El biopic sobre Freddie Mercury, y por extensión de la banda que lideró hasta su muerte, recupera la huella de una banda que redimensionó, como pocas, el negocio de la música. La primera que llenó estadios hasta los topes, que superó incluso a los Rolling Stones, que anticipó la música para masas y que desbordó las estrechas fronteras formales de la música en los 70 para ser algo más. Una excusa perfecta para hablar de Queen.
IMÁGENES: GK Films / New Regency Pictures / Queen Films Ltd. / Tribeca Productions / Wikimedia Commons
Todo empezó con Smile, una sonrisa de rock psicodélico inventada por Brian May y Roger Taylor, guitarra y batería de esta banda sin mucho recorrido. En parte porque el cantante era Tim Staffell, bueno pero no lo suficiente como para romper moldes. Era además una época convulsa, finales de los años 60, eran jóvenes en un Reino Unido que combinaba un mundo rancio salido de la posguerra y la revolución cultural en la música, el cine, la literatura e incluso la TV, con los Monty Phyton y su ‘Flying Circus’ en la pequeña pantalla. El rock, además, vivía su etapa clásica de expansión, con múltiples formatos, desde los psicodélicos a los sinfónicos, progresivos, heavy o sus primeras versiones mestizas con otros géneros. Eran buenos tiempos para la creatividad. Y entonces apareció un hindú criado en Gran Bretaña de nombre imposible que, para el resto de los mortales, se llamó Freddie Mercury. May y Taylor le dijeron adiós a Staffell (que decidió marcharse a otro grupo) y enrolaron a aquel chico de dentadura imposible, vitalidad y una de las mejores voces que jamás hayan pasado por la música popular, con dotes de cantante de ópera aplicadas al rock. Un superdotado vocal que convirtió Smile en Queen. Y luego, en leyenda.
Unos cuantos años más tarde, con tres discos de estudio publicados con un éxito sólo relativo, el golpe de suerte, ese giro de timón que todo artista o autor espera como una señal divina y que le permite, si se esfuerza, en la catapulta a la fama, la fortuna y la huella cultural. A Queen le ocurrió lo mismo que varias décadas más tarde a Radiohead con ‘Creep’: una canción que lo rompía porque se ajustaba como un guante a la época, el público y las inquietudes. El 31 de octubre de 1975 salía a la venta ‘Bohemian Rhapsody’, el primer single del cuarto disco de la banda, ‘A Night at the Opera’. Nada volvió a ser igual. Hoy está considerada una de las mejores de la historia de la música, un auténtico “perro verde” musical, con dos partes muy bien diferenciadas, tono de balada lenta con piano y coro a capella, para luego pasar a una sección operística y luego, en un golpe brusco, acelerar como una pieza de rock aplastante con un solo de guitarra de May. Clasicismo operístico y rock, el 2×1 preferido de Mercury y compañía, marca de la casa. Un éxito arrollador que fue la primera piedra del mito musical que este año, sirva de excusa, será biopic en la gran pantalla con el título de la propia canción.
Celebrar a Queen como banda de referencia es algo muy manido. También destacar que fue un grupo rompedor y revolucionario (prácticamente inventaron la fusión de videoclip con música que luego Michael Jackson encumbró en los 80), que llevaron el rock a un nivel de lírica aplicada muy alto, más allá de la psicodelia inicial o el rock sinfónico para ser algo más, único. Ya saben: el artista de verdad crea su sello por encima de movimientos o facetas compartidas. Igualmente hay que decir que Queen se quedó a medio camino: podría haber revolucionado aún más la música, pero se quedaron en el punto de no retorno, cambiaron la música de masas y el éxito por la vanguardia musical. Pudieron ir mucho más allá pero optaron, en la parte final, por lo fácil. No se les culpa, pero sí que es cierto que aquella marea que empezaron en el 75 no tuvo una gran continuación. Su capacidad para componer y crear música en múltiples capas usando la voz de Mercury (y los coros) como parte de esa armonía es uno de sus rasgos más definitorios, más incluso que los guiños líricos. Fue un punto de unión para las tendencias del rock y de gran influencia posterior, especialmente en los 80, donde sus maneras fueron imitadas. Con ellos el rock se convirtió en un espectáculo donde el público no era un mero asistente, sino que se enredaba en el show que montaba Mercury en escena, con el legendario concierto de Wembley de 1986 como la cima de esta particular forma de ver la música.
Queen se resume en una fulgurante carrera de éxito de 1975 (con ‘Bohemian Rhapsody’, que les abrió el éxito al resto del mundo fuera de Gran Bretaña) a 1991, año de la muerte de Mercury (y con él del alma del grupo, por mucho que May haya tratado de alargarlo artificialmente); entre medias quince álbumes de estudio, siete en vivo y muchas recopilaciones que muchos tenemos en casa. Más de 200 millones de discos vendidos, una huella ineludible en la música. No hay que olvidarse de que esta banda tuvo que abrirse espacio, a su manera, entre los Rolling Stones, The Who, Pink Floyd o Lez Zeppelin, por citar a las más grandes, o aquel fenómeno extraño que era David Bowie. Queen sintetizó todo lo que había a su alrededor, desde el rock progresivo al glam, el heavy metal que Led Zeppelin encumbró, la psicodelia, el blues, el pop… y la ópera, el ragtime o incluso los tonos góspel. Como una esponja, hasta crear algo suyo. Y la expresión lírica, en escena, fue parte de su legado. Más allá de los récords, que sólo interesan a pie de página, lo importante de Queen fue su forma de entender la música, que iba en paralelo a The Who y Pink Floyd, otras dos bandas para las que el continente era tan importante como el contenido. O más.
Queen creó el concepto “arena rock”, algo así como la capacidad de proyectar la música para masas en un recinto abierto: y cuantos más, mejor. Después de los desastrosos conciertos de los Stones (con muertos incluidos) y de que el rock clásico se desvaneciera, después de que el escenario solitario como usaban los Beatles o The Doors hubiera muerto, Mercury y compañía crearon un formato nuevo que los entroncaba con la ópera. La música estaba bien, pero hacía falta algo más. El “rock de estadio” había llegado para quedarse, el mismo que hoy las divas del pop utilizan como parte indistinguible de sus carreras, hasta el punto de ocultar la propia música. Pero en aquel tiempo aún no era así: Queen logró fundir lo lírico con lo musical, una nueva forma operística con el rock como base que les permitió llegar a unas masas con un amor enfebrecido que todavía hoy se cuadran y gastan millones en cualquier producto derivado de la banda. Ese mercantilismo nostálgico no ha quebrado el mito, pero podría hacerlo si May y compañía siguen exprimiendo el limón con otros pseudo-Mercury en escena.
La muerte de Mercury en 1991 rompió todo. Llegó cuando el grupo afrontaba ya su tercera década de existencia y depuraba su estilo para intentar no caer en la irrelevancia. Para entonces ya había influenciado ampliamente en el heavy metal y el hard rock y los formatos más puros de esta corriente, había sacado el blues que los Stones habían mimetizado hasta el tuétano y se sofisticaba. De haber vivido Mercury es posible que hubieran dado otra vuelta de tuerca para evitar la decadencia, o que se hubieran encorsetado en sí mismos, convirtiéndose casi en una banda homenaje de sí mismos, como las hay a decenas hoy. Pero eso nunca lo sabremos. Lo que el biopic que se estrena este mes de octubre va a poner en pantalla es la fuerza arrolladora de aquel tsunami rompedor y revolucionario que cambió el rock, la forma de representarlo e incluso el propio negocio de la música. Dios salve a la reina.
Discografía básica de Queen
Queen (1973)
Queen II (1974)
Sheer Heart Attack (1974)
A Night at the Opera (1975)
A day at the races (1976)
News of the World (1977)
Jazz (1978)
The Game (1980)
Flash Gordon (BSO) (1980)
Hot Space (1982)
The Works (1984)
A Kind of Magic (1986)
The Miracle (1989)
Innuendo (1991)
Made in Heaven (1995)