Antony Beevor publica nuevo libro en español y en un montón de lenguas más. Desde hace tiempo se ha convertido en el cronista más popular de la Segunda Guerra Mundial: ahora le toca el turno a la Batalla de las Ardenas.
Beevor es uno de los mejores en lo suyo, tiene además el talento narrativo suficiente como para enganchar a los lectores. Puede no tener usted ni idea de lo que pasó durante la Segunda Guerra Mundial, el conflicto que dibujó el mundo que todavía vivimos, y que tardará quizás siglos en esfumarse, pero él se lo contará de tal manera que no podrá dejar de leer. Hay mejores historiadores, eso seguro, y con ideas más brillantes, pero ninguno le dará la versión novelada y casi documental de aquellos años de plomo fundido como lo hace él. Ya ha tocado muchos palos: Normandía, Stalingrado, la caída de Berlín… y ahora le tocaba a uno de los episodios más tremendos de la guerra, la Batalla de las Ardenas, la última ofensiva nazi, a la desesperada, más audaz que ninguna otra junto con la invasión de Creta por los paracaidistas alemanes. Una ofensiva que a punto estuvo de machacar a los Aliados en Bélgica y dar al traste con la invasión de Europa. Pero el clima, la resistencia de los paracaidistas norteamericanos y los errores logísticos alemanes lo evitaron. Todo recogido en ‘Ardenas 1944, la última apuesta de Hitler’ (Editorial Crítica, 574 páginas. 27,90 euros / 14, 99 euros edición electrónica).
El arreón nazi de las Ardenas en diciembre de 1944, con Alemania cercada por el oeste, el este y el sur, y con la Royal Navy dueña y señora del Mar del Norte, fue una iniciativa desesperada de un régimen que se caía a pedazos. A Alemania siempre la pillan de la misma forma: dos frentes. La maquinaria de guerra nazi, sobrevalorada en exceso en muchas ocasiones, aguantó mientras pudo tener a casi tres millones de soldados soviéticos devorando kilómetros por el este y a la flor y nata de los Aliados en el oeste golpeando sin cesar. Necesitaba romper por el oeste para resistir cuanto pudiera a su verdadera Némesis, la Unión Soviética, responsable en gran medida de la victoria final en Europa. Porque EEUU ganó la guerra en el Pacífico, la URSS en Europa y los demás hicieron lo que pudieron. Pero esa última ofensiva era una apuesta muy arriesgada: de haber salido bien habría roto el frente de EEUU y Reino Unido, embolsado a cientos de miles de soldados. El objetivo era llegar a Amberes y aislar a Montgomery con el grueso del Ejército Británico y canadiense. De esa manera Hitler podría haber frenado la ofensiva por el oeste, asestado un golpe demoledor a Reino Unido y EEUU, pero todos los historiadores concluyen que sólo habría retrasado lo inevitable.
Beevor describe en el libro con abundante documentación (fotografías, testimonios, cartas, mapas…) todo lo relacionado con la Batalla de las Ardenas (16 de diciembre de 1944, 25 de enero de 1945). Y lo hace como siempre: importante tanto lo que le contaba un soldado a su madre en una carta escrita a la luz de una linterna que las grandes estrategias de generales de taza de té y mapas con chinchetas. Y como siempre, no se ahorra los detalles escabrosos, ni la violencia. Si alto tiene Beevor, además del mencionado talento narrativo, es que no se autocensura y cuenta las cosas como fueron: la virulencia sádica de la artillería alemana disparando contra las casas con bombas incendiarias, los fusilamientos vengativos de los Aliados cuando atrapaban a los alemanes, la saña de los paracaidistas norteamericanos (seguro que recuerdan los episodios de ‘Hermanos de Sangre’) contra las SS, a los que no hacían preguntas antes de matarlos o ahorcarlos, la frialdad de Montgomery, los errores de cálculo de Patton, los temblores fríos de Eisenhower… Y todo eso en medio de uno de los peores inviernos de los últimos 200 años, en una zona boscosa y húmeda donde no paró de nevar durante meses.
Beevor tampoco tiene mucha misericordia con los oficiales y estrategas: los describe muchas veces como hombrecillos débiles sin imaginación. Nada de algaradas de película: el británico no se ha forjado su fama y fortuna literaria dando vaselina, más bien todo lo contrario. Beevor es especialmente crítico con el trato a los prisioneros de guerra por arte de los Aliados (porque los nazis nunca respetaron a casi nadie): en Bastogne, sometidos por el hambre, el frío y la violencia, los Aliados apenas hicieron prisioneros, los mataban en cráteres o fosos de tirador. Les robaban todo lo que podían, incluyendo armas y munición, y seguían adelante. Entre ellos el general Bradley, uno de los mejores estrategas del Frente Occidental, que sabía que sus hombres fusilaban y ejecutaban en venganza. No sólo no dijo nada sino que lo aprobaba. A fin de cuentas muchos de aquellos hombres habían visto cómo las SS mataban a sus compañeros en Normandía, cómo los nazis bombardeaban pueblos llenos de civiles (Malmedy, por ejemplo) para frenar a los Aliados. Éstos, escarmentados por la Primera Guerra Mundial y aterrorizados de que Bélgica repitiera los excesos de trincheras de entonces, usaron el bombardeo masivo de artillería y aviación contra los alemanes. Resultado: las bajas civiles se dispararon.
Fosos de tirador en Bastogne
Todo gira alrededor de un ataque por sorpresa que arrastró al pánico a cientos de miles de soldados Aliados, lanzó a lo mejor del ejército y las SS a la carrera a través de bosques y colinas, a la desesperada. Hitler había tenido una buena idea que, como casi todo lo que pasó por sus manos, terminó en tozudez autodestructiva. Infringió casi todas las leyes no escritas de la guerra (incluyendo disfrazar a los alemanes de soldados Aliados detrás de las líneas) y terminó vencido por la resistencia de la 101ª División Aerotransportada en Bastogne y otras zonas, porque el clima tormentoso cambió justo a tiempo para que la RAF y la USAF machacaran sin piedad a los alemanes (todavía hoy se encuentran en esa zona restos humanos y de maquinaria de aquellos días helados de diciembre) y porque, al final, de tanto estirarse los alemanes no pudieron abastecer a la cabeza del ataque. Se desconectaron y ya no hubo vuelta atrás. La guerra terminó de facto en el oeste el día que se certificó el fracaso, con Patton subiendo hacia el norte desde Francia para auxiliar a las bolsas atrapadas en Bélgica. Bastogne, retratada perfectamente por la serie ‘Hermanos de Sangre’, fue el nuevo Stalingrado de Hitler, un suicida paranoico que creía que exterminar a aquellos paracaidistas yankees era la solución a todos sus problemas. Entretenido en ese punto, descuidó todo lo demás, y los británicos y norteamericanos no tardaron en aprovecharse, resarciéndose de la cadena de errores y miedos anteriores.
Antony Beevor: el cronista sin pelos en la lengua
Se llama Antony Beevor, sin h intercalada en el nombre de pila, una rareza en un país como Reino Unido, donde las formas lo son todo. Por algo fue oficial de la Royal Army durante años y uno de esos productos de la Academia de Sandhurst. Nacido en 1946, en su haber figura ser el nuevo cronista de moda de la Segunda Guerra Mundial, pero también de muchos otros conflictos; su temprano contacto con la historiografía militar le favoreció a la hora de entender todo lo relacionado con los conflictos. Antiguo oficial del 11º Regimiento de Húsares del Ejército británico, ha renovado en profundidad la Historia militar y política de la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo pensando en el lector medio, no en otros oficiales e historiadores, de tal forma que su conocimiento queda tamizado por la necesidad de comunicar.
Soldados alemanes en los bosques de las Ardenas
Su narración, detallista y meticulosa, llena de referencias cruzadas y de vidas paralelas de soldados, civiles y generales, se trufa de citas y anécdotas que cargan de humanidad cinco años de horror. Su total compromiso con la denuncia de los crímenes de guerra le ha granjeado muchos enemigos en Rusia, Alemania, Francia (donde también relató el colaboracionismo con los nazis durante la ocupación), Gran Bretaña (ha fustigado sin piedad a los oficiales y la Historia oficial) o EEUU (no se calló los desmanes de las tropas norteamericanas en su avance por Francia y Alemania, o los errores del Día-D que costaron muchas bajas). Especialmente crítico ha sido en Rusia, donde dio muchos detalles del martirio de los prisioneros alemanes rumbo a los gulag siberianos, la violación sistematica de mujeres por los soldados soviéticos (como arma de guerra) y el saqueo meticuloso y deliberado del Ejército Rojo en su avance.
Beevor ha sido, por desgracia para él y por fortuna para los demás, el primero que ha hablado sin tapujos de las vendettas de unos y otros. Ha dado a la guerra una dimensión de crudeza que pocos han querido o podido reflejar. Buena parte de sus denuncias se centran en las campañas de bombardeos de los Aliados. Estilo, detallismo, historia y divulgación se dan la mano en él, críticas o no sobre su subjetividad, pero también el talento de un gran comunicador imprescindible hoy para entender la guerra que parecía el Fin del Mundo. En su haber cuenta, en español, con ‘La Batalla de Creta’ (2006), ‘Berlín, la caída’ (2006), ‘Creta: la batalla y la resistencia’ (2006), ‘Un escritor en guerra: Vassily Grossman’ (2006), ‘La Guerra Civil Española’ (2005), ‘París después de la liberación’ (2007), ‘Stalingrado’ (2004) y el ya famoso ‘El Día-D. La batalla de Normandía’.