Polémico, acusado de perverso por usar modelos infantiles, con un estilo propio e inconfundible, que proyectaba psique y mística personal en sus cuadros, que jugó al desconcierto en sus memorias y en su vida. El Thyssen-Bornemisza exhibe la mayor exposición de este autor nunca realizada en España, un momento perfecto para hablar sobre un outsider completo del siglo XX.

IMÁGENES: Museo Thyssen-Bornemisza / Wikipedia Commons

En 1996 el Museo Reina Sofía ya le hizo una exposición a Balthus, pero mucho más pequeña que la que se puede ver ya en el Thyssen-Bornemisza hasta el 26 de mayo, organizada a medias con la Fondation Beyeler en Riehen / Basilea con el fin de traer al público español las claves del artista de nombre real Balthasar Klossowski de Rola (1908-2001), reducido a un apodo derivado y que fue uno de los grandes maestros del siglo XX. Tan desconocido como polémico, un vanguardista rompedor alérgico a las etiquetas que forjó su propio universo pictórico al margen de corrientes (o mejor dicho, aprovechándose de todas ellas en una mezcla personal) y que evitó que le encasillaran. Todo gran artista tiende siempre a esa marca individual que es la demostración de que además de talento hay una lógica simbólica e intelectual detrás de cada lienzo. La muestra reúne obras clave de todas las etapas de su carrera desde la década de 1920, cuando empezó a pintar más en serio. En los años 30 casi le pierde el arte: en el 34 presentó una exposición en París con menos de diez cuadros considerados demasiado provocativos. No vendió ni uno y quiso suicidarse. Desde entonces arrastra el cartel de polémico.

Vanguardista de primera línea, tan adorado como denostado en muchos círculos, bebió del pasado (Caravaggio, Courbet, Poussin, Piero della Francesca) y de su propio tiempo de ruptura y revolución artística. Porque lo primero que hay que aprender de Balthus es que mientras el resto avanzaba en un sentido, él iba por otro. Único e individual en su creación. Pocas épocas son tan inestables y creativas como esa primera mitad del siglo XX en la que Balthus se definió como artista, una libertad total creativa que le definió toda su vida. No se dejó atrapar nunca por nada ni por nadie. Fue a su libre albedrío, con ese universo infantil como altar en el que representó a las niñas y mujeres que él veía como expresión total del vitalismo armónico (fuerza y quietud a un tiempo). A las acusaciones de perverso o pedófilo siempre contestó con una idea: esas niñas preadolescentes son la representación de la pureza, no de la perversión que anida en el ojo del que mira. Ya saben, “el pecador está en el ojo del que mira”. Da igual lo que dijera, el lastre fue creado y colgado al cuello del artista, que sin embargo siguió en su particular universo y no se detuvo.

La calle (1933)

En su obra hubo siempre una mezcla muy personal, una imagen a veces incluso naïf que no era tal, sino producto de su necesidad de expresarse de otras formas, que le entroncó con movimientos como la Neue Sachlichketi o incluso la tradición de la ilustración literaria. Por definirle de una manera “popular”, Balthus fue el primer posmoderno cuando la propia modernidad todavía estaba fraguándose. Una aparente contradicción que no es tal: simplemente fue más allá que el resto. Todo esto tiene mucho que ver con lo que es su verdadero corpus artístico, llevándole la contraria a todos, desde la expresión a la temática (mezclando inocencia y erotismo, un tema cada vez más tabú). Creó una vía personal de arte figurativo (no abstracto o deconstructivo, como muchos otros en su tiempo) totalmente diferente al resto; si el lugar común dice que todo artista que triunfa es aquel que consigue hacer de su estilo un sello inconfundible, con él llegó el mejor ejemplo de esta idea. Las etiquetas no le cabían a Balthus: su estética pictórica era de formas perfectas y delimitadas, una figuración directa que recuerda a los antiguos pintores pero que se aleja por completo de ellos al mismo tiempo, porque fue capaz de calzar el surrealismo dentro de ese lenguaje. Era la contradicción deliberada hecha arte: imágenes simples cargadas de elementos oníricos y eróticos.

Los juegos de Balthus eran parte de su personalidad pública, cuando apenas tenía esa proyección. Era un hombre solitario que vivía por y para la pintura, y que dio pistas sobre cómo entender su creación. Son cuadros llenos de quietud y placidez, donde todo parece estar a punto de suceder. El franco-polaco siempre tuvo muy claro su origen: se había arrodillado en el Louvre ante los grandes maestros para imitarles, aprender de ellos. Clamó siempre sobre la humildad de todo artista ante el lienzo y los que le precedieron. Uno de ellos fue Piero della Francesca, del que copió uno de sus rasgos más característicos, la capacidad para que sus modelos sean etéreos al tiempo que sólidos y bien definidos. Los ángeles y vírgenes del italiano se proyectaron siglos después en los lienzos de Balthus. Otro punto: el gato. En sus obras suelen aparecer gatos, que es el observador de la escena, en la que participa indirectamente. Es el alter ego el pintor, que se mete en sus obras, y que hace perenne ese infantilismo eterno que impregna cada uno de los cerca de 300 cuadros que realizó (pocos si tenemos en cuenta que algunos impresionistas superaron los 4.000).

La montaña (1936-1937)

El tiempo no existe en Balthus: todas las escenas forman parte de un universo sin muerte ni decrepitud, capturas de momentos concretos que se eternizan. Para una civilización obsesionada con el tiempo y los efectos de su paso, Balthus rompió todos los relojes para crear un mundo donde no hay muerte, vejez o enfermedad. Hay que verlo de otro modo, como si el artista tuviera un botón de pausa que se eterniza pero en el que sucede todo. Centrado siempre en la infancia, la obsesión particular de Balthus, los años de la inocencia, la vitalidad y la inconsciencia, donde todo es posible y la plenitud es total, la luz, el juego, la relajación y la placidez, el sueño. Sin embargo también es cierto que Balthus aprovechó ese escenario para proyectar su propio erotismo en las figuras, a punto de alcanzar la madurez sexual y vital. Más que recrear la infancia el pintor se aprovechaba simbólicamente de ella para sus propias obsesiones e ideas. Todos los creadores lo hacen. Quizás el punto de fuga de Balthus sean los elementos que escogió para hacerlo.

Nacido en París en 1908, segundo y adorado hijo del profesor polaco Erich Klossowski y de la pintora rusa Baladine Spiro, hermano del filósofo y ensayista Pierre Klossowski. Durante la Primera Guerra Mundial la familia se refugió en Suiza, donde conocería a la que luego fue su primera esposa Antoinette de Batteville (que fue una de sus primeras modelos). Al regresar a París gran parte de la intelectualidad europea pasó por el hogar familiar, desde Jean Cocteau (que luego, en 1929 escribió ‘Los niños terribles’ inspirándose en él y su hermano Pierre) al poeta Rainer María Rilke, que se convirtió en el tolerado amante de su madre Baladine. Fue precisamente el escritor quien empujó al joven Balthus hacia la pintura: lo hizo copiando en el Louvre, sin mucha formación académica, trazando amistad con genios como Picasso y Miró, pero alejándose de ellos al mismo tiempo, y del resto de vanguardias. Balthus iba a su aire, con su universo infantil como vehículo de sus ideas artísticas. Causó sensación y tuvo éxito, se le subió a la cabeza y se hizo llamar a sí mismo “conde Klossowski de Rola”. Este detalle es uno más de los muchos de ese juego de mentiras que él mismo llevó hasta el final, incluso en sus autobiografías, donde insinuó que estaba emparentado con Lord Byron. Embaucador, mentiroso o simplemente original, Balthus fue uno de los maestros del siglo XX. El espectador decide si es polémico o no, perverso o no. Depende de cómo juzgue cada cual.

La fruta dorada (1958) 

La inevitable polémica de sus retratos

El año pasado cerca de 11.000 personas solicitaron la retirada del cuadro ‘Thérèse soñando’ de las paredes del Metropolitan de Nueva York porque lo consideraban “pornografía” y podía ser incluso un cuadro “pedófilo”. El museo rechazó la petición y el cuadro siguió en su sitio. Cuando le preguntaron a la viuda de Balthus, Setsuko Ideta (una de las promotoras de la exposición que se ve en el Thyssen y que ya estuvo en Suiza) ella sólo responde que no era un pintor pornográfico y que el cristianismo tiene un problema con la sexualidad que sólo les atañe a ellos, no a los demás. Japonesa sintoísta, Setsuko no da tanta importancia como la tradición judeocristiana y en la entrevista confesó que Balthus sólo consideró pornográfico uno de sus lienzos, ‘La lección de guitarra’, donde una profesora tañe la vulva de una niña recostada en sus piernas. Tenía 28 años y no volvió a hacer nada parecido. Para Balthus sus modelos infantiles eran la proyección de la vida inocente y plena, la exaltación completa de la vida más allá de normas y límites, un icono artístico como lo fueron los faunos y toros para Picasso, los nenúfares para los impresionistas o los relojes para Dalí.

Es fácil caer en el amarillismo mediático con los cuadros de Balthus, un provocador nato que mintió sobre su biografía y dejó miles de trampas a los que intentaron comprender su estilo y su arte. Era parte del juego. Todavía más hoy: lo que era algo incómodo para los bien pensantes conservadores hoy es escarnio de la corrección política, progresista y no progresista; en estos tiempos del nuevo puritanismo represor que ha puesto al funambulista Balthus en la diana. Picasso expresaba su erotismo de formas mucho más cruentas, como esos faunos que perseguían mujeres para lo que fuera que la lujuria de don Pablo fantaseara; Balthus en cambio pintaba niñas convertidas en musas de composiciones pictóricas con una arquitectura geométrica muy cuidada que escapa al espectador. Ya en vida tuvo que cargar con la etiqueta de perverso; en sus memorias explicó profusamente que era el amor y la ingenuidad de lo infantil lo que le empujaba a usar ese tipo de modelos, producto de su educación familiar, tan amorosa como culta. Balthus nunca quiso abandonar ese universo infantil. En sus memorias deja una reflexión que lo resume: “Nunca he querido perder el hilo, al contrario, he procurado reforzarlo. De modo que nunca he salido de la infancia, ¿será por eso por lo que he pintado con tanto tesón flores y muchachas en flor?”.

Thérèse soñando (1938)

Thèrese (1938)

La partida de naipes (1948-1950)