Londres literario, o mejor dicho, el Londres que retratan en los libros la miríada de escritores que han hablado de ella en lengua inglesa. Escogemos a tres de ellos, los que la vieron vivir y morir en sus tiempos de mayor gloria imperial para hablar de una ciudad que es puro reino de las letras.

 

Vaya por delante que en este trabajo-guía sobre un Londres forjado a golpe de tinta y papel faltan miles de libros, miles de historias, miles de opciones y posibilidades. Pero es que el espacio manda, y no entran todos. Porque estamos hablando, quizás, de la ciudad más literaria del mundo, el espacio en el que más se ha escrito, del que más se ha escrito y que en más ocasiones ha sido escenario novelesco, desde algunas de las historias de los cuentos medievales a los Ian McEwan y Martin Amis de nuestros días. Porque Londres ha sido capital desde tiempo inmemorial. Mil y pico años de historia dan para mucho.

La excusa es un libro de Joan Eloi Roca, ‘Guía literaria de Londres’ (Ático de Libros), que indaga en ese mundo que fusiona política, arte, historia, guerras, economía, sexo, vicios, drogas, religión y humanidad tortuosa a partes iguales. Usando como escudo las mentes, citas y reflexiones de todo tipo de escritores ingleses o no, traza un perfil que ampliamos un poco más hacia momentos que han definido y diseñado Londres. Él lo hace de forma cronológica, recorre la ciudad de la mano de 38 escritores, yo voy a centrarme en tres que representan la época de mayor poder de la ciudad: Charles Dickens, Oscar Wilde, Arthur Conan Doyle, el arco que va entre 1850 y 1920, el de mayor esplendor británico y por tanto de la capital, pero también la época del auge de la novela como formato literario por excelencia.

De izda a der: Dickens, Oscar Wilde, Conan-Doyle, GK Chesterton 

Aparte de los mencionados, se me quedan fuera muchos de todas las épocas. Cabe recordar al católico recalcitrante de G. K. Chesterton (‘La estación de King’s Cross’), o las descripciones que hicieron autores más modernos de la capital como Virginia Woolf en ‘Orlando’, el de las crónicas de George Orwell en prensa y libros, el Londres de John Keats o el americano Jack London, algo más románticas las de Washington Irving, para el que todo lo fuera anterior a 1800 parecía tener aura nebulosa y mágica. Por supuesto no debemos olvidar la lengua viperina de Daniel Defoe, que vio la semilla de ese Londres imperial.

Lo primero que hay que recordar es su fisonomía: aparte del eje que es el Támesis para la vida y la economía, no hay que olvidar que hay un antes y un después de 1666, el año terrible, anticipado por 1665. En apenas 24 meses la gran capital fue sacudida por la peor plaga de peste recordada, que fue sólo el anticipo del infierno de fuego que se abatió en el año de la Bestia (de hecho se hicieron entonces muchas elucubraciones supersticiosas) y que destruyó media ciudad hasta el punto de obligar a una reconstrucción neoclásica posterior. Todo recogido por cronistas como Samuel Pepys o John Evelyn. El Londres anterior hay que rebuscarlo en las obras que William Shakespeare estrenó en The Globe durante años, aquella capital de los Tudor forjada a golpe de revuelta religiosa y luchas políticas entre nobleza, protestantes, parlamentarios, absolutistas y burgueses.

Dickens. Sin duda alguna hay muchas obras donde elegir el retrato realista y humano del gran cronista imperial junto con Rudyard Kipling (especial su ‘Siete reglas para vivir en Londres’ de 1908). Pero mientras el primero diseccionaba las miserias en contraste con la vida, el segundo cantaba loas al Imperio Británico desde la India y otros lugares. También habló de aquel Londres, pero no en el tono desgarrado, épico y social de ‘Oliver Twist’, sin duda alguna el mejor retrato de aquel Londres opulento, cabeza del imperio que regía el mundo con el comercio, la industria y sus ejércitos de casacas rojas, el mismo que daba la espalda al otro Londres, el de la miseria humana de los obreros y los pobres de solemnidad. Era la época de los niños que trabajaban en las minas, de los nuevos barrios de ladrillo oscurecido por la polución de las fábricas.

Un Londres sin compasión en el que brotaban las primeras pandillas de delincuentes, las primeras organizaciones mafiosas, los fumaderos de opio surgidos al calor del comercio con China y la lucha de clases. Fue en Londres donde Karl Marx se percató de los efectos terribles del capitalismo salvaje inicial, la misma ciudad donde el movimiento obrero y sindical tuvo sus primeros éxitos y que el propio Dickens también retrató. Igual de increíble es su ‘Diccionario de Londres’ (1879), en el que hace su particular guía turística en el que alaba Picadilly con la misma fuerza con la que describe la ciudad entera como un gran teatro donde los actores entran y salen a escena, como si fuera capaz de sobrevivir a todo sin problemas. Ambos libros son indispensables para ver la realidad de su tiempo desde la literatura de ficción y desde la realidad victoriana, llena de gloria, dobleces e hipocresía.

Wilde. Parte de esa ficción hipócrita la supo retratar muy bien Oscar Wilde, encumbrado y vilipendiado en vida por ser el mejor y mayor cronista de la grandeza burguesa de Londres. Mientras Dickens se fijaba en la miseria y fustigaba por ello, Wilde se fijaba en la opulencia y la sacudía de igual manera. Solía decir Wilde, y así lo dejó escrito, que el hombre que pudiera dominar una conversación en aquella ciudad podría ser el amo del mundo. Tal era el grado de refinamiento y sofisticación de “su” Londres, el de las grandes fiestas, los teatros, auditorios, palacios y reuniones sociales, citas en cafés literarios pero también los fumaderos de opio y el “refinado arte de la prostitución” que surgió en el Londres victoriano.

No es una casualidad que la capital inglesa imitara a la vieja Roma imperial en eso: ambas tenían los mejores servicios sexuales del mundo. Su londinense ‘Retrato de Dorian Gray’ (1890) ahonda en el mismo mundo sórdido de drogas y sexo que la sociedad victoriana demonizó; no lo borró, sólo lo ocultó para que los mismos moralistas que por la mañana censuraban esos impulsos dieran rienda suelta de ellos por la noche en lugares como Haymarket o en los prostíbulos del East End y la zona de los muelles. Baste recordar a otros cronistas de aquella sociedad doble como Saki, el propio Robert Louis Stevenson en ‘Dr Jeckyll y Mr Hyde’ o muchos años antes, como un anticipo, los diarios personales de James Boswell y de cómo era adicto a las putas de Londres, famosas por su maestría y belleza escenificada.

Conan Doyle. Sin duda alguna, con aquel siglo XX ya bien iniciado y despuntando en sus dosis de violencia y guerra, el gran maestro clásico del género policíaco trazó desde la falsa calle de Baker Street todo un retrato de Londres. Diferente, menos sórdido que el anterior, pero igual de funesto y doble. Sherlock Holmes fue su particular llave para describir una ciudad que se movía entre burgueses, nobles, ladrones, asesinos, conspiraciones de Moriarty y grandes dosis de ingenio. Prácticamente cualquiera de sus libros tiene alguna ligazón con Londres, incluyendo la que le llevó hasta la tierra de los Baskerville. Es un Londres más ligado a la ficción, menos realista pero que se zambulle de lleno en otros mitos como el de Jack el Destripador, el primer asesino en serie reconocido, el germen de la policía científica ligada a Scotland Yard, o una ciudad que lentamente entraba en los últimos tiempos de su gloria económica y política. Una lectura siempre recomendada y perfecta.

Y final de siglo. Más modernos, más pegados a nuestro tiempo y vivencias podrían ser dos efigies mucho más actuales: Ian McEwan y Martin Amis. A ellos les ha tocado vivir un Londres mucho más dinámico, cambiante y diferente. Ya no hay imperio, ya no hay superpotencia, ya no hay nada que no sea rescoldos del pasado y mucha fantasía pop. Ian McEwan pulula con su Henry Perowne en ‘Sábado’ (2005); una novela sobre clase media o media alta que permite conocer otro Londres bien diferente a la de la época victoriana: emigración, multiculturalismo, música, televisión, cine, el clubbing y la tecnología. En cuanto a Martin Amis, basta recordar que es autor de ‘Campos de Londres’ (1989), escrita diez años antes del fantasma que proyecta en sus páginas, ese Londres castigado por el cambio climático, una ciudad apocalíptica que se tiñe de sangre por una revolución del crimen que aprovecha el fin de los tiempos y el caos para hacerla suya. Mucho más actuales aún son los hijos de la inmigración llegada desde las colonias, esa generación de escritores descendientes de los súbditos del viejo imperio, como Zadie Smith (autora de ‘Dientes blancos’) o Zanif Kureishi, autor de ‘El Buda de los suburbios’, dos ejemplos de la vida londinense de las nuevas generaciones.

 

El libro de J. E. Roca que hay que llevarse a Londres

La editorial Ático de Libros ha publicado lo que podría llamarse “manual de amor a una ciudad por los textos”, una forma hermosa de viajar cabalgando sobre letras. Joan Eloi Roca es el encargado de forjar este amor de 336 páginas y unos 19 euros que arranca con el clásico romano Tácito (el primero en mencionar la vieja Londinium). Es más un complemento a la guía tradicional porque encamina al viajero hacia monumentos, lugares y situaciones. Desde Tácito Roca planea sobre muchos otros nombres que él mismo hilvana: Dostoyevski y Boswell hablan de la prostitución y los bajos fondos, Dickens, De Amicis, Jack London o Kipling dan consejos y escriben auténticas guías. Evelyn y Pepys narran el Londres de la peste y el fuego; Soseki y dos franceses, Rimboud y Verlaine, hablan de lo caro que era Londres y cómo mandaba el dinero por encima de todas las cosas. Más: Jane Austen y las hermanas Brönte, y otro yankee irónico y respondón, Mark Twain. Todo perlas, consejos, críticas, alabanzas, glorias e improperios. Lo normal en cualquier metrópoli, pero más en una tan grande y adicta a las letras como Londres.