminos que tomaron ambos mundos culturales: Supermán y Spirou, dos S magníficas que no podían ser más distantes, como antípodas.

Los dos personajes cumplen 80 años en este 2018. El primero inauguró la vía americana de lo superhéroes, producto del diván sociológico de Occidente y más concretamente de la cultura norteamericana, una suerte de mitología local basada en el concepto del dios pagano mezclado con el mesianismo del héroe todopoderoso llegado de la otra punta del Universo. El segundo es un ejemplo de un mundo mucho más viejo y con más ganas de reírse; Spirou era comedia, acción y una fantasía mucho más abierta y mundana, sin trasfondo teológico y un objetivo muy claro, los niños.

Superman es, como bien apunta Grant Morrison en su libro ‘Supergods’ (muy recomendable para los que quieran aprender un poco de historia del cómic norteamericano), una versión mercantil del Mesías cristiano, un salvador de virtud indomable, mitad superhombre nietzschiano, mitad Jesucristo apócrifo, un personaje fuera de contexto de la realidad humana en aquel 1938 y todavía hoy, cuando ya casi nada nos sorprende. Entonces, en aquella Norteamérica que se recuperaba a duras penas del Crash de 1929, aquel personaje que heredaba la indumentaria de los forzudos de circo (como apunta Morrison) y la filosofía liberadora del individuo de la era contemporánea, resultó un golpe tremendo.

Era algo totalmente nuevo, un dios griego de raíces cristianas diseñado por Jerry Siegel y Joe Shuster para DC que podía superar a todo lo imaginable: para comprender el impacto que tuvo sólo hay que pensar en que hubo otros forzudos heroicos anteriores, pero ninguno tenía ese origen extraterrestre de inmortalidad (no declarada, sólo insinuada) e invulnerabilidad de un no-humano llegado de un planeta lejano ya extinto y que cae a la Tierra como un salvador. La necesidad de ser salvados, la necesidad de un Dios, aunque vaya de azul y tenga flequillo, la eterna necesidad del padre protector que salve a la Humanidad de sus defectos.

Detrás de Superman había otro yo ridículo en comparación, un periodista tímido y discreto llamado Clark Kent que en realidad es una versión perversa de nosotros mismos. Siegel y Shuster copiaron el aspecto del cómico Harold Lloyd para Kent y del también actor Douglas Fairbanks para su Superman, que empezó casi como un personaje de opereta en posturas forzadas y terminó casi en un falso Jesucristo en muchos de los volúmenes creados. Con los años el personaje evolucionó, apuntaló la pureza moral propia del cristianismo con la misma facilidad con la que dejaba al descubierto sus puntos débiles, porque nada hace más atractivo un héroe que verlo hincar la rodilla temporalmente. Del éxito de los años 30 y 40 se pasó a la televisión y el cine. Para cuando Richard Donner adaptó en 1978 al personaje a la gran pantalla ya era un icono universal, revitalizado en las décadas siguientes con versiones nuevas, revisiones marginales e incluso experimentos como la propia muerte y resurrección (reforzando además el mesianismo cristiano) del mismo.

El Superman renovado y la primera portada del personaje en Action Comics (junio de 1938)

A Superman se lo debe todo el cómic norteamericano, o al menos el de grandes ventas. No hay que olvidar que el leitmotiv de la industria de EEUU ha sido triple: superhéroes, género negro y novela gráfica. Mientras que ésta se la debemos a Eisner y la segunda es consustancial a la cultura yankee, la primera es lo que le ha dado fuerza universal. A fin de cuentas se han limitado a recuperar la antigua mitología pagana europea para remodelarla a su gusto, y lanzárnosla de nuevo. Superman puede ser tan cristiano (según Morrison) como griego, romano, celta o incluso beber de los antiquísimos mitos babilónicos.

Todas las mitologías confluyen en un icono que apenas ha cambiado en 80 años y que muy probablemente languidecerá de nuevo siguiendo la ley del péndulo de Morrison, que estima que cada una o dos generaciones los mitos caen para recuperarse más adelante con una nueva versión de sí mismos. De Superman nacieron todos: al poco apareció Batman, una contraposición humana centrada en el thriller y el género negro que parecía el alter ego de diván del aparentemente inquebrantable Superman. Luego llegaron los Cuatro Fantásticos, los X-Men y todo el Universo Marvel y el de DC. Y 80 años después, seguimos hablando de él, aunque sea más viejo que las pirámides.

En las antípodas está Spirou, creado en pareja con Fantasio desde el principio también en 1938 por Rob-Vel para la revista Le Journal de Spirou y que ha tenido una larga lista de autores que han seguido el testigo, como André Franquin, Jean-Claude Fournier, Jean-David Morvan o José Luis Munuera. Aquí no hay dioses, ni mitología, ni teología, ni referencias freudianas: Spirou es un botones de hotel con su característico uniforme rojo cuyo nombre además es un chiste, ya que se basa en el dialecto valón del sur de Bélgica y que significa “ardilla”. A un lado un “superhombre” moreno y fornido, y aquí un proletario enclenque acompañado de una ardilla muda que, como el Milú de Hergé o el Idefix de Goscinny-Uderzo, piensa como un humano.

En 1944 llegaría el amigo eterno, Fantasio, diseñado por uno de los muchos autores de la saga, Jijé, para darle aún más locura y éxito para el público infantil. El resultado fue un superventas en el bien instruido mundo francófono, que tiene la misma pasión por el cómic y la lectura que los españoles por el jamón. Un hito cultural que los niños de este país conocieron sucesivamente en muchos tebeos y que conformó parte del universo alternativo norteamericano que la posguerra española imitó con sus forzudos nacionales.

La sucesión de autores no mató el espíritu de Spirou, más bien lo enriqueció. De Jijé saltó a André Franquin al poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, en una Europa devastada y convulsionada, que se encargó de perfilar el personaje canónico del que luego se han hecho decenas de variaciones y versiones, pero siempre sobre el mismo arquetipo. Franquin convirtió la tira cómica en una saga con argumentos mucho más elaborados en la estela de Hergé: género de aventuras parecido a una narración literaria, pero con dosis de fantasía mucho más grandes frente al más contenido Tintín, que todavía tenía dosis de realismo.

Franquin optó por crear un universo de secundarios bien nutrido que dieran profundidad al dúo Spirou-Fantasio, sentando las bases del personaje y su particular marco narrativo. Y que incluía, en una sociedad masculinizada, a un personaje femenino de peso, Seccotine. Entre los secundarios más importantes figura Marsupilami, un animal de ficción entre el primate y el marsupial que apareció en los años 50 y que terminó por tener su propia saga. El esquema de Spirou-Fantasio incluía el viaje envuelto en la trama propia, con referencias a la vida real que de vez en cuando se colaba en los álbumes, desde la política a la música o las costumbres del ámbito cultural franco-belga.

Esto no cambió cuando a finales de los 60 la autoría pasó a Jean-Claude Fournier, momento en el cual el Marsupilami fue desgajado por Franquin y la serie entró en otra fase más evolucionada, aún más conectada, que había crecido con sus lectores iniciales. En los 70 la sociedad había cambiado y mientras en EEUU el cómic también evolucionaba hacia la política y el psicologismo adaptado a la narración, en Europa el trasvase hacia el cómic moderno también marcó a los personajes del universo Spirou. El siguiente salto, ya en los 80, convirtió al personaje en casi una marca, con hasta seis autores trabajando al unísono y creando versiones del mismo motivo, pero sin repetir el éxito anterior.

Además aparecieron sucesiones de spin-off, como El Pequeño Spirou, una versión “precuela” del personaje pero siendo un niño a partir de 1987. El tándem Philippe Tome y Janry (guión y dibujo) fue el único que logró recomponer un Spirou contemporáneo, capaces de mezclar motivos científicos con el thriller en el mismo álbum. No duró mucho: a mediados de los 90 volvió a romperse la autoría y empezó a bailar de una mano a otra, incluyendo a José Luis Munuera, que regresó al Spirou clásico de Franquin. La herencia actual es esa: un baile entre el clasicismo original y los intentos de volver al personaje más realista y humano, algo que puede funcionar puntualmente, pero que no ha logrado cuajar. Como con Superman. Dos personajes legendarios atrapados en sus propios iconos que no han podido evolucionar demasiado. Y aún así, perduran.

Homenaje a Spirou en un edificio de Bruselas, el Pequeño Spirou y uno de los volúmenes de la integral editados por Dib-buks

Superman, el Mesías mil veces adaptado

Si algo sabe hacer el cómic norteamericano es exprimir naranjas: en pequeña pantalla o en grande, con palomitas y refrescos. Lo que sea para que la caja registradora siga sonando. El caso de Superman es paradigmático, casi tanto como el de Batman, aunque algo menos. El hombre murciélago es un icono del cine todavía mayor que el del Mesías apócrifo, que nunca ha terminado de romper de verdad. La adaptación clásica de Donner en 1978 con Christopher Reeve (cuatro películas, de las que se puede olvidar la cuarta) es arquetípica y no ha sido aún superada. Al margen ha sido adaptado en seriales radiofónicos, series de televisión reales o de animación, en el cine y en los videojuegos.

Ejemplos: durante la Segunda Guerra Mundial aparecieron la primera serie de cortometrajes con Superman, y al termina la contienda Kirk Alyn daba vida al primer héroe en pantalla. En 1951 le tocó el turno a la televisión, con George Reeves. Pero no sería hasta finales de los 70 cuando Superman daba el salto: las tres primeras entregas (1978, 1980, 1983) y la cuarta purgada de la memoria colectiva en 1987. Ya en los 90 llegarían ‘Lois & Clark’, superada por ‘Smalville’ con un Superman adolescente encarnado por Tom Welling y luego evolucionado. En 2006 Bryan Singer lo intentó de nuevo con ‘Superman Returns’, que no contentó a nadie, y Zack Snyder con más fortuna en 2013 con ‘El Hombre de Acero’ protagonizada por Henry Cavill.

El cómic franco-belga, la infancia de Europa

Francia y Bélgica tienen un papel fundamental en la posguerra cultural europea, especialmente en su función de forjadores de la infancia continental. En un mundo que trataba de olvidar el horror absoluto, las creaciones de los autores en lengua francesa a un lado y al otro de la frontera de Valonia fueron clave para crear los iconos de la infancia continental. Elaboraron lo que se llama “bandes desinées”, y luego el modelo precursor de la novela gráfica, el “álbum belga”. Todos tenían adherencia a la tradición de la “línea clara” donde Tintín es la máxima expresión: dibujo bien delineado, sin distorsiones, realista sin serlo. Frente a la exageración hipermusculada norteamericana y japonesa, llena de expresionismo y violencia en el movimiento, en Europa optaron por seguir la vía de la literatura infantil-juvenil y crearon personajes humanos más cercanos a parodias que llegaban con más fuerza al público.

Tintín, Spirou, Lucky Luke o Astérix son los mejores representantes de ese estilo de cómic, donde el género de aventuras, la trama clásica y el “efecto máscara”, por el cual los personajes eran insertados en fondos realistas. Esa combinación de sencillez y fantasía con trasfondo real creó un cóctel que todavía hoy funciona. Sólo hay que recordar que, salvo en el caso del personaje de Hergé (cortado de raíz con la muerte de éste por orden y testamento), el resto de personajes continúan en producción. Un estilo propio para Europa, su infancia sintetizada gracias al talento franco-belga.

El éxito del legado francobelga: Tintín, Astérix y Obélix