Para hacerle justicia a Buenos Aires habría que imprimir este texto, recortar sus palabras, lanzarlas al aire en una noche de esas en las que uno sale a la calle a olvidarse hasta de su nombre y dejar que cayeran aquí como ellas quisieran. En Baires está todo un poco al revés, no sólo el verano y el invierno.

TEXTO Y FOTOS: Nerea González Pascual

La vida y el ritmo de la ciudad son una armonía del caos casi indiferente a todo sentido práctico, a pesar de la cuadrícula perfecta que forman sus calles abocadas al Río de la Plata. No hay nada sencillo aquí. Desde cruzar la calle (donde no hay prioridad para los peatones ni en los pasos de cebra) a esperar el “colectivo” (autobús) o simplemente tratar de comprar el pan, no hay nada que no pueda convertirse en una odisea en Argentina. Pero sólo hasta que Buenos Aires te atrapa y te deja de importar a dónde ibas o cómo llegaste hasta aquí.

El “París de Latinoamérica” mezcla pitidos de claxon, aceras llenas de socavones, un tango que te sorprende en una esquina, el olor a parrilla inundando las calles y taxis que atraviesan a toda velocidad las impresionantes avenidas llenas de carteles luminosos de teatros. También mucha mucha mucha conversación y termos de agua caliente dispuestos a recargar el mate.

El corazón de Buenos Aires y es sin duda el Obelisco, que apunta al cielo desde el cruce entre una de las avenidas más anchas del mundo, la 9 de Julio, y la que hace las veces de Broadway porteño, la calle Corrientes. El monumento, instalado en 1936 por el cuarto centenario de la fundación de la ciudad, representa el crecimiento y el progreso de la capital. Sobre Corrientes se sitúan la mayoría de teatros de una ciudad cuya vida cultural puede dejar en evidencia a buena parte de las capitales de los países más desarrollados. También es un buen lugar donde comerse una pizza al estilo porteño (con masa gruesa y buena carga de ingredientes) y asentamiento tradicional de decenas de librerías.

Corrientes: el Obelisco, el centro simbólico de la ciudad

Sin embargo, las paredes llenas de pintadas de Buenos Aires recuerdan tiempos mejores: los turistas que pisaron la ciudad hace unos años pudieron ver una ciudad más cuidada y brillante. La capital de hoy es un poco más decadente y los cartoneros –gente que recorre la ciudad con sus carros para desvalijar los contenedores de basuras (dejándola desperdigada alrededor habitualmente) en busca de materiales reciclables– siguen siendo una figura habitual en las calles aunque ya pasó más de una década desde la tremenda crisis económica y social de la que en Europa se recuerda apenas el Corralito.

Dicen, sin embargo, que es la ciudad más “europea” de Suramérica y tienen razón. No en vano casi todos los apellidos suenan cien por cien españoles o italianos. Allá por la primera mitad del siglo XX la inmigración de españoles (“gallegos”) e italianos fue masiva, hasta el punto de que hoy la escasa población indígena (aniquilada durante la Campaña del desierto a finales del siglo XIX y hoy un escaso 2,4%) debe reivindicar que no todos los argentinos “bajaron de los barcos”.

Poco de eso puede decirse en la central Avenida de Mayo, la vía “más española” de Buenos Aires que conecta el Congreso y la Casa Rosada. Sobre ella o en sus alrededores se ubicaron importantes comunidades de españoles y sus tiendas y cafés estaban regentados en gran parte por “gallegos”. En la Avenida de Mayo se encuentra también el emblemático café Tortoni, cuyas paredes hicieron resonar la voz de Gardel y las conversaciones literarias entre Borges y algunos de los intelectuales contemporáneos más importantes de Argentina y el extranjero.

Monumento en la Plaza de Mayo (izda.) y la Casa Rosada, sede del gobierno

Si hacia el oeste el edificio gris del Congreso nacional pone el punto final a la Avenida de Mayo, al lado opuesto se levanta la Casa Rosada, la sede oficial del Ejecutivo que actualmente lidera Cristina Fernández. El edificio se encuentra aún rodeado de vallas que datan de la crisis de 2001 y recuerdan que por mal que se pueda lucir el panorama de la Argentina de hoy, hubo tiempos peores. Frente a la Rosada se levantan la sede del Cabildo porteño y la catedral Metropolitana, el edificio que custodia los restos del general San Martín –uno de los padres de la independencia– y donde tantas veces se escucharon las misas del anteriormente cardenal Jorge Bergoglio.

La Argentina de hoy anda un poco entre el Papa Francisco, Maradona y Evita Perón, aunque la ciudad de Buenos Aires es ahora un bastión antiperonista. Esta es sólo una de las muchas líneas que separan “la Ciudad” del resto de Argentina. En un país tan inmenso como complejo, el centralismo de la capital federal marca el pulso de la realidad hasta eclipsar casi completamente a las 23 provincias que componen Argentina.

Dos siluetas de la emblemática esposa del general Perón vigilan Buenos Aires desde lo alto del Ministerio de Desarrollo Social, en la Avenida 9 de Julio. La Evita que de la fachada sur, que mira hacia los barrios más pobres, es un rostro amable y sonriente. Sin embargo, la que mira hacia el norte es una silueta enérgica que arenga al pueblo durante su emblemático discurso de agosto de 1951, en el que el principal sindicato de trabajadores de Argentina esperaba que aceptase su candidatura a ocupar la vicepresidencia del país. Evita (1919-1952), enferma ya de un agresivo cáncer de útero, desoyó aquella vez el clamor popular para no debilitar con esta polémica maniobra la posición de su marido en la Presidencia, pero dejó un discurso para la historia.

El peronismo es otro de los fenómenos marcianos de Argentina. “El peronismo es un movimiento, no un partido político”, te explican sin excepción cuando preguntas por esta manifestación ideológica que tiene como meta la “justicia social”. Una buena mayoría de los argentinos se proclaman orgullosos peronistas. Hablamos de gente de izquierdas, gentes de derechas, de centro… El mito de Perón, que inicialmente era más que asociable al fascismo italiano, creció en el imaginario argentino hasta dar forma a un “movimiento” que hoy tiene representantes de todos los colores. Buena parte de ello se debe a la lucha de Eva Duarte de Perón por mejorar la situación de las clases trabajadoras y darle voz y voto a las mujeres en la democracia argentina.

Los restos de Evita, que fueron ocultados por el aparato de la dictadura militar de Videla y compañía –encargados de hacer desaparecer también alrededor de 30.000 disidentes políticos entre 1976 y 1983–, descansan hoy en el cementerio de la Recoleta, al noroeste de la capital. Recoleta es, por así decirlo, el barrio más burgués, más ordenado, de Buenos Aires. Sus calles recuerdan a Madrid y no en vano la zona es atravesada por la Avenida Callao. Sus amplias calles y edificios del siglo XIX y principios del siglo XX no desencajarían en la capital española, o incluso en París.

Por allí se levanta también, irremediablemente rota, la Gran Flor metálica que regaló a la ciudad el arquitecto Eduardo Catalano. Esta escultura de más de veinte metros de altura, que se abría y cerraba con las horas de sol, fue inaugurada en 2002 como símbolo de la modernización de la capital y para ahuyentar los fantasmas de la crisis del 2001. Un año después se encontró una falla en el sistema de apertura. Lo que no se encontró aún fue a nadie dispuesto a poner los millones de pesos necesarios para repararla. Toda una metáfora.

Bodegón porteño en San Telmo

Bodegón porteño en San Telmo 

Poco recuerdan a Madrid las casas coloniales de San Telmo, un barrio que limita con el sur del centro de Buenos Aires. Ni sus aceras llenas de boquetes, ni su mercadillo dominical kilométrico atestado de turistas en busca de antigüedades, artesanía, cinturones de piel y otros trastos varios. San Telmo es la dimensión surrealista de Buenos Aires: convertido en un barrio bohemio para todo tipo de personajes exiliados del mundo real, uno puede sentarse en su emblemática plaza Dorrego a tomar un litro de cerveza Quilmes mientras escucha a los músicos callejeros y de pronto ver pasar al lado un hombre que pasea tranquilamente en calzoncillos.

Al noroeste aún se encuentra Palermo. El barrio más juvenil y fiestero rebosa de bares de copas, tiendas de ropa de diseño y restaurantes con banderas armenias, peruanas, japonesas, mexicanas… Para acabar rápido: si buscas el lugar perfecto para subir a Instagram una foto de tu gin tonic con rodaja de pepino, Palermo es el barrio. Pero como no solo de bares y universitarios vive la zona, los enormes bosques de Palermo, con sus lagos y sus explanadas de vegetación son un lugar perfecto para pasear. Visita obligada por los alrededores son también el Planetario, el Jardín Japonés y el hipódromo.

(pasaje comercial) La boca

La boca (pasa comercial)

La Recoleta, Palermo y Belgrano, barrio futbolístico hogar del River Plate (el equipo “millonario”), son la cara de una moneda cuya cruz es La Boca. Exponente máximo de la zona sur de Buenos Aires, sus casas con chapas de colores y sus parrillas con espectáculos de tango y bailes gauchos son embajadoras del estrato porteño más humilde. La Boca, al borde del Río de la Plata, es un barrio de trabajadores del puerto que hoy vive esencialmente para el turismo. Para el no familiarizado es mejor no abandonar de la calle principal, Caminito, bajo peligro de robo garantizado, incluso aunque eso signifique perderse la foto a la entrada de La Bombonera, mítico estadio de Boca Juniors.

Para romper la dicotomía norte-sur que tradicionalmente separa la ciudad tanto como la rivalidad entre Boca y River, a Buenos Aires le ha crecido al este un pequeño Miami. Puerto Madero es una isla de rascacielos en medio del Río de la Plata que recuerda más a Estados Unidos que a Argentina. Esta zona ha crecido y prosperado en la última década hasta convertirse en el barrio exclusivo por antonomasia de la capital, solo apto para los bolsillos más llenos. Pero como también hay cosas que nunca cambian, uno siempre puede acercarse a la Costanera, la última acera de Puerto Madero antes del río y la reserva ecológica, y comerse un choripán (bocadillo de chorizo argentino, sin pimentón, a la parrilla) o un sándwich de bondiola con un litro de cerveza Quilmes por menos de cinco euros.

Buenos Aires suena melancólico, pasional, resignado y un poco escandaloso, como un tango. La capital de Argentina es una ciudad para dejar que la cabeza se te llene de ruido y no pensar. O al contrario, para pensarlo todo ciento cincuenta mil veces y volverse definitivamente loco…

Puerto Madero

Puerto Madero