Cien años desde que nació Miguel Delibes. Un aniversario desdibujado por el Covid-19, que ha obligado a paralizar muchas de las celebraciones, pero no la principal: leerle. Delibes fue clave en la literatura española de posguerra, de estilo particular y contenido donde la emoción era tan fuerte como subterránea. Un firme humanista que defendió la dignidad humana por encima de todo. Fue además crítico pionero contra el abandono rural, la España vaciada de hoy, y contra el modelo de progreso consumista y obsolescente.
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Después de la Guerra Civil la cultura española transitó entre el cementerio y el exilio, entre un desierto yermo sometido a las primeras fases de la represión franquista y la reclusión del talento en Latinoamérica y Europa. La censura y el miedo a arremeter contra el nuevo régimen cercenaron muchas carreras, condenadas al exilio o a la esterilidad. Pero sobre un idioma hablado por cientos de millones de personas se puede construir un legado que sobreviva a casi todo. En pocos años la literatura española, acostumbrada ya a los ocasionales estrangulamientos de tronos, altares y partidos, resurgió con otros modos. La disrupción entre la España franquista y el exilio abrió dos vías paralelas de desarrollo literario: los exiliados siguieron sus caminos propios mientras nuevos autores recogían el testigo en España, como Camilo José Cela, Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Carmen Laforet, Ana María Matute, José Manuel Caballero Bonald y “un tal” Miguel Delibes.
El “tal” Delibes, una mina de oro para las letras: novelas, relatos, libros de cuentos, ensayos, libros de viajes y su oficio de periodista durante años, en especial en El Norte de Castilla, de donde salieron (con él, o gracias a él) Francisco Umbral y Manuel Leguineche, por poner dos ejemplos bien distintos. Y eso que empezó estudiando Derecho y Comercio, llegando a la categoría de profesor. Un hombre peculiar y distinto, de esos que los antiguos griegos hubieran definido “bucólicos” por su amor por el campo y el mundo rural que tantas veces retrató en todas las páginas legadas en su obra. Tuvo una profunda conciencia ecologista durante su vida, habituado como estaba al contacto con la Naturaleza, lejos de las ciudades en las que debía vivir pero de las que escapaba cíclicamente. Como todo escritor forjó su propio universo, que arrancó de una manera muy particular con ‘La sombra del ciprés es alargada’ en 1947, con la que entró como un huracán en las letras españolas porque ganó el Premio Nadal. Al igual que Carmen Laforet, descolló nada más empezar. Sería un error establecer comparativas a partir de un premio, en especial con Cela, que sí ganó el Premio Nobel, esa asignatura pendiente que dejó también en la estacada a Jorge Luis Borges.
Pero, los premios no determinan un legado, como mucho lo apuntalan y sirven como pie de página en las biografías. Y Delibes era un mundo propio con piernas; si todos somos universos particulares, el pucelano campestre era varios sintetizados: el periodista, el cazador, el escritor, el académico, el viajero, el profesor, el padre de familia numerosa, el director de El Norte de Castilla. Y también sufridor de la presión del régimen, desde su dimisión de la cabeza del periódico en los 60 por un Fraga tan expansivo como siempre (dimitiría de la dirección por sus intromisiones) a la censura, que muy pronto le clavó las garras, porque en 1949 su libro ‘Aún es de día’ pasó por la guadaña. Y no sólo en los libros, ya que como profesor de la Escuela de Comercio tuvo persistentes roces con los franquistas por cómo explicaba la Guerra Civil, en la cual él estuvo involucrado en el bando nacional, por cierto, aunque lo hizo a su manera: se enroló en la Marina como voluntario, quizás para alejarse de las trincheras más duras.
Fiel a sí mismo por encima de todo, siguió escribiendo sin descanso. En los diecisiete años que van de aquel primer encontronazo con la censura en el 49 a la publicación de ‘Cinco horas con Mario’ en 1966 Miguel Delibes puso los cimientos de su carrera literaria; todo lo que vino después fue grande, pero serían ondas expansivas de esos años. Esa época de esplendor, el cénit que luego repercute sobre sí mismo para crear otras grandes obras, pero que beben de la brillantez de esos años. En 1950 publicó ‘El camino’, un clásico español que casi todos hemos leído en el colegio. Fue nombrado director de El Norte de Castilla en 1958, donde ya era subdirector desde 1952. En paralelo publicaría ‘Mi idolatrado hijo Sisí’ (1953), ‘La partida’ (1954), ‘Diario de un cazador’ (en 1955, y su primer Premio Nacional de Narrativa), ‘Un novelista descubre América’ (1956), ‘Siestas con viento sur’ (1957, Premio Fastenrath), ‘Diario de un emigrante’ (1958) y la existencialista ‘La hoja roja’ en 1959, en un modelo de “vista atrás” que utilizaría más de una vez en adelante en otros libros.
En los años 60 Delibes aceleró aún más: en 1962 publica una de sus mejores novelas, ‘Las ratas’, Premio de la Crítica y que consolidó el mundo rural como su escenario literario particular. Se adaptó también ‘El camino’ al cine y le dio tiempo a “quitarse de en medio” después de dimitir de El Norte, rumbo hacia EEUU como profesor de español en Maryland. Al regresar a España, como un recordatorio de su talento y de que iba por libre, publicó ‘Cinco horas con Mario’ (1966), para muchos su obra maestra, clásico español del siglo XX, adaptada al teatro con enorme éxito y sutil retrato de la burguesía provinciana conservadora de posguerra, clasista y un recordatorio disfrazado (que la censura seguía por allí husmeando) de esas dos Españas eternas en su cainismo. Para entonces Delibes ya era una figura reconocida de prestigio y se había ganado un lugar por méritos propios en todas las antologías posibles. En 1973 ese viaje tendría otra de sus culminaciones: fue elegido académico para la letra “e minúscula”, cargo que ostentaría durante muchos años; su discurso sería luego base de un ensayo, ‘Un mundo que agoniza’. Y al año siguiente el gran corte de su existencia, la muerte de su esposa Ángeles de Castro. Después de aquello nada sería igual, nunca.
Delibes pasó los siguientes años centrado en la literatura y la caza, en un bucle vital y creativo del que no saldría hasta su muerte. Apuntaló su obra con más novelas y una de sus antologías preferidas, ‘Castilla, lo castellano, los castellanos’ (1979). Pero aún faltaban dos martillazos más en el legado, descomunales además. No hablamos de los premios y reconocimientos (el Cervantes y el Príncipe de Asturias), que sólo pagaban tributo a esos años de esplendor de los que hemos hablado. Fueron dos cantos del cisne que hubieran sumado la carrera entera de otros, y además con gran distancia cronológica: en 1981 aparecía ‘Los santos inocentes’, disección social del mundo rural explotado por caciques, y ‘El hereje’ en 1998, su última novela y la excusa perfecta para el retiro. Ya no habría más obras literarias salvo antologías. Fue el final. Dos golpes grandiosos para terminar de construir el edificio literario de Miguel Delibes.
Lo que nos dejó, además de los propios libros, fue el río de ideas, valores y emociones que discurrió bajo el poder de sus textos. Sobre todo fue un humanista, con un compromiso sólido con los valores de respeto y engrandecimiento del ser humano, su inalienable dignidad, libertad y con la justicia social, que tantas veces retrató en negativo. No olviden que una de las obras más salvajes en su descripción de la injusticia social y económica, ‘Los santos inocentes’, llegó de su mano y no de comprometidos intelectuales de la izquierda, que tendieron siempre a verle como un reaccionario. Una segunda dimensión de su obra es la querencia por “el terruño”, no por cortedad de miras, sino porque Delibes consideraba que el mundo rural era el producto de miles de años de adaptación humana a la Naturaleza, un equilibrio que el progreso desbocado rompía. Por eso se regodeó tanto en escenarios rurales, en la Naturaleza, ese empeño en explicar el mundo de la caza, la pesca y la relación alimenticia y telúrica del ser humano con el campo y el ambiente natural que la ciudad y la industria nos hacen olvidar. Sus personajes resisten la voz del rebaño para ser libres en un mundo rural que contrapuso al modelo de ciudad-colmena, individualismo soberano contra la sociedad gregaria.
Delibes fue un “corrector” del progreso más que un reaccionario del mismo. Consideraba que ese progreso dorado de futuros brillantes era la máscara de un “consumo en estado puro”, como él mismo dejó escrito. Fue un crítico pionero contra la obsolescencia programada que hoy ya es una pesadilla, esa renovación inútil e innecesaria, continua, del materialismo temporal y efímero que sólo es una excusa para alimentar la maquinaria del propio consumo. Arremetió contra una de las consecuencias de esa civilización materialista, la alienación de las masas en las ciudades, cada vez más alejadas del modelo original, tratados como rebaños de almas masificadas en torres de apartamentos que parecen colmenas y donde la individualidad se ahoga. Aquí es donde Delibes, en sus libros y ensayos, refleja su mayor humanismo liberal, ya que considera que ese modelo sólo cosecha masas fácilmente manipulables y uniformadas por los mismos estándares.
Y al mismo tiempo lanzó su pluma afilada contra el abandono del mundo rural, reduciendo estas comunidades a lugares ruinosos, carentes de servicios y equipamientos. ¿Recuerdan lo de la “España vacía”?, pues Delibes ya alertó de ello desde los años 60. Para el autor la Naturaleza, lo rural, era la última oportunidad para un humanismo auténtico. Esta defensa de los valores queda muy bien reflejada en ‘El disputado voto del señor Cayo’ (1978), una contraposición perfecta entre los intereses del mundo urbano y una cultura que se deshace y se extingue con cada funeral, porque todos se van sin ser sustituidos por otros. En este sentido Delibes fue siempre un nostálgico que cantaba odas a los mundos perdidos, a lo telúrico y profundo de la cultura humana más allá de lo que consideró siempre un progreso-trampa. Se puede estar o no de acuerdo con él, pero forma parte del espíritu de su obra tanto como su estilo claro.
Desde el punto de vista formal el propio autor achacó su lenguaje y forma de escribir al periodismo: decir mucho en pocas palabras. Escribió siempre con claridad y estructuras sólidas, sin perderse en experimentos (abandonados parcialmente en algunos títulos contados, como ‘Parábola del náufrago’). En 1983 dejó por escrito que el periodismo le había enseñado dos bases principales, “la valoración humana de los acontecimientos cotidianos y la operación de síntesis […] para recoger los hechos y el mayor número de circunstancias que los rodean con el menor número de palabras posibles […]. Permanezco fiel a aquellos postulados, es decir, mi condición de novelista se apoya y se sostiene en mi condición de reportero. El periodismo ha sido mi escuela de narrador”. Y por debajo, los valores, la emoción. Es imposible no sentir punzadas leyendo ‘El camino’ o ‘Los santos inocentes’, ‘Las ratas’ o su primera novela. Esa confluencia de emoción, valores, un modelo de vida muy concreto y claridad narrativa son los pilares de Delibes.
Breve resumen de la vida de Delibes
Nacido y fallecido en Valladolid entre 1920 y 2010, escritor y periodista, ensayista, caricaturista (tenía talento al dibujo y le valió entrar en El Norte de Castilla), profesor y académico de la Lengua (fue “e minúscula” en la RAE durante años). Fue propuesto en diversas ocasiones al Premio Nobel de Literatura, y recibió menciones tan importantes como el Príncipe de Asturias de las Letras o el Premio Cervantes, más dos Premios Nacionales por dos de sus obras. Estudió derecho y empezó muy joven a ejercer como periodista. En 1947 ganó el Premio Nadal con su primera novela ‘La sombra del ciprés es alargada’.
A partir de ahí su carrera literaria se desarrolló jalonada de éxitos (especialmente en los años 60) al mismo tiempo que trabajaba como director del periódico El Norte de Castilla hasta que dimitió por su enfrentamiento con Manuel Fraga, entonces ministro de información del régimen franquista. De entre todas sus obras destacan ‘Cinco horas con Mario’ (1966) reflejo de las contradicciones dentro de la clase media franquista, y ‘Los santos inocentes’ (1982) obra en la que perfiló de manera magistral el mundo rural de Castilla. Esta novela fue llevada al cine con gran éxito por el director Mario Camus. En muchas de sus obras se destaca una de sus grandes aficiones, la caza, como en ‘Diario de un cazador’, obra por la que recibiría el Premio Nacional en 1966. Con su última novela ‘El hereje’ (1998) consiguió otro Premio Nacional de Narrativa.
Bibliografía (seleccionada) de Delibes
Delibes fue muy prolífico, tanto en la literatura como en el periodismo, de donde salieron muchos de sus ensayos; abarcan desde la novela de ficción al relato corto, el artículo periodístico, reportajes y los mencionados ensayos. Lo que sigue es una bibliografía seleccionada del autor, con algunos de sus mejores libros y que son estaciones obligadas para comprender su obra. La organizamos por formato: novela, relato corto, libros de viajes y ensayo.
Novela
La sombra del ciprés es alargada (1947)
El camino (1950)
Mi idolatrado hijo Sisí (1953)
Diario de un cazador (1955)
La hoja roja (1959)
Las ratas (1962). Premio de la Crítica. Adaptada
Cinco horas con Mario (1966)
Parábola del náufrago (1969)
El príncipe destronado (1973)
El disputado voto del señor Cayo (1978).
Los santos inocentes (1982)
Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983)
El tesoro (1985)
Madera de héroe (1987)
El hereje (1998). Premio Nacional de Literatura.
Relatos (libros de relatos)
El loco (1953)
La partida (1954)
La mortaja (1957)
Siestas con viento sur (1957)
Viejas historias de Castilla la Vieja (1964)
Tres pájaros de cuenta (1987, última edición en 2003)
Viejas historias y cuentos completos (2006)
Libros de viajes
Por esos mundos: Sudamérica con escala en Canarias (1961)
Europa: parada y fonda (1963)
La Primavera de Praga (1968)
Dos viajes en automóvil: Suecia y Países Bajos (1982)
Ensayos
Diario de un cazador (1966, Premio Nacional de Literatura)
Vivir al día (1968, artículos periodísticos)
S.O.S. (1976)
Un mundo que agoniza (1979)
Pegar la hebra (1990, artículos y conferencias)
Castilla, lo castellano y los castellanos (1979, Antología de textos sobre Castilla).