CaixaForum Madrid alberga desde el pasado 19 de octubre la exposición ‘Los pilares de Europa. La Edad Media en el British Museum’ (hasta el 5 de febrero), una visión integradora, continental, de lo que supuso el periodo histórico fundamental para la definición de Europa, para lo bueno, lo malo y lo que todavía hoy nos lastra en el proceso de unificación.
IMÁGENES: CaixaForum / British Museum / Wikipedia
Foto de portada: Letra capital de un manuscrito medieval
La antigua visión heredada del Renacimiento, fruto de un desprecio y una superación a todos los niveles de un mundo que había durado casi mil años, diferenciaba entre la luz de la Antigüedad y la oscuridad de la Edad Media, esa fase intermedia (de había le viene el nombre) entre los antiguos y los “nuevos” o modernos surgidos del humanismo del siglo XV y el XVI que terminó de romper un milenio de status quo. Aunque el Medievo, la Edad Media o la Era Oscura, como quieran llamarla, duró técnicamente 10 años (desde la caída final de Roma en el 476 al descubrimiento de América en 1492, esas son las fechas convencionales), en realidad hubo muchas fases internas en las que se puede apreciar el lento progreso de Europa, entendida como bloque cultural unificado a través de la religión cristiana y un mismo sistema de poder político y económico (el feudalismo agrario y las ciudades comerciales).
La exposición que alberga CaixaForum Madrid es una aproximación en clave continental (es decir, sin diferenciaciones nacionales) a través de la extensa colección de piezas medievales del British Museum que demuestran, frente a la tormenta aislacionista e irracional del Brexit, que la isla fue parte de un “continuo cultural e histórico” junto con el resto de Europa. Las piezas muestran que los flujos artísticos, estéticos, espirituales y culturales trazaron líneas de Escandinavia a Inglaterra y Escocia, de las islas hacia Francia y de Flandes, Sajonia y la propia Francia de vuelta hacia Inglaterra. La Edad Media fue, a pesar de tener orígenes muy diferentes territorialmente, una puesta en común a través de los mismos preceptos estéticos heredados del mundo romano, de los germanos, eslavos, de la tradición celta superviviente y de los preceptos religiosos. Los cánones de representación eran comunes a todos, desde Yorkshire a Austria, de Italia al norte de España.
La exposición intenta mostrar a los visitantes esos pilares maestros a través de las piezas, en muchos casos llegadas a Gran Bretaña desde tierras lejanas pero que tejen un relato común en el que las invasiones y movimientos de población, masivos en ocasiones, dieron lugar a nuevas sociedades más ricas, diversas y ambiciosas. Un recordatorio para los nacionalistas xenófobos de hoy en una era en la que, a pesar de las tremendas diferencias entre comunidades, todos estaban unificados por una religiosidad y tradiciones comunes. Ve más allá de las actuales fronteras nacionales o culturales, que curiosamente se forjaron principalmente durante esos siglos. La exposición resulta pues un bálsamo para los obsesos de los muros nacionales y viaja al corazón mismo del nacimiento de Europa, cuando esas naciones hoy sacrosantas no eran más que difusos proyectos que podían caer en cualquier momento.
De izquierda a derecha: Estatuilla de un Caballero, Estuche de marfil (Francia, siglo XIV) y figura del Rey del Ajedrez de Lewis (Inglaterra)
También es una descripción de un tiempo que no fue tan oscuro como los narradores posteriores quieren hacer creer. Después del Renacimiento el Medievo fue visto como un tiempo perdido, una ominosa era de negación del individuo humano frente a un Dios que tomaba forma de tirano en lugar de la respuesta de compasión y amor que era al principio. El arte cambió y dejó atrás las técnicas y métodos que habían servido para levantar decenas de miles de iglesias, monasterios, basílicas y catedrales por toda Europa, especialmente después del año 1000 y del renacimiento espiritual de los siglos XI y XII. Las rutas comerciales se expandieron y aquella Europa grotesca, brutal y hasta cierto punto suicida (la guerra entre comunidades era continua) entró en contacto por varias fronteras (la Península Ibérica dominada por los musulmanes, el sur de Italia, el Imperio Bizantino e incluso los principados eslavos del este) con civilizaciones más avanzadas y en plena expansión.
La artesanía tuvo un papel fundamental en la creación de la estética medieval: las piezas viajaban de un punto a otro y sentaban modelos de creación allí donde llegaban, expandiendo por toda Europa unos cánones estéticos que terminaron por ser comunes. Y flexibles. La opresión religiosa se hizo más laxa a partir del siglo XII y permitió que el arte se hiciera más abierto y capaz, incluso hasta reconocer la autoría, pero sólo en algunos casos. La cultura colectiva del gremio seguía muy presente, nacida en el arte y la artesanía para proteger el oficio de interferencias: un artista solitario no podía hacer nada, pero si pertenecía a un gremio… era otra historia. En la exposición se pueden ver más de 260 piezas (mezcla del British Museum y del Museo Arqueológico Nacional en Madrid, el MNAC barcelonés y el Museu Frederic Marès) que ejemplifican en diferentes épocas cómo ese arte cobró vida propia, creó una estética muy particular vigente incluso hoy en algunos campos.
Sin embargo son testimonio de la riqueza: la gente común no tenía acceso a ese arte, pero sí que hacía uso del “lenguaje de piedra” medieval: las catedrales e iglesias, los monasterios y logias de comercio eran parte de la vida real de las gentes, pobres o no, y ese universo pétreo (románico y gótico) marcaba el concepto de realidad misma. Sólo hay que pensar cómo, en un mundo donde saber y leer era una rareza, la escultura narraba la historia religiosa o de las dinastías gobernantes. El arte al servicio del poder, del mensaje oficial, de la representación de la verdad y del orden. Justo lo contrario de la libertad ganada con el Renacimiento como reacción a ese mundo jerarquizado. La muestra se divide en cinco ámbitos para poder explicar la formación europea, el poder de las cortes reales, el de la Iglesia, la vida de la élite (que a fin de cuentas es la que nos ha legado más testimonios de su vida) y las ciudades, cómo ellas rompieron definitivamente con el viejo orden religioso.
De izquierda a derecha: Sello de la ciudad de Boppard (Alemania, siglo XIII), Broche de Wingham (Inglaterra), Baldosa vidriada inglesa (siglo XIII).
Entre las piezas más importantes destacan el Rey del juego de ajedrez de Lewis (1150-1200, hallado en Escocia pero originario de Escandinavia), el Broche de Wingham (575-625), procedente de Inglaterra, las Piezas Circulares de vidrio (1480-1500, Alemania), y la Estatuilla de Caballero (1375-1425 Inglaterra). Como apoyo a la muestra, CaixaForum ha organizado un programa completo de actividades paralelas y una publicación divulgativa especial, obra de los comisarios de la exposición, Naomi Speakman y Michael Lewis, que intentará contextualizar un testimonio cultural que es en realidad el reflejo de un mundo don de las fronteras continentales eran tan difusas como una bruma, donde había un marco común. Un buen espejo en el que mirarse hoy, en plena resurrección de esas fronteras.
Ni tan oscura ni tan estéril
Su propia etiqueta la define: una era puente, intermedia, entre la Antigüedad y la Modernidad. Un lastre para muchos, un mundo oscuro, germinal, que debió morir para dar paso a la recuperación del esplendor antiguo y relanzarlo en la era moderna, desde el arte a la filosofía, la ciencia o la democracia. Un relato redondo y cómodo para los occidentales, que sin embargo no es lo que parece. Para empezar hay que concretar su origen: ¿por qué la caída de Roma en el 456 cuando en realidad el Imperio Romano de Occidente llevaba ya más de un siglo medio muerto?, ¿por qué no con la conversión imperial hacia el cristianismo como religión oficial, lo que conllevó la destrucción parcial del legado grecolatino, quema de libros incluida? Y el final, cifrado en 1492, también podría ser la caída de Constantinopla en manos turcas en 1453, cuando Europa se vio arrollada desde el sureste por los otomanos y se rompieron las rutas con Oriente, lo que a su vez alimentó las nuevas rutas marítimas atlánticas. O incluso alargarla hasta 1521, con la irrupción de Lutero y la Reforma protestante, que terminó de quebrar el marco religioso y de poder europeo.
Todavía hoy “medieval” es visto como un adjetivo de lo que es grotesco, anticuado o propio de bárbaros, pero en realidad fueron mil años de creación artística que recogió gran parte del legado de la Antigüedad y lo conservó para nosotros. La evolución fue continua: el salto técnico y vital entre el siglo VI y el XV es en realidad tan grande como el que podamos pensar entre el siglo XVI y 2016. Una época de avances técnicos y artísticos que no existían en la sacralizada era antigua y que prepararon a Europa para las sucesivas revoluciones agrícolas y urbanas: a fin de cuentas el Renacimiento surgió por la propia evolución del mundo medieval, no apareció espontáneamente porque cayeran de golpe mil años de velo de barbarie. La exposición de CaixaForum sirve para poner en su contexto los progresos y aportaciones, un recordatorio de la conexión entre el mundo antiguo y el nuestro. Europa es, en realidad, producto de esa Edad Media.
Cofre-relicario (Francia siglo XIII)
Coro de la Catedral de León
Rosetón norte de la Catedral de Chartres