Con pompa y circunstancia ha inaugurado el Museo del Prado la exposición sobre el Greco, con nueva Reina de España incluida y la promesa de intentar batir a la muestra récord de Toledo.

Un día después el Museo del Prado ya tiene largas colas de turistas y amantes del arte para poder ver la contraposición entre las principales piezas de el Greco y la de autores contemporáneos, una puesta en escena particular para intentar actualizar el legado de un clásico de la Historia del Arte y ver la influencia que tuvo en los “modernos” del siglo XIX y XX. Porque después de 400 años de ver el mismo Caballero sombrío con la mano en el pecho hay que intentar llevar el arte a nuevos niveles de exhibición para las nuevas generaciones. Por eso han optado por el modelo revisión, llamémosle “maridaje” artístico.

Con el título de ‘El Greco y la pintura moderna’ (hasta el 5 de octubre) ya está en marcha el plato fuerte de la maquinaria del Año Greco con 120 piezas que van desde el Laoconte y ‘Visión de San Juan’ a testigos del futuro estilo Greco como el ‘Entierro de Casagemas’ de Picasso o la peculiar versión que hizo Cézanne de un cuadro famoso del Greco, su ‘Dama del armiño’. En realidad sólo hay 25 obras reales del Greco, de las cuales tan solo siete han participado en la ya clausurada exposición ‘El Griego de Toledo’ y que batió récords de visitas en España con cifras superiores al millón de espectadores.

A un lado el divino pintor de Corte, al otro pinturas, dibujos, grabados (105 en total) de autores tan dispares como Chagall, Pollock, Modigliani, Kokoschka, Soutine, Masson, Óscar Domínguez, algunos algo más oficialistas como Rusiñol o Zuloaga, mucho más actuales como Saura, Giacometti o Bacon o la tríada vanguardista más o menos clásica de Picasso, Cézanne y Manet. Resultado: la huella del Greco en el salto adelante del arte hacia lo contemporáneo entre finales del XIX y principios del XX en todos esos creadores que quisieron retorcer los límites de la pintura y la expresión plástica para poder darle una nueva dimensión.

El Greco en el Museo del Prado 2

El mismo caballero con cuatro siglos de distancia, el del Greco y el de Modigliani

Para un “raro” como el Greco, que entre problemas de visión y estilo muy particular surgido de un temperamento igual de marginal logró crear un estilo diferente para su tiempo, sería un honor ver cómo muchos otros tomaron prestados sus juegos de colores, tonalidades, la expresión retorcida y la máxima dinámica de las figuras que representaba, incluyendo el alargamiento de las formas que ha hecho correr ríos de tinta entre críticos, historiadores y más de un médico que hablaba de problemas de visión que distorsionaban su percepción.

 

El Greco: polémico, repudiado, recuperado y glorificado

El Greco aterrizó en España en 1577. Por entonces era rey, verdugo y Sol un tal Felipe II y sus primeros encargos fueron en Toledo, una ciudad que quedaría unida para siempre a su nombre y su obra. Allí pintó ‘El expolio de Cristo’ y ‘El martirio de San Mauricio’: la Iglesia y la Corona pagaban y el estilo gore del arte católico siempre ha sido una marca de fábrica. El primero está en El Prado y el segundo en El Escorial. También en Toledo están sus obras para el retablo de Santo Domingo el Antiguo, diseminadas por medio mundo, desde San Petersburgo al propio Toledo, que conserva tres piezas que son visita obligada. También en la vieja ciudad imperial conoció El Greco de cerca la hospitalidad del poder en España: quiso cobrar más por piezas que él creía de más calidad que lo que le daban y no desistió hasta que la amenaza de la cárcel le hizo echarse atrás.

No se llevó bien con Felipe II: ni el rey enfermo quedó satisfecho con aquel extranjero ni el griego entendió bien las brumas que anegaban la mente de un monarca tan flexible como un muro de piedra. Pero es que el cretense natural de Candía y veneciano por obligación (la isla pertenecía entonces al imperio veneciano) ya tenía experiencia en pelearse con todo el mundo: en Roma a punto estuvo de acabar entre rejas por sus disputas con el cardenal Farnese y por las trifulcas con Miguel Ángel, del que dijo auténticas burradas. Allí conoció a nobles castellanos que le animaron a viajar más al oeste y ponerse al servicio del Imperio por definición de la época.

Al hacerlo sellaba una historia de amor-odio con un país que le marcaría de por vida. Y tras la muerte, en la eternidad de una leyenda que le colocó como un místico (cuando no lo era) y un hispano de pura cepa (cuando nunca olvidó su origen griego). Fernando Marías en su descomunal obra ‘El Greco. Historia de un pintor extravagante’ (Ed. Nerea) demuestra que Doménikos Thetocópulos (El Greco) era un impenitente que andaba siempre entre pleitos y que se atrevió a regatearle cuadros a Felipe II, del que dicen que hacía temblar a obispos y generales cuando entraba en la habitación.

El Greco regó España de obras que obedecían siempre a los gustos más o menos fingidos de sus mecenas, pero sus pulsos con ellos eran continuos. Griego, italianizado y para colmo de males medio veneciano, lo tenía todo para estrellarse en una España que el historiador Eslava Galán siempre ha definido como el Tíbet de Europa. Llegó subido en el caballo blanco de su ego y terminó regateando a la Corona, a la Inquisición y a más de un noble; decepcionado pero conocedor de que la oligarquía hispana tenía dinero, se dedicó al retrato y a la pintura mística por necesidad, algo que marcaría para siempre su carrera.

A partir de ahí se convirtió en el “pintor manierista” por excelencia, el tipo raro que alargaba las caras y que siempre apuntaba hacia el Cielo divinizado del catolicismo contrarreformista que necesitaba de su talento para forjar a golpe de pincel la imagen de marca de un catolicismo que tuvo una victoria pírrica: el Concilio de Trento al que sirvió El Greco mató las opciones reales del catolicismo en Europa, aupó a los protestantes y condenó a la miseria histórica a generaciones enteras mientras en el norte aparecían la Revolución científica, la Ilustración, el liberalismo, la democracia…

La razón real, según muchos historiadores del arte, por las que alargaba las figuras era para desmarcarse del resto. Durante siglos se ha hablado de un astigmatismo galopante, incluso de cierto grado de daltonismo para explicar los colores. Pero resulta que ni era un místico (Marías ha demostrado que en toda la documentación apenas hay referencias religiosas y sí muchas cuitas por dinero) ni tenía demasiados problemas oculares. En realidad eran trucos para distinguirse del resto de pintores de la época y por pura expresividad: los cánones marciales del arte religioso le encorsetaban y él se soltaba alargando las figuras para dotarlas de más belleza y presencia, y sobre todo las retorcía y alargaba para darles expresividad y que al ser vistas desde abajo crearan sensación de grandiosidad óptica.

Odiado por los clásicos, venerado por las vanguardias

El Greco fue uno de esos pintores españoles que repudiado por una época y amado por otra. Concretamente fue pasto de los odios del clasicismo y el realismo, pero luego, ya despuntando el alba del siglo XX, fue santo y seña de gente como Picasso, que le señaló como el promotor ulterior del cubismo y de muchos de los tics de las vanguardias del siglo XX. La primera gran exposición española fue en 1902, año que significó el principio del idilio oficial y privado de España y el arte con aquel tipo tan opaco y raro. Muchos le tomaron por una especie de profeta premonitorio de lo que vendría, algo que también la pasaría a Goya con sus pinturas negras.

La locura sorda y la confusión del aragonés le condenaron ya entonces, pero luego fue convertido en un genio imitado y mitificado. El Greco jugó ese papel también para cubistas y expresionistas. Incluso Dalí le señaló como un punto de referencia a la hora de escenificar sus obras pictóricas. Entre los cuadros de referencia están ‘La apertura del Quinto Sello’ y su particular ‘Laoconte’, que no deja de ser la correa de transmisión entre la ya clásica escultura y el siglo XX. En ambas obras se atisban la disposición espacial y los movimientos retorcidos y alocados de las vanguardias y forman parte del Año Greco.