El descubrimiento en los últimos años de una nueva rama independiente de la evolución humana pone en entredicho todas las teorías de unidad de nuestra especie antes del Homo Sapiens.

Por Marcos Gil

El panorama com­prensible de cómo somos lo que so­mos, desde la pa­leontología, empie­za a parecerse a un largo culebrón con mil vueltas de tuerca y giros de guión. Los eslabones de la cadena cada vez están menos firmes y hay más lagunas negras. Del australophitecus al Homo Erectus, supuestamente de éste al Homo Habilis, luego el Neanderthal y después, magia, nosotros, el Homo Sapiens, ahora Homo Sapiens Sapiens (aunque sería mejor Homo Sapiens Thecnicus, por seguir la broma). Cuanto más se estudia nuestro pasado biológico, más demostrada queda la idea de que la evo­lución humana tuvo decenas de ramas y coexistencias. Las divergencias del discurso oficial cada vez son más, y al mismo tiempo que se descu­bren nuevos puntos de fuga en la historia de los homíni­dos, surgen más preguntas.

Hasta ahora se había aceptado la coexistencia en el mismo tiempo y espacio (hace entre 30.000 y 40.000 años) de los neandertales y los homo sapiens; las rela­ciones debieron ser relativa­mente positivas. Sin embargo, lentamente, los primeros se extinguieron por razones todavía sin concretar (enfer­medades, cambio climático, presión de los homo sapiens, más evolucionados… incluso puede que guerras), dejando como única especie “oficial” a los homo sapiens. Cuando en Indonesia apareció el Homo Floresiensis, cuya existencia como especie aparte sigue siendo polémica, hubo que redibujar de nuevo el cuadro: el homo sapiens compartió planeta con neandertales y este nuevo grupo reducido.

Ahora, tras los descubri­mientos en Siberia (cueva de Denisova) de un diente y una falange, resulta que el planeta estaba mucho más saturado de subespecies humanas. La exclusividad de la evolución estaría repartida: simplemen­te sobrevivió al tiempo la especie mejor adaptada, más dinámica y evolucionada, los sapiens. El resto, simplemen­te, quedo enclaustrada en sus territorios o fue barrida por la Historia. El cuento del colegio de la cadena de eslabones bien conectados se esfuma. No sólo éramos más, sino que la simple existencia de estas especies anula la vani­dad del sapiens que se cree único.

El origen de los de­nisovanos llega a través del truco infalible: la secuencia­ción de su ADN a partir del hueso de la falange de un dedo; sería, además, el primer fósil con el que se hace esto a la espera de que los hallados en otro lugar del mundo, en China, demuestren ser homo erectus o sapiens, lo que aña­diría otra vía más y demos­traría que hay mucho de azar en los cambios evolutivos. Después de la gran expansión de los erectus, su diversifica­ción biológica y los posibles cruces entre especies llevaría a crear nuevas variantes y a hacer que la definición de qué es un ser humano sea muchí­simo más complejo y puesto en duda. Nada como seguir investigando como para que nada sea definitivo.

Tras comparar su genoma con el de los nean­dertales (descifrado en 2010) y el que actualmente compo­ne nuestro legado genético (en África, Asia y Europa, ya que América fue receptora de población neta en tiempos históricos), quedó claro que estos antiguos siberianos no concordaban con otra especie conocida, y que al menos un 3% de su ADN concreto tam­bién está presente en pobla­ciones de un lugar ten lejano como la Melanesia. Este dato es el punto más misterioso de todos, lo que contribuye a aumentar la expectación de toda la comunidad científica, que ha seguido los datos en la revista de referencia, ‘Natu­re’. Nuestro pasado se abre pues a muchas interpretacio­nes, a especies emparentadas que se mezclan entre sí y de las que sólo sobrevivió una: la nuestra, pero habría que saber hasta qué punto influ­yeron estos cruces, de haber sido determinantes.


Vías divididas en la evolución

Según la revista ‘Nature’ los homínidos de Siberia son más parecidos a los neandertales que a nosotros, lo que significa que descienden de la misma población ancestral que se partió en dos entre Europa y Eurasia hacia 600.000 años. Anteriormente hubo otra ruptura, la que generó hace entre 700.000 y 800.000 años a los neandertales y los sapiens. Una cadena de cruces y vías dobles paralelas que complica todo (para el gran público) pero que empieza a desvelar los telones negros que había sobre nuestro pasado.