El Museo de San Telmo inauguró el día 20 de este mes ‘Pasolini-Roma’ (hasta el 4 de octubre), una forma muy concreta de definirle, a través de la ciudad que más amó y en la que realizó gran parte de su carrera y vida, desde la lucha política a la poesía y el cine pasando por su homosexualidad militante que usó como arma arrojadiza en más de una ocasión.

Pier Paolo Pasolini (1922-1975): escritor, guionista, director de cine, gay iconoclasta, cabeza loca y extravagante víctima de su propia reputación. Un genio multidisciplinar que murió asesinado en Roma de una manera misteriosa, envuelto en brumas y con el ajusticiamiento de una sociedad italiana que en parte se regocijó en su muerte. Roma fue la misma ciudad que le vio palpitar, crear, vivir, denunciar, guerrear y finalmente finiquitar una existencia turbia y volcada en el arte y la lucha. Todavía hoy Pasolini es un tabú para muchos italianos, un tipo que quizás nació demasiado pronto y que hoy en día sería un genio más que reconocido. De haber nacido 20 años más tarde es muy probable que fuera una de las luminarias de Italia; pero a día de hoy es una oscura leyenda del arte de un país abonado a la creatividad iconoclasta como ha habido pocos.

Pasolini fue una versión ultramontana, radical y mucho más arriesgada de Pedro Almodóvar, pero sin el olfato comercial y empresarial de Almodóvar. España se quedó con la versión blanda, Italia con el auténtico artista recalcitrante, militante y crítico de una sociedad hierática, aburguesada y cargada de prejuicios que nunca dejó atrás el fascismo de Mussolini. Objeto de todo tipo de filias y fobias, le hizo a la cultura italiana lo que Romario a Alkorta: romperle la cintura. Y eso se paga. Italia sigue partida en dos, o mejor dicho, en tres: los que todavía le odian, los que le aman y perdonan todo, y los que pasan de él porque ya le conciben como un referente algo lejano. Quizás superado por la actualidad. Hoy Pasolini mantiene su vigencia de artista total entre la literatura y el cine, pero pasaría incluso por convencional en un 2015 en el que el arte bebe del exhibicionismo como un recurso más en quizás demasiadas ocasiones. En Pasolini había martillazos, pero tenían un sentido profundo.

Imágenes de los rodajes de Pasolini

La exposición que recaló el pasado 20 de junio en el Museo San Telmo de San Sebastián ya pasó por el CCCB catalán y se estructura en seis ciclos cronológicos pegados a la propia biografía de Pasolini. Arranca con su llegada a Roma el 28 de enero de 1950 y se cierra el 2 de noviembre de 1975, cuando su cuerpo sin vida fue encontrado cerca de Ostia.
Todo lo sucedido en esos 25 años es en realidad una profunda historia de amor entre un artista y una ciudad. Roma ha tenido muchos amantes y enemigos, pero pocos como Pasolini. No hizo el juego de amor-odio de Woody Allen con Nueva York (quien te ama profundamente también encuentra razones para odiarte, reza el dicho) sino que reunió la experiencia sentimental y artística de la fascinación, la pasión y la decepción propias del amor hacia algo. En esos apartados de la exposición se ven las fases de atracción y las de rechazo, de alejamiento y de retorno.
Roma fue su principal espacio de observación, el mirador de Italia, su campo permanente de estudio y creación. A partir de las transformaciones de esta ciudad que tanto amó, analizó los cambios de la Italia y los italianos en los convulsos 60 y 70 de ruptura entre terrorismo, lucha política, polarización, desarrollismo, corrupción y vanguardia.

Y dejó huella. Hoy Roma no es lo que es sin Pasolini. En sus textos y sus obras creó la otra ciudad, la Roma que reconstruyó desde su experiencia e ideas y que ha terminado por sumarse al imaginario colectivo que tenemos todos de Roma. Asimiló, deglutió y vomitó una nueva Roma, lejos del modelo amable de las películas americanas y británicas, pero también del neorrealismo italiano, en el que la Ciudad Eterna parecía un campo de prisioneros sin muros. Creó su propio mito de Roma y luego lo entregó a los espectadores y lectores. Todo gran artista hace lo mismo, ya lo consiguieron los artistas del Renacimiento con Florencia y la propia Roma como la bohemia con París o los novelistas con Londres. O Allen con Nueva York, por seguir el hilo conductor.

Las fases de ‘Pasolini-Roma’

1950-1954. Llega a la ciudad, sin trabajo, desesperado y entusiasmado a partes iguales. Se ve obligado a vivir en uno de los peores barrios de Roma, reconvertido en maestro y pegado a la dura realidad proletaria de la ciudad. También son los años en los que explota su sexualidad.

1955-1960. Entra en la vida cultural de la ciudad y crea ‘Ragazzi di vita’. El cine italiano aprovecha su talento y lo pone a escribir guiones para los demás. En esa burbuja intelectual conoce a Alberto Moravia, Elsa Morante y Laura Betti. Pasolini empieza a ser Pasolini, poco a poco.

1961-1963. Primera película ‘Accattone’, y después de ésta otras más, todas alrededor de la vida urbana romana de las familias y clases medias y bajas. Recluta a Anna Magnani y choca con la oficialidad. Es el tiempo de la expansión intelectual y creativa, de la forja del iconoclasta y las primeras denuncias contra él.

1963-1966. Se muda al sur de Roma, establece conexión con la burguesía que le detesta y ama a partes iguales, en una relación amor-odio continua que tendrá con muchos más sectores y personas. Pero al mismo tiempo sigue con su mirada fija en los de abajo, que le alimentan en su carrera.

1966-1973. La curva creativa le conduce hacia la decepción con todo. Han pasado ya más de 15 años desde su llegada humillante, pero ahora ya está incluso de vuelta de todo. Se harta de la izquierda, de la cultura, termina incluso relacionándose más con la oficialidad que también guarda muchas ambivalencias con él. Ya es una estrella cultural: viaja París, Nueva York, se va de vacaciones al Egeo y establece conexión con todo tipo de gurús, desde ricos burgueses a cantantes de ópera como Maria Callas.

1974-1975. El final. Como toda historia de explosión creativa el final tenía que estar al nivel. Son los dos años en los que no llega a terminar su mejor novela, donde vive entre el norte y el sur de Roma, viajando continuamente en función de sus estados de ánimo. El tiempo en el que rueda ‘Saló o los 120 días de Sodoma’ y rompe del todo con los lazos que le unían con la sociedad bien pensante. Pasolini agarra el libro clave del Marqués de Sade y lo lleva a la pantalla, lo que da cierta idea de cuál fue su paso. También fue el tiempo en el que murió, asesinado. Mientras la mitad de Italia rompía a aplaudir la otra se quedaba sin habla y sin faro hastiado y verídico al que agarrarse durante décadas.

La exposición ha cambiado con cada sede. Por ejemplo, en la que se exhibió en Barcelona en el CCCB se destacaba su relación con la intelectualidad catalana de la época; en la de San Telmo, esta conexión se establece a través de diversos objetos que se presentan en una vitrina. Por una parte, las fotografías tomadas por Piero Salvi en 1970, en las que Pasolini participa en una manifestación contraria al Proceso de Burgos. Por otra, una publicación del Museo San Telmo editada con motivo de la retrospectiva que le dedicó el Zinemaldia en 1977, con portada de Iván Zuleta. La exposición incluye también actividades paralelas, como un evidente ciclo de cine con algunas de las películas de Pasolini como ‘Mamma Roma’ (1962), ‘Pajaritos y pajarracos’ (1966) y ‘Teorema’ (1968). También se exhibirá el biopic de Abel Ferrara filmado en 2014 y que se estrenó hace no demasiado en España, una aproximación a los años finales de Pasolini. También habrá una mesa redonda sobre cine y disidencia con David Trueba, José Luis Rebordinos, Joxean Fernández y Javier Rebollo.

Museo San Telmo

Plaza Zuloaga, 1 – 
San Sebastián

santelmo@donostia.org
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