Sale a la venta el tercer volumen de la segunda vida de Corto Maltés, sin el gran padre Hugo Pratt vivo pero con el mismo tono y ambiente. Una tercera entrega donde Juan Díaz Canales (guión) y Rubén Pellejero (dibujo) develan el origen del marinero ácrata, libérrimo y nostálgico creado por el maestro italiano.

En 1967 salía a la luz ‘La balada del mar salado’, de Hugo Pratt, y aparecía el personaje principal de Corto Maltés: a la deriva en el Pacífico atado de pies y manos a unos troncos casi con forma de cruz de penitente. Un antihéroe, un personaje clásico al estilo de Stevenson, Salgari o Jack London metido en un cómic italiano de posguerra que cantaba a la libertad total, la nostalgia de tiempos menos industriales y el romanticismo como bandera. En poco tiempo se convirtió en un icono del cómic europeo primero, y del resto del mundo en las décadas siguientes. ‘El día de Tarowean’ (Norma Editorial), el tercer volumen de la extensión vital del personaje de la manos de Canales y Pellejero, se centra en cómo llegó a ese punto previo a que empezara todo.

Los españoles recibieron el encargo de los dueños de los derechos allá por 2014-2015 de reconstruir a Corto Maltés, pero con la libertad de poder reconstruirlo o seguir una vía diferente a donde lo había dejado Pratt cuando murió en 1995. Así llegaron ‘Bajo el sol de medianoche’ (2015) y luego ‘Equatoria’ (2017); en el primero Corto Maltés aparece fuera de su zona habitual, el mar, para recorrer los bosques de Canadá y Alaska, mientras que en el segundo recuperaba su leitmotiv y viajaba de Venecia a la castigada África. Ahora con ‘El día de Tarowean’ viajamos a sus orígenes vitales. No han perdido el trasfondo referencial de la obra de Pratt, que se documentaba a fondo, desde los idiomas polinesios y melanesios a los contextos históricos, culturales y el vocabulario.

Pratt nunca fue un autor fácil: leer a Corto Maltés requiere dominar ciertos detalles históricos para entenderlo. Y en la continuación los dos nuevos autores no han traicionado el legado. El estilo es similar al del autor, tanto en el trazo como en la disposición, si bien es evidente que no es lo mismo. Corto mantiene el mismo perfil, barba de varios días, las patillas setenteras que son parte de su identidad, y la eterna gorra de marinero, esté en el mar, el desierto o el ártico rodeado de nieve. En su momento Díaz Canales y Pellejero ya dejaron claro que no querían hacer una copia, sino una versión diferente pero conservando el espíritu original. Hugo Pratt nunca dejó claro quién le hubiera gustado que siguiera su camino si él fallecía, y aseguró que en realidad no tenía la misma paranoia que Hergé, que prohibió cualquier tipo de desarrollo póstumo.

Corto Maltés, el hijo y alter-ego de Hugo Pratt

Corto fue la gran creación de Pratt, un mestizo, un ácrata, un aventurero, nostálgico y libre de todo peso al mismo tiempo, héroe que no era tal, personaje cargado de romanticismo publicado en una época donde no había ni rastro de romanticismo (último cuarto del siglo XX). Hijo de un marinero de Cornualles y una gitana gibraltareña, vive en ese arranque del siglo XX, antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial. En realidad era un alter ego del propio Pratt, también un mediterráneo puro y duro, un italiano de origen judío sefardí con una historia familiar muy peculiar. Su familia se había instalado en Cornualles (otro guiño más a Corto Maltés), luego sus descendientes emigraron a Francia y después a Venecia, donde uno de sus antepasados incluso ayudó a fundar el partido fascista en la zona. Una rocambolesca historia de migración sin fin en el que la sangre inglesa, francesa, veneciana y judía se mezclan. Sólo Pratt podía haber creado a Corto.

Corto Maltés y su padre, Hugo Pratt

A este pasado hay que unir las filias de Pratt: era fan acérrimo de Joseph Conrad, Jack London y Herman Melville, lo que explica la vida aventurera de Corto Maltés. Y su estilo bebía de los grandes, como Will Eisner, al que se puede descubrir en determinado tipo de trazos. El clasicismo bien llevado, que llaman a ese estilo. Sin embargo con los años terminó por estilizarse muchísimo, liberado ya de servidumbres, y creando una marca en la que había más tintes expresionistas que realistas. También fue un viajero impenitente: su biografía está dividida por capítulos entre Italia. Etiopía, la mala vida durante la Segunda Guerra Mundial, Argentina, Inglaterra y de nuevo Italia. La fama lo encumbró en los 70 después de mil tumbos como dibujante para cualquier cosa, desde portadas de discos a novelas gráficas.

Pero lo importante es Corto Maltés. Aunque nació en 1967 como personaje, no sería publicado en formato serie hasta 1969, para luego seguir hasta 1989. Luego las historias serían recopiladas en álbumes sucesivos (donde realmente se expandió el personaje) entre 1972 y 1992. Pratt colaboró en el dibujo con Guido Fuga y con Patrizia Zanotti como colorista. Según la biografía creada por el propio Pratt, Corto nació en La Valetta (Malta) en 1887, adoptando luego el sobrenombre de Maltés como apellido por su origen mestizo. Mitad inglés y mitad gitano andaluz, en las historias de Pratt cuenta con nacionalidad británica y vive en otro paraíso marítimo, Antigua y Barbuda. La primera historia fue ‘La batalla del mar salado’ en 1967, y la última antes de que Díaz Canales y Bermejo la hayan recogido fue ‘Mû’, en 1988. El arco de tiempo ficticio va de 1913 a 1925, extendido sobre doce álbumes que son uno de los pilares del cómic europeo junto con otros como Moebius, Goscinny, Uderzo o Hergé. En España fue la revista Totem la que la publicó durante los años 70 antes de que Norma comprara los derechos. Se hizo una adaptación al cine en 2002, y luego Canal Plus realizó cuatro largometrajes para televisión.

Corto Maltés tuvo un final ligero comparado con su vida aventurera y de caballero sui generis que creó Pratt: según los álbumes oficiales termina retirado plácidamente después de patearse medio planeta y descubrir el continente perdido de Mû y el origen de los humanos. En esta historia de cómic la realidad se confunde: Corto conoce a personajes reales reconstruidos o imaginarios directamente, desde Herman Hesse a Stalin (al que conoce de joven), un soldado ruso desertor apodado Rasputín (su contrario y al mismo tiempo camarada) y muchos otros. Y los objetivos también, desde mundos perdidos a reliquias arqueológicas, guerras, sociedades secretas, tiranos, democracias y mujeres. Todo el romanticismo real, literario e imaginado por Pratt se entremezcló por completo entre las páginas, incluso dándole un final alternativo: desaparecido durante la Guerra Civil española después de alistarse en las Brigadas Internacionales. Pero con Pratt todo era sui generis.